ECLIPSE

Dante realmente atravesó la estrella madre, pero nunca lo supo. Caminó por el borde de sus aros incandescentes y sintió el fuego que quema el recuerdo de las almas en agonía.

El poeta atravesó aquel puente que une al cielo del infierno.

¡oh! Efímero eclipse…

permítele al demonio escurridizo ver a su amor allá, en el otro extremo, correspondiéndole la mirada por unos breves segundos.

En la transición de mundos, entre el bien malo y mal bueno, el diablo no era un cuernudo fauno rojizo enterrado en el último círculo de la prisión eterna. Era más bien un hombre anciano, su piel reflejaba eones de existencia. Caminaba junto a las sombras vigilando todo a su paso. Nunca dormía, solo fumaba una gran pipa de tabaco que ahogaba a las almas suplicantes mientras rogaban piedad.

Pensando en esto caminaba por el puente Dante. Pronto quedaría dormido eternamente en la luna celestial. ¿Se trataba de un castigo? ¿A quién? ¿Por qué? Quizás él y Beatriz solo fueron hijos de un amor pasado que seguía latente en aquel universo. Quizás eran el producto de una relación prohibida de antaño, condenada a repetirse. Quizás ellos tomarían posteriormente el lugar del señor sol y la señora luna, esperando eufóricamente a encontrarse en un abrazo eclipsante, donde sus manos se rozarían después de un largo tiempo formando una conexión de breves instantes entre el cielo y el infierno, sellando así, un eterno matrimonio.

Logró llegar el poeta hasta la luna, lugar frío decorado con baldosas de mármol hueso que brillan intensamente ante la presencia de la intensa luz gélida. Hicieron eco sus pisadas por el largo camino. El silencio ahora reinaba el espacio. Los gritos y las súplicas habían cesado. ¿Qué es peor que el silencio pesado resultante del desamor? La luna fue entonces el recuerdo de un corazón caliente y palpitante para el poeta, el calcinante recuerdo de lo que fue, pero no sería más. La luna fue la prisión de un hombre estancado en la memoria.