La carreta avanzó, con las ruedas que levantaban polvo y daban tumbos por la calle, alejándome con su marcha de todo lo que amaba. ¿Quién iba a pensar que mi visita terminaría así?
«La siguiente vez que me vaya será con ella», pensé y me reí como estúpido. Una señora mayor que iba frente a mí me observó con una mueca de desaprobación y luego se recorrió de lugar. Tal vez creyó que le coqueteaba o que estaba loco, pero daba igual, en ese momento todo y todos me daban igual.
El largo viaje por fin terminó y pude llegar a la calle donde rentaba. Compartía una cómoda casa cercana a la escuela con dos compañeros: Florencio y Ermilio. La propiedad era de dos pisos de color blanco con tejas en el techo, dos ventanas abajo y dos balcones en el segundo piso que adornaban la fachada.
Florencio era ese “único amigo”, y Ermilio se nos había unido dos meses antes porque su casera lo despachó debido a sus constantes llegadas de madrugada. Si bien no éramos amigos entrañables estando los tres juntos, podíamos mantener conversaciones agradables. Antes de la escuela no nos conocíamos, veníamos de distintas ciudades y distintas costumbres.
Pronto estuve en la puerta cargando mi maleta. Metí la llave con urgencia porque me sentía muy cansado y necesitaba echarme a dormir.
—¡Ey!, hasta que se presenta el señor —me saludó cortés Florencio.
En cuanto entré me topé con él, estaba sentado en la mesita redonda donde las damas tomarían café si vivieran mujeres allí.
Ermilio salió de la cocina con una taza de té y me observó pensativo.
—A ti algo te pasó. —Me apuntó con su dedo y sus ojos grises brillaron porque a él le gustaba dejar en evidencia a los demás.
En ese momento me pregunté si tanto se me notaba. «¿Acaso en mi juventud yo era una caja de cristal en la que se podía ver los sentimientos que contenía?». Lo que sea que fuese, él lo vio.
—¿Qué te pasó? —intervino Florencio y se concentró en mí para inspeccionarme—. Yo lo veo igual de flaco.
—¿Qué fue? —Los labios de Ermilio se elevaron al preguntar—. ¿Mujeres o una tragedia?
—Voto por la tragedia —dijo Florencio y acompañó la sonrisa de Ermilio.
Di dos pasos hacia ellos y levanté la cara, orgulloso.
—No. ¡Es una mujer! —Ermilio respondió antes que yo. Hasta se podía decir que se sentía contento—. ¿Es de tu pueblo?
—Sí, es una mujer, y sí, es de mi pueblo —lo solté y me sentí triunfante.
Ambos ya tenían un compromiso pactado con dos damas de sus respectivos pueblos desde antes de entrar a la escuela, solo faltaba yo.
—¡Ya era hora! Por fin vamos a dejar de tenerle lástima al solterón. —Ermilio dejó su taza sobre la mesita donde estaba Florencio y me dio un fuerte abrazo.
—Yo no le tengo lástima —rebatió Florencio y también se levantó para darme un apretón de manos. Si en una cosa coincidíamos, era que nos gustaba ser un poco más reservados. Tal vez por eso me caía tan bien.
—Pienso comprometerme en diciembre.
—¡Eso es todo! Con mayor razón ¡esto hay que celebrarlo! —A Ermilio le encantaba la farra y cualquier pretexto servía para embriagarse—. Florero, trae la botella de mezcal que traje. Van a probar un exquisito manjar.
—Florencio —corrigió, aunque sabía que él era así. Desde que llegó le daba por irritarlo cada vez que podía.
—Eso dije. Trae la botella porque esto amerita. —Le Manoteó. Su enorme sonrisa podía borrar todo sentimiento de molestia porque él poseía una vibra capaz de contagiar a cualquiera, hasta a mí.
—Mañana hay escuela —quise hacerlo entrar en razón.
Ermilio me sujetó firme por los hombros y me habló como hacía para convencernos de ceder a sus caprichos:
—Mejor aún, así vamos felices a esa tortura. No todos los días nuestro muy buen amigo Esteban nos avisa que renunciará al sacerdocio.
Florencio solo levantó ambas cejas, pero fue por el tequila y trajo consigo tres tequileros.
—Solo uno —advertí y recibí el vasito.
—Sí, hombre, sí. ¡Por Esteban y… ¿cómo se llama la ganadora de tu dulce corazón? —un tono burlón acompañó su frase.
—Amalia.
—¡Por esteban y Amalia!
Los tres chocamos el trago y le dimos un sorbo. Sabíamos bien que ese no sería el único.
¡Bebimos hasta que terminamos dormidos en la sala! Mi nueva etapa de hombre casi casado me gustaba porque la gente me percibía como alguien maduro.
Antes de quedarme dormido me recordé que tenía que escribirle una carta a Amalia en cuanto recobrara mis cinco sentidos. Estaba dispuesto a seguir el consejo de Sebastián a pesar de que yo nunca fui un hábil escritor. De ninguna manera iba a descuidarla o a hacerle sentir menos querida.
Si hay un arrepentimiento obligatorio, ese es el de ir a cumplir con las responsabilidades luego de embriagarte. El primer día de clases fue un castigo, moría por dormir, pero también temí ser castigado, así que mojé varias veces mi cara con agua helada y aun con eso casi me duermo sobre la silla.
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Editado: 14.09.2024