Bajo el grisáceo y contaminado cielo, en una ciudad cualquiera donde hace un par de siglos rebosaba vida, ahora sólo era un cementerio más. Una mujer de cincuenta y tres años considerada anciana por la baja esperanza de vida, contaba historias a los más pequeños del clan, de cuando la tierra aún no estaba moribunda y la vida se sostenía bajo una realidad inventada, que nuestra propia especie había creado y en la que siempre se había mantenido. Los jóvenes no entendieron el significado de aquellas palabras. Para que lo comprendieran, la mujer sacó una cajita donde guardaba una brillante joya, reliquia de su familia. Mientras los oyentes observaban sorprendidos la belleza del abalorio, ella explicaba que en aquella realidad, lo más valorado era lo material y todo aquello que pudiera reconfortar sus vidas, sin preocuparse del daño infligido a nuestro hogar, seguros de que nada malo podría pasar. Un día la naturaleza nos dio nuestro merecido. Tras la hecatombe, aprendimos que lo importante de vivir, siempre fue la propia vida. Ya era tarde, habíamos perdido nuestra reliquia más preciada. La única y verdadera joya siempre fue la madre tierra.
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Dentro de mil años, cuando lo importante de vivir, sea en sí la propia vida. Cuando el dinero no valga nada y dejemos de vivir en una realidad inventada. Cuando sintamos alegría por ver crecer un mango entre árboles que ya no dan frutos a causa de la destrucción que habremos dejado tras nuestros pasos a lo largo de la historia. Cuando le damos el valor que se merece a la madre tierra, la única madre que tiene la humanidad y dejemos de ser hijos desagradecidos. Entonces y solo entonces valoraremos y respetaremos realmente la vida.
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Me asomo a la ventana y la brisa del mar acaricia mi cara. Los pulmones se llenan de un intenso olor a sal. El sol calienta mi piel. Los colores que dibuja nuestra tierra son tan perfectos, que lo único imperfecto que posee es esta sociedad avariciosa que no cuida lo que tiene. Maltratando nuestro hogar, extinguiendo la diversidad, sin pensar en que todos nuestros actos el karma los devolverá. Tengo el alma rota. Me siento defraudada. No hay mayor ciego que aquel que no desea ver. Un día esos colores se apagaran, quedando en el olvido, sumidos en la oscuridad.