Cuéntame una historia

III.

Parte tres.

Capítulo 13.

Retemblaba, y no por la incomodidad entre nosotros tres después de lo que pasó.

Tiritaba porque después de unas horas estaba ahí.

En ese lugar llamado hogar, pero que nunca lo sentí así.

—Bienvenidos —murmuro entre susurros—, esta es mi casa.

—Querrás decir mansión —se coloca a mi lado, lo ignoro—. Oh, vamos ¿la ley del hielo, en serio? No somos niños.

—En lo que a mí respecta, eso sería un insulto para los niños, son muchas más sensibles e inteligentes que tú —ataco, mirándolo mal—. Y sí, la ley del hielo.

—Me acabas de hablar —señala sonriendo con cierta burla—, me gustas más cuando estas enojadas, te ves tan... —se muerde el labio, hago una mueca.

—Eres un jodido pervertido —escupo mirándolo de arriba abajo, frunzo las cejas cruzándome de brazos—, ni siquiera sé cómo tú y yo... —murmuro negando.

Era tan extraño que él y yo hayamos estado a punto de hacer eso, besarnos de esa manera para luego estar aquí, discutiendo como si fuéramos pareja.

Y que, aún así, la tensión entre nosotros aumente.

—¿Cómo tú y yo qué? —da dos pasos, muerdo mi labio tragando saliva, dejando mis brazos a los lados—, ¿que tú y yo queramos esto? ¿Que nos besemos con esa pasión que delata lo que queremos que pase? Porque lo quieres, Arlene, quieres que pase —alzo un poco la cabeza cuando ante sus palabras, Clint alza su mano y atrapa mi cuello de una manera sutil, cierro los ojos tratando de controlar mi respiración de nuevo, él aprieta levemente mi cuello y traza caricias en el de forma lenta la cual me la encontré tortuosa—. No sabes cuán loco estoy de tenerte de la forma que quiero, Arlene.

Entreabro mis labios abriendo los ojos, Clint traga en seco bajando la mirada a mi boca. La oscuridad de sus ojos luciendo ansiosos, la forma como su pecho sube y baja con lentitud, sus nervios.

Me dejan saber que no era la única vulnerable en esto.

No era la única afectada en ese torbellino de emociones. Él también está muy metido en esa mierda.

Relamo mis labios apartando la mano de mi cuello, quedo segundos mirando los tatuajes de esta junto con los anillos. Trazo pequeños toques que forman caricias leves, su piel es suave, aterciopelada.

Las venas de su mano las miro como si estuviera observando la mejor obra de arte. ¿Quién dice que no la sean?

Sus manos podrían volverse fácilmente una adicción.

—Te odio —confieso tensa, él frunce las cejas—, te odio por hacerla llorar —señalo a la chica que se encuentra dormida en el auto, baja la cabeza carraspeando—, y te odio por hacerme esto.

Exhala tomándome de la mano, trago saliva dándole un leve apretón.

—¿Hacerte qué? —titubea, confundido, sin saber a lo que me refiero.

Aprieto mi mandíbula, miro la camioneta con una pequeña sonrisa visualizándola dormir en los asientos de atrás, la puerta se halla abierta para que entre un poco de aire.

Aparcamos al frente de la casa, estamos afuera. Todavía no tengo el valor de tocar o avisar que estoy aquí.

—Hacer que te tome cariño —volteo sonriendo, inflo mis mejillas, avergonzada—, es tan ridículo que este diciendo esto —carcajeo tapando mi cara, segundos después él ríe conmigo, alzo la mirada para contemplar su rostro.

Ladeo la cabeza admirándolo, sus mejillas se alzan provocando que sus ojos se achinen a tal punto de que parece que lo cierras, por su barbilla y los lados de su boca se crean líneas, luciendo incluso más jovial riendo.

No dejaré de creerlo, mirar a alguien riendo es una de las pequeñas maravillas de la vida.

Enamorarse es una de las más grandes idioteces de la vida.

Dejo de sonreír, bajo la mirada al suelo. ¿Enamorarse?

—También te tomé cariño, Rapunzel —me abraza sorprendiéndome, besando mi cabello en alguna parte, exhalo para después de unos segundos abrazarlo. Cierro los ojos con una pequeña sonrisa en los labios—, carajo, Arlene. ¿Cómo haces para ponerme caliente y tierno a la vez? No soy de dar abrazos.

Ruedo los ojos, no creyendo tal mentira, me aparto para mirarlo con diversión. 

Me ofrece abrazos tantas veces puede, ¿y no es de dar abrazos?

—Siempre estas caliente, Clint. Además, siempre me ofreces abrazos.

—Pero solo estoy caliente contigo y solo te ofrezco abrazos a ti, ¿te has dado cuenta? Me tienes en tus manos, preciosa —me guiña el ojo, siento mis mejillas arder, por lo que rio nerviosamente tapando mi cara, Clint muerde su labio observándome de manera analítica—. Me encantas cuando actúas así, vergonzosa de que te digan ese tipo de cosas —se acerca, sonrío mínimamente observándolo—. Maldición, me encantas mucho.

Maldice entre gruñidos, jadeo de sorpresa ya que me toma de las muñecas y me besa, nuevamente. Exhalo, tomando un puño de su camiseta para acercarlo, siguiéndole el beso.

Al abrir un poco la boca, Clint introduce de lleno su lengua. Y en lugar de asquearme o algo por el estilo, me incentivó a seguirle el beso de la misma forma.

Escalofríos traspasaban mi cuerpo, apreciando todo en ese beso. Y en tal suceso, me cuestiono si él siente algo similar.

O si solo es eso, un simple beso.

Varios simples besos.

Después de unos segundos donde a ambos nos falta el aire, nos separamos un poco, con el pecho subiendo y bajando eufóricos y calenturientos.

Debíamos de acabar con esto pronto antes de que suceda en un lugar que no debe suceder.

—Todavía sigo enojada contigo —aclaro cuando creo poder hablar—, no creas que porque me acabas de besar de esa forma cambiaré de opinión —apunto con el dedo índice, queriendo lucir intimidante.

Inhala pasando curiosamente sus manos por mi cintura, acorralándome. Achino los ojos, curiosa. Alzo mi mano para peinar su cabello que le tapa la frente y un poco los ojos, esta muy largo. 




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