Anne se despertó sin saber por qué. No había ninguna razón aparente.
Miró a su alrededor y vio una muñeca, tenía el pelo y los ojos rojos, perturbadores, que te invitaban a apartar la vista.
Probablemente fuera de su hermana, que estaba de visita en su casa. Seguro la había dejado en su cuarto.
Intentó volver a dormir hasta que sintió un ruido en la planta baja.
Bajó las escaleras con cuidado y en silencio. Ya no se escuchaba sonido alguna más allá del cantar de los grillos y el sonido de la noche, relajante en otros momentos, ahora, perturbador, como si un aire extraño se hubiera apoderado de la casa.
Pasó de largo por la sala y fue a la cocina.
No encontró nada, salvo lo que parecía el cuerpo de una muñeca en una silla. Una muñeca de gran tamaño. Al parecer su hermana había dejado regadas varios juguetes por toda la casa. Era algo común en ella que Anne encontraba tierno y la hizo sonreír.
Algo llamó su atención. La muñeca parecía no tener cabeza.
Se acercó. Enseguida deseó no haberlo hecho. La muñeca traía un vestido rosado, el mismo que le había puesto a su hermana justo antes de ir a dormir. Pero ya no era el color rosa el que predominaba, sino el rojo intenso de la tela a la que se le adhiere sangre.
Horrorizada dió varios pasos hacia atrás. Su corazón comenzó a latir rápidamente llenando todo el silencio.
Más, otro sonido comenzó a perturbar la calma. Pasos, al parecer bajando las escaleras. Anne los sentía cada vez más cerca. Podía sentir una respiración acompasada. Un sonido como de madera chocando contra la madera.
Y justo cuando pudo sentir una presencia a sus espaldas, en el momento en que se giró, unos ojos conocidos le devolvieron la mirada...
Despertó.
Con la respiración agitada y un grito abrió los ojos. Respiró hondo. Fue solo una pesadilla, su hermana debía estar durmiendo tranquilamente en su habitación, iría a comprobarlo y luego volvería a dormir.
Pero justo cuando se sentó en la cama y se volvió hacia la puerta, una muñeca con ojos rojos le devolvió la mirada. Anne podría jurar que sonrió.