Los cerezos comenzaban a florecer como aquella vez cuando de cachorro jugaba en el parque con su amo, todos los días a pesar de sus entumecidas articulaciones que por su vejez no le permitían avanzar más que un caracol, caminaba hacia el parque, en el camino naufragaba en la isla de sus recuerdos y al llegar se sentaba en frente del viejo árbol de cerezo, hasta el ocaso, pero cuando miraba esto, empezaba a gruñir en lamentos, porque la inmortal figura de su amo empezaba a aparecer mientras que el can comenzaba a desvanecerse.