Cuentos Relatos y Microrelatos

Venganza justiciera. parte II

Tumbada sobre el camastro observaba la luna llena, tras los barrotes de la ventana de mi celda. Tenía la mente en blanco, no quería pensar en nada. Las luces de la cárcel estaban apagadas hacía un par de horas y el silencio de la prisión sólo era roto por los sollozos lejanos de alguna presa nueva. A punto de caer en la inconsciencia del sueño, la luz blanca fluorescente del pasillo, frente a mi puerta, titiló con un chisporroteo que me sacó del descanso. Me acerqué a la ventana de la puerta y, justo cuando llegué para asomarme, la luz dejó de parpadear, quedándose todo a oscuras. Llegando al camastro, de nuevo el parpadeo. Por un instante, la silueta cadavérica de un hombre se asomaba por la ventana de la puerta, fijando sus blancas pupilas en las mías. Tras un nuevo parpadeo de luz, desapareció. Mi víctima había venido a verme, pero no puede perturbarme, pues le di lo que se merecía.

La porra de la policía de turno, a la que le tocaba guardia esa mañana, me despertó de una pesadilla en bucle: Los gritos de tu asesino, que tanto me satisficieron, se volvían sordos, mientras mis manos se convertían en una lava negra que subía por mis brazos, alimentándose de mi alma, hasta cubrir todo mi rostro, y justo antes de entrar en mi, por las cuencas de los ojos, me desperté con los golpes en los barrotes.

—Arriba Lady justicia, hoy tienes visita. Ponte contra la pared.

Obediente, puse las manos contra la pared, mientras me cacheaba por si tenía algún objeto considerado arma blanca. A su juicio y al de todos, era una asesina muy peligrosa. Una vez comprobado, me esposó y, con una mano en mi hombro, la policía comenzó a guiarme por los pasillos hasta llegar a una sala dividida por un panel de metacrilato, una mesa frente al panel y un teléfono.

—Acomódate —dijo mientras retiraba las esposas—. Ahora entra tu visita.

—¿Quién es?

—Tu primo Fernando.

La policía salió de la sala para dejarnos intimidad, y yo, sorprendida, daba vueltas a mi cabeza. “No tengo ningún primo que se llame Fernando”

La puerta se abrió y un hombre cruzó hasta llegar al otro lado de la mesa. Era robusto, de piel curtida, morena y una enorme cicatriz en la mejilla. Dejó ver su dentadura amarillenta con una sonrisa, mientras cogía el auricular invitándome a contestar.

—¿Quién eres? —pregunté de forma violenta.

—¿Sabes? Hay personas que aunque sean despojos sociales, como yo, hijos del mismísimo Satanás, son leales y fieles servidores.

—¿Quién cojones eres? —acompañé la pregunta con un golpe en el panel que nos separaba.

—Si… él era un pobre desgraciado, cómplice de mis fechorías, pero jamás me delataría. Sabía que si lo hacía, acabaría siendo pasto para los gusanos y, al final, se comió la condena para acabar brutalmente asesinado.

—¡Maldito hijo de puta! —el corazón me latía de un modo arrítmico.

—Tantos años perdiste investigando, para nada —mostró de nuevo su asquerosa dentadura amarillenta —¡Sois iguales! Tu carita me trae muchos recuerdos. ¿Sabes quien soy? El que le quitó la vida a tu preciosa hermana.



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En el texto hay: relatos, historias, microrelatos

Editado: 15.10.2021

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