Cuéntame una historia

II.

 

"Parte dos".


Capítulo 16.

—No sobre pienses, te dije que lo solucionaremos —farfulla con total tranquilidad, trago saliva ojeándola, vamos solas las dos en la camioneta, Stan conduciendo—. Cumplo mis palabras

Tuve que tomar un tranquilizante, y siento que no me hizo nada. Todo sigue a flor de piel. Remuevo mi trasero en el cuero del asiento, incomoda.

Miro hacia atrás verificando si Noah y Clint nos siguen.

—No todas —murmuro mirando por la ventana, suspiro—, ¿por qué estas ayudando? Sé que prácticamente te lo supliqué, pese a eso, ¿por qué lo haces? Pudiste negarte y dejarme a la deriva, como siempre.

La escucho suspirar, la imito.

No sé por qué le cuestiono esto. Tal vez estoy cansada de intentar adivinar cómo carajo es nuestra relación.

—Duras un par de años sin verme y ve lo que pasa, es obvio que me necesitas —alza los hombros, ruedo los ojos asintiendo sin ánimos de debatirlo.

No me sorprende la frialdad y tranquilidad con la que lleva todo esto, me sorprende más que este involucrada. Y ni tanto, ya la escuché, no ayuda porque le interesa mi bienestar.

Ayuda porque cree que la necesito, y pensar que siempre la necesito es un triunfo para ella.

—Hubo un momento en donde te necesité mucho más y no estuviste.

Gira el rostro, quitándose las gafas, trago saliva sonriendo falsamente. Mamá aprieta la mandíbula mirándome unos segundos, para luego aflojar su rostro.

Y noté esa mirada que se obligó de ocultar tras rodar los ojos, esa mirada brillosa y melancólica. Tan notable que me ocasionó unas ganas de llorar, era inmensa.

—Sí estuve, Arlene. Soy tu madre, siempre estoy para ti —arroja con su mayor cinismo, chasqueé la lengua negando con mi dedo.

—Yo lo recuerdo diferente.

Quería distraerme, y sacar ese tema era una forma de hacerlo y de saber algo más de ella. Aunque luego terminemos discutiendo ambas.

—Por supuesto que lo recuerdas diferente, siempre me has visto como la mala del cuento. La Reina malvada, ¿no es así? —me tenso, golpeo mi rodilla con mis palmas analizando sus palabras—. Siempre buscas a quién culpar de tu dolor, ¿te has puesto a pensar que lo que hoy te duele mañana te fortalece?

Suelto una risilla llena de ironía.

—Seguramente es lo que te dices luego de durar horas llorando por tu dolor interno —hago una mueca divertida, apoyo la cabeza en el espaldar mirándola con curiosidad—. Dime, mamá, ¿acostumbrarse al dolor es una forma de sanar?

Muerdo mis labios, ella gira la cabeza poniéndose los lentes, quedando sin palabras con las mías, trago saliva al ver una lágrima escurridiza en su mejilla.

Llora.

Había logrado hacerla llorar.

—No lo es, pero es lo único que te queda por hacer. Sentirlo, llevarlo contigo hasta que sanes, y si no puedes, sigues adelante con él a rastros —sonríe temblando, exhalo igual de conmocionada que ella y me acerco, no tanto, pero me acerco—. ¿Qué estás haciendo, Arlene? —inquiere en tono divertido.

Sonrío, es la primera vez en años que la escucho de ese modo. O bueno, la escucho de ese modo conmigo.

Es un avance, ¿no?

—Los abrazos son analgésicos naturales —comento mordiendo mi mejilla, mamá bufa.

—No voy a abrazarte —puntualiza.

Exhalo, rodando los ojos, témpano de hielo le dicen.

—No esperaba que lo hicieras —miento—, si no lo hiciste cuando regresé a casa después de estar meses desaparecida, ¿por qué hacerlo en esta ocasión? —aclaro mi garganta cruzándome de brazos—, sigues igual —murmuro para mí con un desazón en la boca.

La oigo sorber de su copa y exhalar notoriamente, los minutos que faltaban para llegar a la policía se fueron rápido.

Por supuesto que iríamos directo a donde ellos, no perdería tiempo en algo tan grave como esto.

Mi libertad estaba en juego.

Me bajo de la camioneta cuando Stan se estaciona, entro con rapidez buscando con la mirada a Garret o al detective raro.

—Disculpa, busco al oficial Garret —anuncio a uno de ellos—. Es urgente.

Asiente sin apartar la mirada de los papeles que lleva en la mano, frunzo el ceño con pesadez.

La falta de educación abunda por aquí.

—Se encuentra ocupado, está interrogando a un sospechoso —alza la mirada, queda como un estúpido mirando detrás de mí, frunzo los labios dirigiendo la mirada allí. Vuelco los ojos—. Vaya.

—Sí, sí, muy hermosa. Lo dicen mucho, ¿se tardará el oficial? —estuvo a punto de contestar, pero sucedió algo que llamó completamente mi atención.

Una morena con el cabello rojizo camina con lentitud e inseguridad hacia mí, solo cuando veo su rostro es que noto quién es. La cosa pasa en cuestión de segundos, ella se coloca enfrente de mi persona con la mirada preocupada y el rostro contraído.

No esperaba verla en varios días.

—¿Gigi? ¿Qué haces aquí? —cuestiono de una vez, el policía se excusa retirándose y dejándonos solas.

Aclara su garganta mirando tras de mí, giro mi cabeza al notarla desconfiada. Suspiro, Noah y Clint se encuentran junto a mamá, sin apartar la vista seria y analítica de nosotras.

Solo que una juzga todo a su alrededor como si fuera Dios, o un ser superior a todos los que están en esta habitación.

—Lo mismo pregunto, ¿qué haces aquí? Se supone que durarías el finde de semana lejos de aquí... aunque, bueno, te tomaste más que un finde. Da igual, ¿quién es la señora tan elegante y... perfecta? —bufo relamiendo los labios.

—Ariadna Mosley, mi extravagante y cariñosa madre, lo último es sarcasmo. Tuve que volver, los problemas no cesan —doy el dato, ella asiente sin molestarse en ocultar su asombro por la presencia de mi madre, resoplo—. Ya. Dime qué haces aquí.

Pestañea, saliendo del hechizo Mosley, el cual al parecer funciona con ambos géneros. 




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