Dormí tan profundo que Erlinda tuvo que moverme cuando llegamos.
Supongo que los constantes desvelos y las largas horas sentado en el escritorio fueron los culpables.
Otros dos transportes nos llevaron hasta el destino final.
Allí, en medio de la extensa calle, se situaba mi humilde morada. Yo seguía revisando que nadie nos fuera siguiendo a pesar de estar tan lejos del pueblo.
Llegamos y me apresuré a abrir. Dejé que Erlinda entrara primero.
—Bienvenida. —Abrí un poco ambos brazos cuando estuvimos dentro—. Estás en tu casa. —Fui cortés.
—Es muy linda —dijo mientras recorría el recibidor que apenas y tenía una mesita y un perchero donde colgué el sombrero.
—Sé que es pequeña en comparación con las del pueblo, pero aquí los terrenos no son tan grandes.
—Yo creo que es perfecta. —Señaló un poco hacia el suelo—. Aquí pensabas traer a vivir a mi prima, ¿verdad?
—Sí —le confirmé y mi garganta se quemó con tan corta palabra.
Ella hizo un gesto de decepción.
—¿Y ya no hay nada que hacer?
—Ni yo sé. —Me encogí de hombros—. Dejó de responderme las cartas. —Tal vez fui un ingenuo o un completo imbécil, pero solo en ese punto contemplé que Amalia podía estar en una situación similar a la que estuvo Erlinda—. ¿Sabes… sabes si ella está bien?
—La última vez que la vi fue en el velorio de mi papá. —Bajó la mirada—, y no recuerdo qué platicamos. Lo siento.
—No te preocupes, seguro está sana y salva —le dije para no importunarla más—. Bueno, aquí tengo pocos muebles, apenas una mesa con dos sillas, un colchón en el suelo, una estufa y… ya. —Sentí vergüenza por la falta de comodidad—. Puedes quedarte en el colchón. Voy a pedir prestado un catre con el amigo que mandará la mudanza. —De la mesita recolecté con un dedo una visible capa de polvo—. El baño está adentro, es esa puerta, y ya funciona…
Antes de que pudiera terminar de hablar, Erlinda se me acercó para darme un abrazo.
—Gracias, Esteban —su voz se quebró y me apretó más—. No sé cómo agradecerte toda la ayuda que me has dado. Eres mi primo y nadie puede decir lo contrario.
¡Ella no me odiaba como temía! ¡No, no me odiaba!, y con eso logró que la esperanza de recuperar a Amalia regresara.
—Ya debes tener hambre, son casi las diez —hice hincapié porque yo también la sentía.
—La verdad, sí, un poco. —Sus mejillas se pintaron de rosado.
Imité la costumbre de mi hermano Anastasio de siempre agasajar primero a la persona a la que pensaba interrogar. Desde niño, él era el más hábil y diplomático para conseguir la información que queríamos. Rogelio lo utilizó en más de una ocasión.
Salí a comprar agua y un pollo ya cocido que incluía frijoles y tortillas. También aproveché para mandarle un telegrama a Acacio. Más adelante contraría el servicio telefónico para acelerar la comunicación. Regresé en menos de treinta minutos y hallé barriendo a Erlinda con la vieja escoba que tenía.
—No es necesario que hagas eso, le pagaré a alguien para que haga la limpieza. Vamos a comer. —Le mostré la bolsa del pollo.
—Deja que sirva de algo. Dame acá. —Me arrebató la bolsa—, yo sirvo.
Fuimos a la cocina y devoramos cada pieza como si se tratara de nuestra última comida. Creo que nunca me había sabido tan rico una simple pierna de pollo bañada en salsa.
Hasta que terminamos y la supe más relajada, continué con el siguiente paso:
—¿Puedo saber qué te pasó? —le pregunté con un tono bajo y casual.
Sus ojos brillaron cuando escuchó. Lamenté el causarle dolor, pero consideré que era un mal necesario.
Ella resopló, se acomodó en la silla y recargó los brazos sobre la mesa.
—Mi tío nos encerró a mi madre y a mí en una casa que le prestaron a las afueras del pueblo —comenzó a narrar con la mirada puesta en la madera de la mesa—. Nos llevó a engaños. —Hizo un gesto de desprecio—. Según, iba a protegernos, pero desde el primer día no me dejaban salir ni a tomar aire. Mi madre se puso furiosa y le exigió a ese… —Tragó saliva y entrecerró los ojos—, a ese hombre horrendo que le permitiera ir a hablar con mi tío.
—¿Tu tío Cipriano? —debía confirmar. Confieso que me impresionó saber que el padre de Amalia fue el causante de la ausencia de Erlinda.
—Sí. Todavía no entiendo por qué lo hizo, si él siempre fue bueno con nosotras. —Movió la cabeza de arriba a abajo y creo que tuvo un momento de claridad—. Ahora que lo pienso, era mi papá el que calmaba sus impulsos.
—¿Y qué pasó después?
—¡Nada! —Reconocí en ella la frustración—. Nadie iba, solo una señora que limpiaba y hacía las compras. Mi tío no se paró allí ni por error. Estuvimos encerradas por semanas, como presas. Ahora entiendo cómo se siente mi esposo. Es un horror. Pobrecito. —Tocó su frente un momento y luego prosiguió—: Mi tío por fin fue a vernos hace una semana. Mi mamá estaba tan enojada que por poco y se lo cachetea. Él le prometió dejarnos ir si le hacía un favor. Así que mi mamá se fue con él y me dejó sola. Dijo que no tardaría.
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Editado: 14.09.2024