Cuestión de Perspectiva, Él (libro 1)

Tu recuerdo y yo - Parte 2

En la cartera todavía tenía el papel con su dirección, así que al día siguiente, después de estar un rato en el negocio, compré un ramo de rosas amarillas y fui a visitarla. Ya no dudaría más a la hora de cortejar a la mujer que me interesaba.

Su casa era grande, más que la mía. La fachada principal se encontraba orientada hacia el sur y tenía un tejado con dos vertientes horizontales. Di tres toques con la aldaba de hierro que era de un león que miraba atento a quien osara usarlo.

Fui atendido enseguida por una señora que iba uniformada. En la capital acostumbraban tener empleados para limpiar hasta sus jardines. Una peculiaridad que me contrariaba porque en el pueblo nos acostumbraron a comer lo que nosotros mismos sembrábamos.

—Busco a la señorita Miranda.

La empleada me inspeccionó de arriba a abajo.

—¿Cuál es su nombre? —preguntó a secas.

—Esteban Quiroga.

—Le avisaré a la señorita. —Hizo una mueca de desagrado y se movió a un lado—. Pase a la sala de espera. —Señaló hacia la derecha donde había un arco decorado con ladrillos.

La sala olía a vainilla y me percaté de que cada rincón se encontraba en exceso limpio. Dos mesitas a los lados tenían encima ángeles esculpidos. El gran reloj de enfrente y la lámpara de cristales me confirmaron que aquella casa pertenecía a una familia con solvencia económica.

—Por un momento pensé que Panchita me hacía una broma —escuché que dijeron detrás de mí unos cuatro minutos después—. ¡Qué sorpresa tan agradable!

Miranda apareció sonriente.

Se veía muy bella a pesar de estar en casa. Tenía puesto un vestido de campana color verde oscuro de terciopelo, y en su cuello rodeaba una pañoleta a cuadros rojos. Sus labios iban pintados del mismo tono que la pañoleta.

Me levanté enseguida y extendí el ramo.

—Para ti.

Ella sonrió conmovida.

—Son muy lindas. —Las aceptó y acarició una de las rosas—. Qué lindo de tu parte.

—¿Están tus padres? —quise saber porque no buscaba ser una molestia.

—Solo mi hermano, pero está metido en su cuarto. —Apuntó hacia las escaleras que daban al segundo piso—. No nos molestará. ¿Gustas algo de tomar?

—Así estoy bien, gracias.

Cuidadosa metió el ramo en un florero y después se sentó a mi lado, tan cerca que logró que me echara un poco para atrás.

—Recibí la invitación a la boda de Ermilio. —Fui directo porque con ella no sentía el tipo de nervios que sí experimenté en el pasado.

—A mí me llegó ayer. —Mientras lo decía cruzó despacio las piernas y se acomodó la falda.

—Y… —Tragué saliva lo más discreto posible—, ¿ya tienes acompañante?

Miranda negó con la cabeza e hizo un puchero.

—Pensaba ir con mi hermano.

—¿Puedo reemplazarlo? —me atreví a preguntarle.

Por su mueca, supe que la incomodé.

«Soy tan estúpido», pensé, reprendiéndome.

—No tengo permiso de ir sola. Ya sabes, es un viaje de más de dos días. Se presta a malas interpretaciones.

—Comprendo. —Solo a mí se me ocurría que una señorita de casa iría con un fuereño a un viaje tan largo.

De pronto, Miranda pareció tener una idea.

—Pero le diré a mi hermano que lleve a su novia., o lo que sea que es, y así vamos los cuatro. —Tocó mi hombro con sus fríos dedos—. ¿Te parece?

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, pero ya no evité su contacto.

—Es una excelente idea —confirmé. Saber que aceptó compañía, sirvió para que relajara los músculos.

Nos quedamos charlando en su sala por dos horas más, hasta que llegó el momento de retirarme porque tenía programada la visita de un proveedor.

La boda de Ermilio era hasta el viernes once de febrero, así que tenía que esperar paciente todo un mes para poder disfrutar de su compañía. Pensé en invitarla a salir antes, pero tampoco quería verme desesperado. Después de todo, el tiempo para mí pasaba de manera distinta si mantenía la mente entretenida entre números de ventas, pedidos y papeleos.

 

El veinte de enero llegó más rápido de lo que pensé. Era imposible no experimentar la sensación en el estómago que agita el cuerpo. Obtener ese logro, para mí, significaba libertad y esperanza.

Junto con mis padres y hermanos pasamos la noche en una posada. Mis cuñadas y los niños decidieron quedarse por alguna razón que no me compartieron.

Antes de irme a la cama preparé el traje sastre gris que compré para la ocasión. Traté de combinarlo con una corbata del mismo color, aunque no era de mi agrado ir tan apretado del cuello. Boleé cuidadoso mis zapatos y acomodé los regalos destinados a los académicos. Les llevaría una botella de tequila a cada uno. Cuando terminé le di una última revisada a todo. No quería fallas en un día tan importante.

Salimos hacia la universidad antes de las seis de la mañana. Mi madre se puso un huipil negro bordado y una larga falda con el mismo decorado de flores anaranjadas que hizo especialmente para la fecha. Mi padre solo se puso una camisa de manta y apenas y quiso peinarse.




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