Cuentos de ciencia ficción

Fin del viaje

Andaba conduciendo por la ruta, pensando solo en ver a mi madre que me esperaba. Tras largas horas de viaje, al fin conseguí visualizar el letrero de bienvenida a la provincia del Paraguay. Tan solo bastaba con cruzar el puente y de vuelta a mi hogar.
Pero, entonces, apareció un extraño portal que amenazaba con absorberme, con todo y auto. Intenté detenerme, pero fue inútil. Mis frenos no me respondían.
Y al instante, me encontré con una larga fila de autos que se amontonaban por el puente. En vez del sencillo letrero, me encontré con una construcción rodeada de oficiales, algunos vendedores ambulantes y un gran grupo de personas que hablaban en un dialecto extraño.
Y mientras me preguntaba qué estaba sucediendo, un oficial me indicó que estacionara el auto en un sitio específico.
Obedecí. No tenía nada que temer, debido a que mis antecedentes estaban limpios y llevaba mi licencia de conducir en la billetera.
Contrario a lo que esperaba, el oficial no se me acercó. Solo dio un ligero saludo con la cabeza mientras me decía:
— Bienvenida a Paraguay.
Bajé de inmediato y le pregunté:
— ¿Qué es este lugar?
El policía parecía contrariado con la pregunta, pero aun así me respondió:
— Esta es la oficina de migraciones. Para pasar por el país, debes mostrar la documentación y la carta verde del vehículo.
— ¿País? ¿Cómo que país?
— ¡Hey! ¿Se encuentra bien?
Me alejé del oficial, quien seguía mirándome como un bicho raro. Yo lo tomé como un lunático y quise creer que me había equivocado de ruta. Sospeché que me situaba en la frontera con Bolivia, pero ese sería un gran desvío y no había forma de cometer ese grave error en mi viaje, al menos que el GPS me haya jugado una mala pasada como suele suceder en trayectos largos.
“Debo saber qué está pasando aquí”, pensé, con determinación.
Seguí a la multitud de viajeros que iban a un mismo lugar, en fila. Y ahí casi caí de espaldas cuando me topé con un feroz cartel que decía: “BIENVENIDOS A LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY”.
“¿República? ¿Cuál república? ¡Si siempre fue una provincia! ¿Acaso se independizó mientras viajaba? ¡No puede ser!”
Traté de controlarme, la fila se estaba moviendo y estaba segura de que, ahí, obtendría las respuestas que buscaba.
Cuando llegué a la oficina de migraciones, me acerqué a la chica que atendía a los visitantes y le dije:
— Disculpa, pero creo que hay un error. Se supone que Paraguay es una provincia, no una república. ¿Cuándo fue la independencia? ¿Y por qué no salió en los diarios?
La chica me miró como si estuviera loca. Y, alzando una ceja, me respondió con voz seca:
— La independencia fue en 1811, señora. ¿Vivís en un termo?
— ¿Qué? Pero…
— Señora, no sea letrada y dame los documentos.
Detrás de mí escuché los abucheos de la gente, debido a que me estaba demorando mucho y querían que avanzara la fila. Así es que no tuve otra opción más que mostrarle a la chica de migraciones mi DNI, pasaporte y licencia de conducir. Ella los miró, pero tardó bastante en analizarlos. Al final, se levantó con una cara de desconcierto y se fue.
Un par de minutos después, regresó acompañada de un oficial, quien se me acercó diciéndome:
— Acompáñeme, por favor.
Fuimos a una pequeña pieza, donde otro oficial tomó mis documentos y los examinó. Luego, me miró con la misma expresión de incertidumbre que la chica de migraciones y me preguntó:
— ¿Señora Gutiérrez?
— ¿Sí? Soy yo.
— Hay un problema con sus documentos. Su DNI no corresponde con la versión actualizada (ni la anterior) de Buenos Aires. Y este pasaporte tiene sellos… diferentes, como si fueran falsificaciones. Lo mismo con la licencia de conducir. Decime, ¿quién sos y qué pretendes?
— Solo soy una ciudadana común, que vino a visitar a mi madre enferma.
— ¿Y su madre vive en…?
— En Asunción, la capital de esta provincia.
Ambos oficiales murmuraron entre sí. Luego, el que tomó mis documentos me pasó su celular y me dijo:
— No sé de qué agujero salió usted, pero Paraguay es un país. Solo búscalo.
Mientras buscaba, ya estaba segura de que había sido transportada a otra dimensión. Así era, ese portal me trasladó a un mundo alternativo donde Paraguay es un país aparte. Y mientras hacía una rápida investigación por internet, me encontré con que se independizó en 14 de mayo de 1811 de España, se situaba entre Argentina, Bolivia y Brasil y no tenía salida al mar.
