Cuentos que quieren ser algo más

(CC) Mi abuela es un lobo feroz

 

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CUENTOS QUE NACIERON PARA LUCHAR,

PERO QUE SE RETIRARON A TIEMPO PORQUE APRENDIERON

ALGO MUCHO MÁS VALIOSO.

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Llegué a casa y me senté a la mesa en la cocina, rebuznando como un burro. Es que me sentía ruda y poco inteligente, porque había dicho algo malo en la escuela. Pero qué malo, ¡malísimo! Todos se rieron. La maestra me mandó a lavar la boca con agua y con jabón, y yo me puse mal porque era mi maestra preferida, esa que todos los viernes me traía fotografías para que yo escribiera cuentos.

Pero no estaba así de mala por la maestra. Ella no me hizo enojar así. Estaba enojada por otra cosa.

Mamá entró en la cocina poco después y me dijo:

—¿Por qué esa cara larga?

Por supuesto que mamá se daría cuenta. ¡Mamá siempre se da cuenta! Nada se le escapa, y ¿cómo no? Con esos ojos azules tan grandes que parecen contener el cielo, ojos de lechuza. Nada escapa a los ojos amorosos de mamá y, por lo general, tiene una respuesta para todo.

Menos para esto. Entender y cambiar a las personas casi siempre es difícil: entender y cambiar a los monstruos, imposible.

–En la escuela leímos el cuento de Caperucita Roja –susurré mi respuesta entre dientes, como quien no quiere la cosa.

–¿Y eso por qué te pone mala?

¡Ay, mamá! Eres tan buena que no entiendes, o tan ilusa que no puedes, o estás tan dañada que no quieres.

–Luego nos preguntaron por nuestras abuelas –seguí, y ella se tensó. Ya veía por dónde venía el problema–, y yo les dije que la mía era un lobo feroz.

A mamá se le escapó una carcajada tan fuerte que, aunque me resistí, se me acabó contagiando, y enseguida estábamos las dos despatarrándonos de risa. Mientras bromeaba ella se puso a preparar la comida, y me dijo que sacase al perro y que pusiera la mesa, pero que antes me lavase las manos; yo pienso que nuestra conversación le afectó de veras, porque no se dio cuenta de que me ordenó lavarme las manos antes de tocar al perro.

Me senté un rato con mi perro-lobo (de ascendencia muy pero muy lejana), y no pude evitar recordar a la abuela cuando acaricié su pelo gris y chuso. Pero Barh me inspira amor, ganas de abrazarla y de rascarle la panza; en cambio la abuela me hace sentir descompuesta. A veces la comparo con tragarse una bola de pelos (ella es la bola de pelos), pero probablemente sea peor.

A veces, la abuela me parece una criatura mística nacida de un cuento de pesadillas.

Todo conocimiento y sabiduría, ella es quien te atrae con sus extraños aromas a ropero viejo, a bolitas de naftalina y a melancolía. Te hace verla desgastada y quebradiza, como si fuera a romperse si no la miras y la cuidas. Quiere que vayas y te sientes con ella simplemente a estar; pero de a poco empiezas a ponerte triste. Te agarra un no sé qué en las tripas y sientes que estás en un lugar malo, que hay alguien acechándote en los rincones, en las oscuridades de la casa [hay distintos tipos de oscuridades en la casa de un lobo (aunque sea mediodía)]. Sabes que lógicamente nada va a pasarte porque es tu abuela y es tan frágil como una ramita, pero no puedes desterrar ese miedo que te invade.

Luego recuerdas lo que ella hace. Recuerdas lo que esa mujer se calla.

Y te das cuenta de que no es tan frágil como parece.

La abuela es una encantadora de oídos. Es una maga, una flautista que embruja a los niños y una susurradora de animales salvajes, una maestra de la actuación. Siempre que estoy confundida me dice: cuida a tu mamá, no siempre va a estar, cuando en el fondo yo sé que en realidad me está pidiendo que la cuide a ella. No puede pedírselo a mi mamá porque mató a su hija lentamente a lo largo de estos años. La mató con indiferencia y con mentiras, siendo mezquina, de todas las formas posibles en que puede matar una abuela sin dejar de ser del todo abuela. Se sienta y nos mira en busca de una oportunidad para atraparme con sus dedos largos y sus uñas afiladas. Ella también tiene el cielo en su mirada, pero a diferencia de mamá ella no es un búho o una lechuza. Es un lobo con alma de buitre al que le cuelgan retazos de piel de conejo, porque ni los disfraces se fían ya de ella.

¿Cuándo va a detenerse la abuela? ¿Quiere devorarme porque perdió a mamá? ¡Pero si ella misma se la comió!

O quizás quiere que entre por mi cuenta en su panza, que me invite, para no sentirse tan sola después de todo lo que le hizo.

No gracias, abuela: a mamá la cuido yo, y tranquila que lo hago mucho mejor que vos. Tu casa no es para nosotras, que corremos libres por el bosque y nos hacemos amigas de todos los animalillos que también te comiste, cuyos restos tiraste por ahí a su suerte. Somos más fuertes, y de cada mordida nos reponemos. Quédate metida en la cama y no salgas, que mientras tú nos acechas nosotras seguimos jugando, cantando y bailando. Nadie se atreverá a molestarte, porque todos sabemos que en la casa de la abuela vive un lobo feroz.

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Gracias por leer Cuentos de Concursos (7). 

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