Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

El camino de la vida - Parte 2

De regreso a la ciudad, dije algo que salió de una forma tan natural que no recuerdo cómo fue que la dejé escapar.

—Voy a intentar retomar la escuela. —Creo que incluso sonreí.

Ver a Florencio así, a punto de perder todo por lo que luchó y hundido en ese lamentable lugar, me recordó a mí mismo sosteniendo el revólver la noche en que mi familia cometió el crimen contra los Carrillo. Si ya me había librado de un encierro seguro, era porque tenía más cosas que cumplir, y una de ellas era terminar la escuela.

—¡Es una noticia buenísima! —festejó Ermilio y por fin su sonrisa burlona regresó—. Me urge alguien que sea lo bastante tonto como para pasarme las tareas. —Pero en su mirada reconocí la complicidad y la alegría.

 

Al día siguiente salí junto con Ermilio hacia la escuela. Verla de nuevo me emocionó igual que la primera vez que la vi. El prestigio que presumían se notaba también en la estructura de su edificio, con sus dos pisos y todos esos arcos que la engalanaban, con los estudiantes que portaban orgullosos el uniforme. El mismo que quería volver a ponerme.

Mi amigo me acompañó cerca de la puerta de la dirección, me deseo suerte y luego se dirigió a sus clases.

La sonrisa que practiqué en el camino creo que asustó a la secretaria, porque me dejó pasar enseguida.

Encontré al director concentrado en un documento. Tuve que respirar muy profundo para soportar lo que venía.

Fue después de firmarlo que me prestó atención.

Yo ni siquiera me senté.

—Así que el señor Quiroga por fin se digna a presentarse. Eso es tener los pantalones bien puestos.

—Señor, yo…

—¿Te cedí la palabra? —me reprendió y yo le negué con la cabeza—. Entonces ¡guarda silencio! Si lo que vienes a buscar son tus documentos, pídeselos a mi secretaria y vete. —Señaló hacia la puerta—. Pero si lo que quieres es que se te vuelva a incorporar, te aviso que solicité tu baja desde el día en el que desobedeciste. —De un fuerte tirón abrió el cajón de su escritorio de madera y sacó una carpeta—. Aquí la tengo. —Mostró una hoja en la cual pude leer mi nombre—. Tu amigo Fernández abogó por ti y ni así hiciste caso.

Para ese punto ya me sentía perdedor. El cuello me apretaba tanto que las palabras no querían salir. Por poco y me doy la vuelta para irme, pero el director volvió a hablar:

—Tienes tres minutos para convencerme de que no la envíe. —Sacó su reloj de bolsillo plateado, lo colocó sobre el escritorio y se recostó en su silla—. Aprovéchalos.

Otros hombres a quienes consideraba endebles me habían superado, demostraron tener valentía e inteligencia ante situaciones difíciles, era mi turno de sacar esa parte de mí capaz de expresarse sin que las palabras temblaran.

Di un paso al frente, aclaré la garganta y me erguí.

—Mi familia se está matando con otra familia —comencé sin rodeos y hasta me impresioné de lo seguro que soné—. Yo solo quería evitar que ya no se derramara más sangre. Temo por la vida de mis seres queridos, y por la mía. Sé que cometí una falta difícil de arreglar, pero confío en que no imposible. Mis calificaciones son ejemplares, he luchado mucho por estar aquí. Aun cuando nadie tenía fe en mí, logré entrar y me gané el respeto de los maestros a base de trabajo duro, sin palancas o favores de nadie, ¡solo con mi trabajo! Si mi desobediencia amerita un castigo, lo acepto. Pero, por favor, que no sea el de perder uno de mis grandes sueños que es el de ser un ingeniero de esta noble institución. Sepa que, si fallé como estudiante, lo hice por la urgencia de no fallar como hijo.

Cuando mi discurso terminó me di cuenta de que el director tenía los ojos inexpresivos. Los segundos que siguieron me parecieron eternos. Hasta aprecié el molesto ruido de un mosquito que rondaba cerca.

De pronto, el director levantó la hoja de mi baja, la sostuvo a la altura de su cara, y después la partió en dos. Ese sonido del papel rompiéndose hizo que la esperanza volviera.

—Vas a tener que quitar la yerba de los patios durante un mes. —Alzo un dedo—. Más te vale seguir con las buenas calificaciones, y no es una sugerencia. Ya, cierra la boca y vete. —Manoteó—. Tengo trabajo que hacer.

Sentí el impulso de abrazarlo, y para contenerlo salí casi corriendo. Quería gritarle a toda la escuela lo que había logrado.

 

Escribirles a mis padres fue sencillo, pero escribirle a Amalia sobre mi decisión me costó más de un día. Tenía que pensar en las mejores palabras. Dejarla por seis meses más sería una tortura, pero una tortura que estaba dispuesto a soportar con tal de poder darle lo mejor. Terminar nuestra casa era el siguiente reto.

Fue hasta la noche que pude redactar una larga carta donde le conté los detalles del encuentro que tuve con Florencio y el que tuve con el director.

Rogué por dentro que ella lo tomara bien, que también lo soportara.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.