Cuentos para la hora del café

Noches de aquellas...

Entre caricias de medianoche, llegué a sentir su cuerpo muy cerquita al mío. Sus fuertes brazos me sostuvieron durante el levitar de dos almas. Mis pies flotaban entre aquel lecho fabricado con nubes y estrellas.

¿Quién era aquél sujeto? ¿Me amaba? ¿Lo conocía? Estaba tan extasiada. Sin duda alguna fue una noche de pasión. Hubo miradas furtivas, casi que un amor a primera vista. ¿Sería la cantidad de tiempo sola lo que me hizo amarlo repentinamente? ¿Por qué me abrí a él como una flor de loto que pena por un colibrí curioso? ¡Vaya noche excitante!

Debo aceptarlo, al principio llegó a avergonzarme mi apariencia: mi piel pálida y agujereada, mi aroma pútrido, mis cabellos opacos y quemados. No sé ni que decir de aquellos luceros que solían decorar mi rostro, ahora no son más sino dos esferas que miran profundo hacia la nada.

Pero él, él que es un caballero, él que es un hombre de aquellos pocos que reviven el alma, me miró, me amó, me abrazó, me fecundó bajo las estrellas y bajo la mirada cómplice de mis hermanas las ánimas. Yo que llevaba tiempo de ser asesinada, en aquel ataúd profanado, tuve una noche de aquellas que no se dan en vida.




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