Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Soy lo prohibido - Parte 2

Ermilio llegó a la casa un mes y medio después que yo. Teníamos que entregar avances y el mediocre trabajo que llevé con el profesor solo me trajo desaprobación.

—¡Ya me harté de verte así! —se quejó Ermilio un viernes por la tarde.

—No voy a salir contigo —le dije desde mi cómodo sillón que daba hacia la ventana.

—¿Por qué no? —Se acercó a mí por detrás—. Tú lo que necesitas es a una buena mujer que te enseñe a ser hombre.

Sentía su voz en mi hombro, como la serpiente que ofrece insistente la manzana.

Ni siquiera volteé a verlo.

Él ya había pedido tantas veces que lo acompañara a una de sus juergas que era increíble que siguiera pidiéndolo.

—Mañana quiero ver al Flore. Te recuerdo que soy el único que lo visita —le recriminé porque solo lo había visitado una vez en todo ese tiempo.

—¿Todavía nada de su esposa?

Florencio preguntaba en cada visita lo mismo, y mi respuesta seguía siendo igual:

—Nada. —Era preocupante que Erlinda no hiciera ni un esfuerzo para comunicarse con su marido.

—A lo mejor ya hasta la mandaron a otro país —mencionó mi directo amigo. Le dio la vuelta a la silla para verme cara a cara. Se movía ansioso y sonrió—. Pero bueno, ya, olvídate por una noche de las desgracias ajenas. ¡Vamos! —
Hizo su voz más aguda y ladeó la cabeza—. ¡Ándale! Te voy a llevar a conocer a unas muchachas muy bonitas. —Dibujó un cuerpo curvilíneo en el aire—. En cuanto las veas se te va a olvidar la mujercita esa que te botó. Vas a ver que ni te vas a acordar de su nombre. Ya sabes lo que dicen: no hay mal que dure cien años.

Él estaba en un error. Mi mal duraría la vida entera si no lograba volver con ella.

—No, gracias. —Me volteé para ignorarlo.

Ermilio no desistió. Supuse que se quedó sin otro compañero para salir y por eso estaba tan empeñado en convencerme.

—¿A poco sigues siéndole fiel a alguien que no te quiere? Porque veo cómo le rascas al buzón y ¡ni te responde! ¿No te das cuenta? Ya no te quiere.

Sus palabras fueron como dardos disparados directo hacia mi pecho herido.

—¡Tú no sabes nada! —le recriminé sin encararlo.

Mi amigo sonó serio esta vez y sentí su cercanía.

—Sé que estás perdiendo el tiempo pensando en una sola mujer, cuando hay muchas afuera que esperan a un hombre así como tú. ¿O qué?, ¿piensas morir virgen?

—No soy virgen. —Giré a verlo de nuevo porque me molestó su afirmación.

—¿Crees que soy ciego y pendejo? —En sus labios vi esa curva que se resistía a elevarse—. Eres más virgen que la miel. —Allí cambió la expresión y el tono de su voz se suavizó—. Te propongo que salgamos, tomemos una copa con un par de chicas, y, si te convence, cada quien se va a divertir por su lado. —Dibujó una mueca pícara.

—¿Y tu prometida?

—En su pueblo. —Resopló como si fuera algo obvio—, ¿por qué?

—¿Para qué pregunto? —me dije. Para ese punto yo ya no me impresionaba con la facilidad con la que los hombres que conocía eran infieles o faltaban a sus promesas, pero ser descarado era el colmo.

—Entonces —siguió con lo mismo—, ¿vamos?

Sabía que no iba a poder quitármelo de encima. Ermilio era un acosador experto si de parrandas se trataba.

—Una copa y me voy —cedí al final, convencido de que no me persuadiría de ir a alguna casa de citas que frecuentaba.

—¡Eso! —Dio un pequeño aplauso después de que me levanté—. Para que veas lo buen amigo que soy, hoy yo voy a pagar. Vístete bien que iremos a un lugar de gente pudiente.

—Tú no tienes remedio. —Le di una palmada en la espalda antes de irme a la habitación para alistarme.

 

Una hora más tarde, ya listos con ropas limpias y un poco de colonia, salimos de la casa.

En ese momento pensé en lo mucho que me encantaría tener a Genovevo allí. Solo tendría que subirme y conducirlo a mi destino. Pero esa era una ciudad con automóviles y ferrocarril. Sin duda, me encontraba lejos de casa.

Caminamos varias cuadras y en cuanto nos detuvimos en una calle cercana a la iglesia supe que Ermilio me llevó a uno de sus “lugares favoritos”.

Lo detuve de forma abrupta antes de que diera otro paso.

—Dijimos que una copa —le reclamé lo más discreto que pude porque más de un caballero con ropas de buenas telas pasaba por ahí—. Dime que vamos a un nuevo bar que descubriste.

Por el gesto que mi amigo hizo, adivine sus intenciones.

—Te dije que sería una copa y dos bellas chicas. —Sonrió malicioso.

Llevé una mano a la frente.

—¡Debí imaginarme que sería un putero!

—No es un putero. Más bien es un lugar para conocer lindas mujeres.

Él de verdad creía que yo era distraído o demasiado ingenuo.




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