Una mañana del 1956, el pueblo de Nuhiom se despertó exaltado por un sonido muy fuerte. Salieron a curiosear que es lo que había provocado tal estruendo, contemplando un agujero bastante grande en la tierra, que albergaba, una especie de ser baboso, de poco volumen y desagradable aroma.
Charles, la persona más vieja del pueblo, había acudido a la escena, y asombrándose por el suceso, se mostró muy perturbado.
Esa cosa había vuelto a caer del espacio para volver a causar terror en aquel pueblo de Nuhiom.
Pasaron los días y mucha gente abandonaba el pueblo después de visitar a Charles, yo no sabía el porqué de la situación. Hasta que por fin me atreví a preguntarle sobre aquello que había caído del cielo.
Sus palabras me habían helado la sangre.
En 1886, cuando Charles tenía apenas diecinueve años, había congeniado bien con Jonathan, un tipo de la universidad, un lugar que ahora era el museo de Nuhiom. Jonathan tenía miras a ser un criptobotánico, una rama de la biología fundamentada en cuentos y leyendas de plantas y cosas monstruosas, que para la mayoría de la gente habrían sido patrañas de abuelos locos, pero Jonathan estaba seguro de que lo iba a lograr. Lo hubiese logrado si aquella noche del 2 de junio de 1887 nunca hubiese caído aquel tejido viscoso de repugnante aspecto y olor. Aquella noche, el horror se desataría en Nuhiom, pueblo atestado de recuerdos horribles. Un escalofrío me invadió al recordar el aspecto de esa noche tan tranquila, una noche hipócrita con ingrata luna y macabro universo.
Notaron el destello lejano de un pequeño meteorito que viajó a toda velocidad con dirección al bosque, a unos cuantos kilómetros de donde habíamos estado. Caminamos silenciosamente, tan silenciosos, que parecía que flotáramos por una energía que emanaba del bosque negro y de frondosos árboles, un misterioso ambiente, que nos hacía imaginar cosas de otras galaxias se posaba en aquel paraje sombrío.
Detuvieron su andar al observar a ciertas cosas que parecían emerger de la tierra alrededor de esa cosa, como plantas. También desprendía gases extraños, fluorescentes. Lo más llamativo, es que esa cosa tenía una forma que no se asemeja a nada de este mundo, no había manera que pudiera describirla, ni en mis sueños, y esa masa gelatinosa seguía ahí, esperando que nos acercáramos a ver qué atrocidades podrían salir de la gelatina que reposaba sobre un fango verde bastante brillante.
De repente, esa cosa empezó a crecer y a crecer y crecer hasta alcanzar una altura mayor a 5 metros. Y de su masa se veía salir pétalos. Estábamos maravillados con eso. Pero ese asombro, se convirtió en terror absoluto, cuando sus pétalos se abrieron y unas ramas que parecían salir de dentro de la planta agarraron a Jonathan de las piernas y lo arrastraron hasta los pétalos.
Charles solo podía mirar la expresión de horror de Jonathan al ser tragado por esa cosa, esa cosa que nunca debió existir.
La cosa se cerró como una flor sobre sí misma, enroscando sus pétalos uno sobre otro. Pasaron horas antes de que volviera a su tamaño normal.
Charles salió del bosque con los primeros rayos de sol iluminando aquel día, sus ojos rojos y ojeras por falta de sueño se veían a simple vista.
Me contó que, esta era mi última oportunidad de dejar el pueblo. Porque si no lo hacía, me volvería loco o moriría.
Él recuerda fervientemente a su amigo, al punto de sufrir locura y alucinaciones. Y que, por las noches, aún se puede escuchar los gritos de Jonathan viniendo del bosque.
Luego de eso, simplemente lo ví salir por la puerta, con dirección a aquel agujero que había sido formado por esa cosa que no debía existir.