Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Tu recuerdo y yo - Parte 1

El tío Vicente siempre sí se fue al norte con toda su familia. Él también sabía que regresar al pueblo sería un imposible. No mientras siguieran ahí los Carrillo y los Bautista; al menos los que quedaron.

A pesar de que mi casa contaba con habitaciones, todos dormíamos amontonados en el salón que sería para fiestas o reuniones. Nos acomodábamos allí, entre catres, colchas y conversaciones donde nos conocimos más a pesar de ser familia. Creo que eso fue lo que sostuvo a mis padres el primer mes, lo que los mantuvo cuerdos. Perder a su primer hijo los rompió. Mi padre fue a quien más afectó; o eso dejó ver. Comía poco, hablaba solo cuando se le interrogaba de manera insistente, y hasta dejó de lado el negocio. Mi madre era más discreta mientras lidiaba con el dolor, pero me daba cuenta que por ratos se quedaba observando hacia la ventana, inexpresiva y con la vista perdida.

Pía, por su parte, se encerraba sola en una recámara por las tardes. Varias veces la vi llorando y tocando su vientre que con el paso de los días crecía.

Gerónimo, Jacobo, Anastasio, Sebastián, Paulino y yo éramos seis hermanos a los que siempre les faltaría el mayor. Rememorar todas esas veces que nos decía las cosas como pensaba nos regresaba al pasado. Aprendimos mucho de él y sabíamos que jamás podríamos agradecérselo. A pesar de eso, por ratos volvían las ganas de reír, las bromas entre nosotros, la emoción de las buenas noticias.

El compartir un café con pan en las mañanas se convirtió en una agradable rutina que nos daba un cálido respiro a todos.

Cuando caía en la cuenta de la ausencia de Rogelio, se me iba el aliento y mis ojos ardían, pero me recordaba que mi madre creía que al fallecer no dejamos de existir, tan sólo emprendemos un viaje a otro destino.

Pienso que las visitas y los consejos de Florencio sirvieron para que no ahogara mis penas en el alcohol. Hice lo mismo con él. Lo tranquilizaba y le recordaba que Erlinda volvería a visitarlo en cuanto ella lo considerara prudente. Si bien Chito murió, don Cipriano seguía vivo y no sabíamos que continuaba con su búsqueda.

De pronto yo tenía la obligación de alimentar muchas bocas. Mis hermanos se quedaron sin sus sustentos, así que fui el único que conservó el suyo. Y también urgía que me aceptaran la tesis. El director se encargó de avisarme, cuando fui a una revisión, que ya solo contaba con un mes para titularme porque me consideraba “un caso especial”, de lo contrario tomaría medidas drásticas conmigo. Era imprescindible aplicarme en ambas tareas.

En los momentos cuando sentía que me fallaban las ganas de despertar y que me contrariaba tener tantas responsabilidades, corría a consolarme en los brazos de cualquier mujer que recibiera un pago por ello. Así, sin más compromiso que un intercambio que terminaba unas cuántas horas después. Sin preguntarnos los nombres o salir a pasear, solo era deseo carnal y nada más.

Sebastián, por el contrario, llegaba borracho cada vez más seguido y de madrugada. Despertaba a los niños, hacía llorar a la bebé de Anastasio con sus gritos, dormíamos mal por su culpa.

Una de esas parrandas, mi madre por fin lo confrontó, ya que a mi padre parecía no importarle reprenderlo.

Gozábamos de luz eléctrica, así que interactuar de noche se volvía mucho más sencillo.

—¡¿Qué chingados te pasa?! —escuché que le recriminó severa—. ¿Piensas hacernos pasar otra mala noche?

Eran más de la una y yo estaba todavía despierto haciendo unas últimas correcciones de mi trabajo. En cuanto supe que había problemas, me acerqué con pasos ligeros.

Anastasio también lo hizo. Supongo que buscaba evitarle otro incómodo despertar a su hija.

Los dos se encontraban parados en el umbral de la puerta.

—Tranquis, mamita —trató de calmarla Sebastián, aunque se notaba a leguas que bebió más de una copa—. Solo estoy alegrando esta casa tan aburrida —su tono de voz era demasiado alto y extendió los brazos al decirlo.

—Ninguno va a soportar más de tus desmadres. Entiéndelo de una vez. —Con su cuerpo evitaba que entrara al pasillo—. O te mando a dormir al patio a ver si así aprendes. La bebé es la que peor la pasa.

—¿Y a mí que me importa? —Su respuesta nos sorprendió a los tres.

—¡Sebastián! —lo reprendió mamá—. ¡Respeta a tu hermano!

Él la observó altivo.

—¿Quién me va a regañar? —la retó, y sus ademanes también lo hacían—. Rogelio ya no está, papá parece que también se murió. ¿Quién le sigue? ¿Gerónimo? —Resopló burlón—. Ese es un pendejo infiel que lo único que le importa es cogerse a cuanta prostituta encuentre —lo dijo gritando, supongo que con la intención de que él y su esposa oyeran. Después se giró a ver a Anastasio y lo señaló—. A ti te controla esa mujercita tan chiquita.

—¡Cállate ya! —Mi madre trató de silenciarlo, sin éxito.

Sabía que iba mi turno porque me miró directo.

—Y tú, eres un rogón sin orgullo pocos huevos. ¡Ja! —Se tambaleaba, pero con su dedo volvió a señalarnos uno a uno—. Ninguno aquí tiene cara para decirme lo que debo o no debo hacer.

—Yo sí. Soy tu madre y puedo darte ahorita los chanclazos que te hicieron falta. —Por un segundo creí que le propinaría una buena bofetada porque la vi alzar una mano que acercó demasiado a su rostro.




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