Comencé a temblar. No podía creer lo que me estaba pasando. Tanto los oficiales como la chica de migraciones no mentían. Casi tenía la esperanza de que me estuvieran gastando una broma pesada, pero como corroboré la terrible verdad en internet, no había modo de desmentirlo.
— Tendrá que quedarse aquí hasta corroborar el origen de estos documentos – me explicó uno de los oficiales – quizás… hasta podríamos contactar a un médico para…
— ¡No! – lo interrumpí - ¡En realidad yo vengo de otra dimensión! ¡Ahí Paraguay jamás se independizó aparte de Argentina! ¡Logramos independizarnos de España juntos y nos volvimos una nación fuerte y admirable!
— ¡Suficiente! Cuando descubramos cómo se falsificaron estos documentos, tendrás que ser detenida. Por su bien, señora, quédese aquí y no salga por ningún lado.
Al final no tuve otra opción más que quedarme ahí, a la espera de que decidieran qué hacer conmigo.
Y mientras esperaba, vi que de nuevo apareció el portal de las dimensiones paralelas.
Esta vez dudé: ¿Y si me mandaba a otro mundo que no fuera el mío? ¿Donde Argentina fue invadida por los ingleses? O peor aún, ¿Donde los alemanes ganaron la Segunda Guerra Mundial?
Escuché unos pasos. No podía dudar más, debía escapar de esa pesadilla llamada “República del Paraguay”.
Cerré los ojos y crucé el portal. Cuando lo atravesé por completo, miré a mi alrededor y me di cuenta de que ya no estaba en el departamento de migraciones, sino delante de unos departamentos y un par de tiendas. Ahí vi a una vendedora de verduras y, acercándome rápidamente a ella, le pregunté:
— ¿Es esta la provincia del Paraguay, verdad?
— Sí, señora – me respondió la vendedora, con tono gentil - ¿Se siente bien?
— Sí, eso creo…
Respiré aliviada. En verdad conseguí regresar a mi dimensión. Pero entonces me percaté de un pequeño detalle: mi vehículo y documentos quedaron en la línea alterna del Paraguay republicano.
Me llevé una mano al frente, pero, luego, me dije a mí misma que ya no importaba, que sería riesgoso regresar ahí y correr el riesgo de que me atraparan. Seguro que, a esas alturas, me buscarían frenéticamente, pero me daba igual. No importara si cavaran la tierra, no hallarían ningún rastro de mí más que mi auto y los documentos.
Con eso en mente, me acerqué a la comisaría más cercana para hacer mi denuncia por robo de documentos. El oficial a cargo me aseguró que prepararía el documento para que volviera a gestionarlo en el departamento de identificaciones.
Una vez que me entregó la solicitud de denuncia, lo guardé en el bolsillo de mi pantalón sin detenerme a leerlo. Tomé un taxi y dije la dirección de mi casa sin equivocarme. Por suerte, llegué justo a tiempo y me alegré al ver la casa de mi infancia tal como lo recordaba en mi última visita.
Pero todavía no debía aliviarme. Posiblemente, me encontraría con alguna sorpresa, como, por ejemplo, que esa no fuera mi casa, o que mi madre no fuese mi madre porque decidió no tener hijos, o qué se yo. Pero no había marcha atrás, debía seguir avanzando.
Toqué el timbre un par de veces. Y cuando se abrió la puerta, mi madre me recibió con una cálida sonrisa:
— ¡Hija! ¡Qué bueno que hayas llegado!
— ¡Ay, mamá, tuve un contratiempo terrible! – le dije, sin evitar abrazarla mientras respiraba de alivio.
— ¿Contratiempo? ¿Qué sucedió?
No le respondí. Como ni yo misma me lo creía, mucho menos me creería ella. Así es que solo atiné a responder:
— Me robaron. Pero hice la denuncia y pronto podré gestionar un nuevo DNI.
— ¡Ay, por el rey de España! ¡Esto es el colmo!
— Es la primera vez que escucho esa expresión, madre.
— ¿Eh? ¡Pero si siempre lo digo! ¿De verdad estás bien?
Asumí con la cabeza, pero no podía evitar sentirme intranquila. Mi casa estaba igual que siempre, mi mamá tampoco cambió. Todo estaba tal como lo recordaba. Pero sentía que algo no cuadraba.
Cuando me dirigí a mi habitación para acomodarme, saqué la nota de denuncia de mi bolsillo, extendí el papel y sentí que mi alma caía por los suelos al ver que, en donde debían poner “República de Argentina” decía: “Virreinato del Río de la Plata”.




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