Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Pálida azucena - Parte 2

El siguiente paso era ir por mis pertenencias a mi casa y luego salir sin causar revuelo. Apenas llegué vi los pedazos de vidrio de la ventana que daba a la calle. Genovevo pisó unos cuantos. Estaba destrozada por completo.

—¿Pero qué pasó? —dije confundido en voz baja y una urgencia me controló.

Amarré al caballo en la calle como pude y toqué desesperado.

Sebastián me abrió enseguida.

—¿Qué pasó? —le pregunté casi gritando.

—Cálmate, estamos bien. —Levantó su mano como si con eso me tranquilizara—. Anoche unos pendejos se hicieron los chistosos y aventaron ladrillos a la casa, pero no pasó a mayores.

Mi hermano trató de restarle importancia, pero yo sabía que se trataba de un ataque de odio.

—¿Pasó algo que no sepa?

Sebastián se fue a una esquina de la casa, lo seguí y empezó a hablarme en confidencia. Por un breve instante pensé que envejeció diez años por sus ojeras y su semblante cansado.

—Papá discutió antes con don Cipriano aquí en la casa —susurró, teniendo cuidado de que nadie más llegara—, se pelearon muy feo. Don Cipriano asegura que mi papá y mis tíos fueron los que le dispararon a su hermano. Juró llegar hasta las últimas consecuencias...

En realidad no quería escuchar el resumen de los recientes hechos ni de las amenazas que lanzaban unos contra otros, ni de nada que tuviera que ver con ese problema que cada vez empeoraba más. Apenas y entendí que don Cipriano se declaró enemigo de mi padre, ignoré los demás detalles.

Sebastián todavía no terminaba de contarme cuando escuchamos que alguien se acercaba. Tratamos de disimular al verlo.

—¿Ya estás dando informes como señora chismosa? —acusó mi padre a Sebastián—. Y tú, ¿dónde chingados andabas? —me preguntó enojado.

—Él también tiene que saber —rebatió mi hermano, pero su voz no sonó firme ni segura.

—¿Para qué? —dijo indiferente y se dio la vuelta.

Mi padre parecía un poco enfermo, o tal vez las preocupaciones le estaban afectando. Tenía la espalda más encorvada de lo normal y el cabello sin peinar.

—¡Papá! —lo nombré para que me prestara atención—, ¡estamos en peligro!

Él se dio la vuelta rápido y caminó hacia mí. Supuse que me daría un buen golpe por atreverme a intervenir.

Se detuvo cuando quedamos cara a cara.

—¡Para nada! Cipriano anda en duelo, por eso se puso loco, pero ya se le pasará. —Su mirada se oscureció—. Además, que sepa lo que se siente perder así a un hermano.

Fue allí que comprendí la urgencia de Rogelio, la misma que me atacó en ese momento.

—¿Por qué no se vienen conmigo a la capital, aunque sea unos meses?

Sebastián solo nos observaba, confundido.

De reojo vi que mi madre y Paulino llegaron y se quedaron parados en el marco de la puerta que daba a la cocina.

Me pareció que mi madre se asemejaba a la virgen María, con sus manos juntas y su vestido azul con blanco que le llegaba a las rodillas. Pude sentir su gran preocupación con solo un vistazo rápido.

—¿De verdad crees que nos vamos a ir como los cobardes de los Carrillo? ——me dijo tan cerca que su saliva fue a dar a mi mejilla—. ¡De ninguna manera! Si quieren venir por mí. —Se golpeó el pecho y luego señaló el piso—, ¡aquí me van a encontrar!

—Aunque sea deja ir a mamá y a mis hermanos menores. A los mayores los consideran familias aparte y no los tocarán si se mantienen a raya. Los que corremos peligro somos nosotros. —Con mi dedo dibujé un círculo en el aire.

Planeé comprar de emergencia muebles para tenerlos cómodos en mi casa nueva. Seguro Amalia entendería que se trataba de una situación especial y no me reñiría por tener invitados en el primer año de casados.

—De ninguna manera tu madre se va a mover sola. Ya si tus hermanos quieren irse, es su asunto.

Volteé a conocer la reacción de mamá y sin decir palabra, me respondió.

Era verdad. Mi madre jamás se despegaba de mi padre. Solo pasaba en los tiempos en los que él tenía que viajar para ir por mercancía, y esos días los pasaba más callada de lo normal. Recuerdo bien que se sentaba por horas a bordar, pensando en quien sabe qué tantas cosas, con su mirada perdida y los dedos moviéndose por inercia. Ella no se iría si él no iba.

Paulino por fin se acercó.

—Si mamá no se va, a mí ni me cuentes —dijo calmado, pero firme.

Giré a ver a Sebastián.

—Yo tengo asuntos importantes aquí. —Allí vino a mi mente el “secretito” que Paulino le guardaba, pero no lo mencioné—. Tendré cuidado, te lo prometo —fue sensato.

Tal vez si les decía quiénes fueron los que le dispararon a don Evelio, los haría cambiar de opinión, pero eso implicaría explicar por qué andaba por allí.

Ninguno quiso acompañarme. Lo único que me quedaba era continuar con el plan inicial.

—Pues yo sí me voy —sentencié sin dudar ni un poco—. De todos modos debo entrar a la escuela antes que los demás… por unos puntos extras que quiero ganar. —Mi familia no tenía por qué saber que me encontraba a merced de los caprichos del director.




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