Estaba yo y mi padre camino a casa cuando nos asaltaron, nos llevaron en una moto, acordamos que le daríamos el dinero, pero ellos nos dejarian donde nosotros le digamos o habría muertos hoy —sentía que había matado antes o tal vez en otra vida—. Nos detuvimos en un portón donde nos hicieron bajar dos hombres armados, a todos —a los dos asaltantes y a mi—, mi padre había escapado antes, no tuve tanta suerte de poder seguirlo o seguir sus pasos para poder huir con él, veia como uno de los asaltantes parecia estar molestó mientras reclamaba a uno de los guardias, cuando esté le apunto con su arma y el otro callo sus quejas. Cuando volvió nos dijo a su amigo y a mi, que no nos dejarian ir, que este era un lugar peligroso, acordamos que nos dejarian en lugares distintos a mi padre -—que no llego tan lejos a escapar y lo atraparon— y a mi, suerte que él escogió un lugar cercano, yo uno lejano donde tenía una reunión. Cuando entendí la situación, hombres armados, una casa tipo mansión y alejado de ya una gran urbe, nada mas que una montaña, a sus espaldas le dije al asaltante:
— ¡Imbécil! ¡Solo tenías que ir al lugar acordado! ¡Teníamos un trato! —no recuerdo muy bien el porque dije eso. Él respondió con miedo, pero no hacía mi.
— Tome un atajo, no sabía de este lugar recordé como eran, eran asaltantes de poca monta, con miedo si alguien les planta cara, por eso pude llegar a un acuerdo con ellos, ellos no tenían el control de la situación
Los dos guardias me hicieron entrar a un espacio donde se encontraban un niño, dos niñas y una madre, los otros dos asaltantes... Nunca volví a saber de ellos —pero dudo que los hayan dejado ir—. El niño era un mal ablado, un malcriado, su presentación hacia mi fue un insulto y la despedida una patada, cuando quizo darme una segunda le detuve firmemente mientras lo veía con una mirada que comprendiera que al molestarme peligraba su vida, se puso a llorar, me sentí culpable, era tan sensible por dentro como aparentemente duro por fuera, empecé a cantarle —cualquier canción de cuna o la que una vez oí de mi madre—, por lo que lo calmó eventualmente. Una chica se acercó detrás del niño y lo tomo, me hizo a entender que era su madre y me dijo:
— No es culpa suya, como niño a imitado lo que ha visto
Las dos niñas eran encantadoras y veia como las dos mujeres jugaban con los tres niños pero eran como yo —prisioneros—. Pasaron los días y me fui hacerando a ellos, parecía una pequeña comunidad alegre, aunque el destino de sus vidas era incierto. Aún recuerdo una conversación que tuvimos mientras jugábamos con los niños, el juego era la cocinita —como lo solian llamar o suelen llamando—, a las niñas les gustaba cocinar, por otro lado a me me tocó hacerlo, para ver sonrisas tome un poco de piedras pequeñas y los puse en un pequeño plato
— Sopa de piedras, el especial de la casa —dije sin mas.
Pude verlos sonreir a todos, una de las mujeres se acercó y puso un poco de gelatina encima a modo de seguir con el llenado del plato, así hasta que terminamos con el reto de comer lo que habíamos "cocinado"
— De saber que lo comeríamos no hubiera puesto piedras —dije.
Cuando terminamos vimos que los niños no estaban, buscamos pero no encontramos, mi gatito —que no sé cómo es que terminó ahi— se asomo desde su escondite, lo ví y me dijo que me había seguido y que necesita alcanzar esa pared de allá para salir y avisarles que estoy aquí —me parecía tan natural que ablaran al igual que a mis compañeras de celda—. Cuando entro el encargado de todo aquí, parecía hombre de temer y empezó a regañar a las mujeres, con insultos que hasta mi me ofendieron, hasta que una mujer entre lágrimas tomo el arma del jefe y me apunto diciéndome:
— Disculpame, pero... ¡Todo es tu culpa!!
Me quedé atónito, moriría aquella noche, no, note en sus ojos que lo que haría, era dispararle al jefe aprovechado, lo fuerte de la escena para todos, no podía esperar menos de esa mujer, decidida y siempre con un plan, pero el jefe con un golpe la arrojó al suelo, tomo el arma, ví su sonrisa —sonrisa de haber frustrado su muerte—, pero la mujer logro disparar antes de ser redibada, el disparo callo encima de mi cabeza, la vi cuando lo decidió, en cuestión de un segundo antes que el golpe llegará a ella supo que el plan había fracasado y disparo hacia arriba —¿Porqué? ¿Cuál era su plan? Ella siempre tenía un plan—. Ella le dio una cachetada al jefe y Julio —el pequeño niño que en un princio dije que era un malcriado— adentró con el jefe.
¡Era una distracción!¿Pero por qué alertaría a los guardias con ese disparo?
Podía haberse sacrificado y darnos una oportunidad de huir... Recordé que ella quería ver el mundo, no morir en un lugar sin nombre, no quería que nosotros escapemos, quería que todos lo hiciéramos. Me escondí esperando a los guardias, vino uno preguntado a la otra mujer de la ubicación del jefe, cuando de un movimiento rápido hizo que resbalara un guardia y el otro volteo a verlo, tome su arma y disparé, uno menos, el otro en lo que tardo en levantarse su vida acabo, ahora faltaba uno y sacar a aquella mujer al mundo. Encontré al jefe buscando a la mujer con una escopeta, cuando en eso volteo y la escopeta calló al piso, le di en la mano, tenía preguntas para él, saco un arma de su chaqueta y me disparó, mi gatito salió a mi rescate, pero fue de una patada del jefe, que callo inerto en el suelo —había aceptado morir cuando ví el cuerpo inerto de mi compañero animal, me hervía la sangre—, tome el arma y disparé. El jefe sin quedarse atrás, disparo otra vez y le volví a responder, ambos con fuerza de voluntad con el último deseo de ver morir a uno primero que al otro. Mire hacia sus ojos para ver su cara de desesperación, pero era tarde, estaba muerto —yo gane— la mujer salió de su escondite llorando cuando vio lo sucedido, había actuado bien atrás ahora lloraba de verdad...
Yo había muerto, estaba muerto por completo, pero por alguna razón podía ver mi cuerpo muerto en ese momento, sin moverse, y yo confundido él porque seguía en este mundo. La mujer no paraba de llorar, pero me auxiliaron —querian que viviera—, así que vino una ambulancia, al parecer ya todo había acabado —era de esperarse... El jefe había muerto— llegue a una sala, parecía ser un quirófano, donde me pudieron algo, no pude ver muy bien que fue, pero de lo que si estaba seguro, es que mi alma seguía rondando por ahí y nadie lo notó. De la nada mi alma regreso a mi cuerpo y mi cuerpo a la vida, pero tan grave a de estar en ese momento... qué sentí mucho dolor, por un lapso de tiempo quise que mi alma se volviera a salir de mi cuerpo para no sentir el dolor.