Breanna se levantó temprano, como todos los días. Se arregló y bajó las escaleras. Se sorprendió al encontrarse con un ambiente tan oscuro y lúgubre.
Caminó hasta la cocina, no había nadie, ni en los cuartos, o el baño. Solo quedaba la sala por revisar.
Se acercó poco a poco, extrañada por los murmullos. Al entrar vio muchas personas, todas vestidas de negro. Las cortinas cerradas. Completamente diferente a lo que esperaba.
Entre el barullo divisó a su familia: su madre, su padre, sus hermanos... Todos tristes y llorosos. Su madre parecía desecha, llorando y gritando frente a una caja.
Ahí fue cuando Breanna se fijó por primera vez en la caja. Era un ataúd, a su lado había coronas y ramos de flores y personas conocidas lloraban a su alrededor. El olor de las flores inundaba el ambiente.
A Breanna el terror le inundó el pecho: ¿habría muerto alguien cercano a ella? ¿Algún familiar? ¿Algún amigo? ¿Por qué no le habían avisado?
Se acercó poco a poco, nadie parecía notar su presencia.
Un cristal recubría la parte superior. Aunque mirándolo bien, parecía un espejo. Breanna estaba segura de que su reflejo le devolvía la mirada.
Sintió un escalofrío, la inundó el terror, la angustia y el reconocimiento. No era solo un reflejo, era ella, atrapada en la muerte mientras el mundo lloraba su pérdida.