Cuéntame una historia

14.

"Am I crazy?

Maybe we could happen, yeah 

Will you still be with me when the magic's all run out?

-If only".

 

Capítulo 14.

Es tan fácil decepcionar a las personas.

Con solo un acto o palabra, decepcionas a alguien. Y no hay nada más difícil de superar que una decepción de la persona que no esperabas que lo hiciera.

Sin embargo, al final, todos te decepcionan, sin importar quién. Sin excepciones, todos decepcionan.

Tu madre puede decepcionarte.

Escucho los pasos de alguien, pese a eso, no aparto la mirada de el hermoso cielo estrellado.

Llevaba horas aquí arriba, queriendo ordenar mis pensamientos y saber qué hacer con ellos.

Suspiro dando otro trago, estaba ebria, por lo que todo me daba vuelta y todo me parecía absurdo. 

Bueno, también fue una excusa para emborracharme.

—Sabes, solía venir aquí de niña —bostezo—, a escondidas de ella, por supuesto —finalmente miro a la persona que está aquí, sonrío a duras penas.

Sonríe, acercándose y tomando asiento delante de mí. Apoya los codos en los muslos y no aparta la mirada de mi cuerpo, silbo alguna melodía que escuché por ahí.

Necesitaba mi música, mi celular.

—¿Por qué venías aquí? —curiosea, pestañeo débilmente sin poder visualizarlo bien—. Estas ebria.

—Gracias por notarlo —comento soltando una risilla—. Era tranquilo, el aire era fresco y me gustaba ver los atardeceres, notar como el sol va desapareciendo de apoco para darle espacio a la luna, quería desaparecer de esa forma y volver cuando todo estuviera aclarando, mejorando —suspiro, me acuesto sin delicadeza alguna, por lo que me golpee la cabeza. Me quejo, minutos pasan y el silencio domina, exhalo haciendo una mueca—. Lo he pensado, ¿sabes?

—¿Qué?

—Morir. Lo he pensado muchas veces.

Silencio, la oscuridad de la noche y el vaho de ambos saliendo de nuestras bocas le daba el toque perfecto de deprimente. Volteo el rostro sin dejar la sonrisa triste en mis labios, con poca fuerza tomo otro sorbo de la botella de Whisky que me tomé de su mini bar.

—¿Cuándo fue la primera vez? —interroga, con la voz casi imperceptible, sorbo mi nariz—. ¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en tomar esa decisión?

Una sonrisa torcida me delata, una sonrisa más bien melancólica y triste. ¿Cómo olvidarlo?

—No sería cuándo, sino por qué —sonrío señalando, él asiente ocultando una sonrisa para nada feliz, termina sentándose por completo en la silla mientras introduce sus manos en la chaqueta que trae puesta. Achino los ojos porque tiene un parecido a la mía, trago en seco—. Linda chaqueta.

Sonríe esta vez, mordiéndose los labios, como si no esperaba que notara el detalle de que lleva mi chaqueta. Oculta una sonrisa traviesa, creo que la olvidé en su camioneta.

Con razón muero de frío justo ahora. 

Suspiro, no me agradaba la idea de que la tenga puesta, pero, por alguna razón. No comenté eso.

—La tomé prestada —afirma en un susurro.

—Qué bueno que la tomaste prestada y no la robaste —carcajea, río despacio acompañándolo. Las risas cesan, el silencio vuelve hacerse presente, el cual prolongo hasta encontrar las palabras que puedan salir de mi boca sin que se notara lo sensible del caso—. A los doce.

Inhalo, sintiendo miedo y nervios a la vez. Creo que el hecho de estar ebria está influyendo en esto, no tengo que contarle nada, sin embargo, Clint se acerca hasta colocarse a mi lado brindándome una especia de sentimiento que me dice que le cuente, que podía confiar.

Hace que me sienta correctamente y toma lugar a mi lado, me obliga a apoyar la cabeza en su hombro, cierro los ojos un tanto mareada, paso la mano torpemente por mi rostros queriendo despabilarme de alguna forma.

La nariz me picaba y percibía ese nudo en mi interior subir poco a poco hasta quedarse en mi garganta. Poco faltó para que comenzara a llorar.

—No debería de preguntarlo, pero ¿por qué? —ladeo la cabeza riendo.

—Pese a que no deberías, lo estás haciendo —giro a mirarlo, sus ojos están más brillosos que de costumbre. Y temía a ese brillo porque lo reconocí al instante, carraspeo—. Mi madre es muy...difícil. Al parecer ya tenía decidido qué quería que fuera y cómo, en pocas palabras, quería que fuera como ella quiere —cierro los ojos, trago saliva temblando por los nervios, bajo la mirada a mis manos—. Me metió a un instituto de señoritas al cumplir los doce, por supuesto en contra de lo que yo quería.

Abro los ojos, recordando...

>> El primer año fue horrible. Fue difícil adaptarme a las miradas de todos. Aunque no lo creas, era muy tímida. Muy buena niña, había cumplido a esa edad lo que ella codiciaba: era educada, respetuosa, amable, paciente, callada y tranquila. Cuando a actitud se refiere, era toda una señorita decente, según sus palabras.

Mi cuerpo tiembla al recodar todo, todas esas maestras que comenzaron a ensañarme cómo comportarme desde los seis, las golpizas al no cumplir con algo que hayan dicho o dictado, las golpizas cuando hacia algo mal.

Siento a flor de piel la impotencia y miedo que sentí en ese entonces, las heridas, el dolor.

Trago saliva, sonriendo.

Una sonrisa que escondía lo destrozada que estaba, hago un sonido con mi garganta intentando limpiar mis ojos. No servía de nada, siempre lloraba al recordarlo, ¿por qué no lo haría al contarle a alguien?

—¿Qué paso? —susurra, me tenso.

Tomo una larga respiración para decir esas palabras, más que eso, tomo de mucho valor para reconocerlo frente a alguien más.

—Abusaron de mí —confieso, dando otro sorbo a la botella, con el estómago removiéndose del enojo, del miedo, resentimiento, rabia—. Y estuve ahí hasta los quince, cuando logré escapar.




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