Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Noche de ronda

El tiempo transcurrió y con cada día me alegraba porque diciembre se sentía menos lejano. Poco menos de cuatro meses más y sería un hombre comprometido. Sin que nos diéramos cuenta, Ermilio se coló en la amistad y convirtió el dúo en un trío. Él empezó a invitarnos a Florencio y a mí a salir. Yo acepté. En otros momentos hubiera declinado sus ofrecimientos. Los compañeros de clase me veían como un estirado o que ellos no me agradaban, por lo que no me hacían parte de sus salidas. ¡Nada de eso! Solo me sentía poco interesante.

Un viernes por la tarde salimos a tomar una copa. La escuela nos cansaba y nos ponía tan tensos que se volvió necesario olvidarla por un rato.

Los tres llegamos a la cantina más decente de la zona cercana a nuestra casa y nos sentamos en una mesa de madera redonda, situada justo en la esquina contraria a la puerta.

El cantinero preparaba concentrado los pedidos detrás de un largo mostrador de madera y me impresionó la cantidad de botellas que tenía detrás de él, colocadas en estanterías como adornos del local.

—¿Qué van a pedir, caballeros? —preguntó el mesero apenas nos acomodamos.

—Tres cervezas, por favor —respondió Ermilio.

—No, yo prefiero un tequila —corrigió Florencio.

Florencio era del tipo de hombres destinados a ser unos caballeros, de esos que desde la cuna educan y crían para comportarse como “se debía”. Venía de una antigua familia mexicana que se mantuvo pura, y que obtuvo respeto por tener en su árbol genealógico varios integrantes caídos durante la guerra de independencia. Tengo que reconocer que él era quien más atraía las miradas de las féminas, y no solo por su apariencia, sino por su personalidad y control de temperamento. Además de que se lucía humillándonos al ponerse los trajes más caros, aunque cabe aclarar que el de los mejores zapatos era yo.

—Brindemos por el profesor Bermúdez, porque se tiente el corazón y no nos repruebe —propuso Ermilio y alzó su bebida.

—¡Salud! —Brindé por cortesía y sonreí porque era él quien iba a reprobar si no se empeñaba más.

Al momento de bajar nuestros vasos, pude ver una imagen que llamó en extremo mi atención.

¡Se trataba de una mujer! De piel clara, tal vez criolla por sus marcados rasgos españoles, y un poco mayor que yo, calculé que dos o tres años más. Vestía con un traje oscuro tan entallado que me fue imposible no desviar la mirada dos veces más porque su falda marcaba su pequeña cintura y anchas caderas.

Entró acompañada de dos amigas, pero su belleza resaltaba y mis compañeros de mesa notaron mi interés enseguida.

—¡Ey!, ¿qué tanto ves? —se burló Ermilio y me dio un codazo nada discreto.

Las tres damas aguardaban a que el mesero las llevara a una mesa.

—Nada —respondí en voz baja y le di un sorbo a mi cerveza.

—Bien dicho, amigo —me felicitó Florencio y levantó su trago en señal de aprobación.

—Florencio de los jardines, tan puritano que debiste ser sacerdote. No tiene nada de malo que vea a otras mujeres, no está ciego. Por suerte para ti, buen amigo, conozco a Miranda. —Ermilio se carcajeó e hizo como que se levantaba—. ¿Quieres que la llame?

—Ni se te ocurra —intervino entre dientes Florencio, luego se giró hacia mí—. Te recomiendo que seas prudente, Esteban.

Yo temblé como de costumbre, aunque esta vez fue por haber quedado en evidencia.

Regresé a Ermilio a su silla de un tirón, ¡pero fue demasiado tarde! Los tres volteamos al mismo tiempo y pudimos ver que las tres mujeres caminaban hacia nosotros.

—¡Mira nada más! —habló efusiva la mujer que llamó mi atención. Su voz tenía una aterciopelada sensualidad natural—. ¡Qué gusto encontrarte aquí!

Ya estaban demasiado cerca y nos pusimos de pie enseguida para la debida presentación.

Ermilio se adelantó y le dio un rápido abrazo.

—Ella es Miranda. Antes de mudarme con ustedes, éramos vecinos.

—Mucho gusto. Ellas son mis primas Rosita y Luisa.

Todos nos dimos la mano de uno en uno y pensé que con eso terminaría todo, ¡pero no, claro que no! A Ermilio le pareció atractiva la idea de ponerme en una situación donde no me podía negar a hacer lo que deseaba.

—Si gustan podemos pedir que junten las mesas.

—No queremos incomodar —exclamó Miranda con una sonrisa tímida.

—¡Para nada! Mis amigos y yo estaríamos encantados, ¿no es así, Esteban?

—Sí… sí —respondí vacilando.

Florencio solo le lanzó una mirada de desaprobación, pero a Ermilio no pareció importarle. No solo yo estaba en peligro, su prometida venía de una familia conservadora que contaba con oídos dispuestos a informarles cualquier cosa que consideraran indebida de parte de algún integrante… o futuro integrante. Debía tener sumo cuidado para no pasar por malos entendidos.

Las dos mesas se juntaron y, para mi mala suerte, la mujer que robaba mi atención se sentó a mi lado, y cuando cruzó las piernas tragué saliva.

Mentiría si dijera que en esa reunión la pasamos mal, que nos aburrimos o el tema de conversación fue de poco interés. La verdad es que hablamos tanto que el tiempo pareció volar, incluso Florencio dejó de lado sus preocupaciones y se liberó como nunca lo había visto.




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