Mi querido ingeniero,
Hoy salí por la mañana a recoger ciruelas. Hubo buen clima y, sin buscarlo, el azulado cielo me recordó al precioso color de sus ojos. Todas mis tareas diarias no me dejan tiempo libre, y como puede leer, aun así, gasto varias horas del día pensando en usted. Me tiene encandilada, enamorada, atrapada. En su carta que llegó el jueves me dice que sus estudios también lo mantienen igual que a mí. Valoro como oro cada escrito que me envía.
Quiero que lo sepa otra vez, solo con usted he conocido la esencia pura de la felicidad, incluso cuando se queda calladito y no se le ocurre qué contestar a mi incesante asedio de curiosidad.
Su llegada a mi vida es el aroma de pan recién horneado de la tienda de don Chano. El deseo de estar con usted es el anhelo de un viajero por alcanzar el destino final.
Como dice mi tía Antonia, “el amor no se mira, se siente”, y cada vez que recibo sus misivas, siento que mi corazón late con una intensidad que solo usted puede provocar.
Espero que esta distancia sea breve y que el reencuentro lleve consigo el cumplimiento de su promesa de diciembre.
Lo voy a extrañar hasta la siguiente carta. Por favor, no me olvide.
Con amor, Amalia Bautista
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Querida Amalia,
Necesito que sepas que cada carta que te escribo corre ansiosa para cruzar la distancia y abrazarte.
Hoy, mientras me hallaba entre libros y tareas, me quedé embobado recordándote. Pienso en ti al despertar, pienso en ti antes de dormir, pienso en ti durante el día. Eres mi refugio en la tormenta, mi calma en la agitación, y mi paz en la inquietud.
Cuando te extraño demasiado, corro a la florería para degustar el dulce aroma de las gardenias.
Mi vida en la capital sigue, entre días atareados y noches que no cesan de susurrar tus palabras enamoradas. Para mí el tiempo avanza con tremenda lentitud, avanza igual que la niebla sobre el campo al amanecer.
¿Cómo podría imaginar un futuro sin ti, mi amada novia, si cada sueño que tengo te incluye?
Contigo quiero construir una vida, y conocer otros lugares, y crear recuerdos inolvidables, y también contigo quiero morir.
En mi rincón solitario de la recámara, me aferro a cada carta que tus delicadas manos tienen la pericia de dedicarme. Hasta mi tinta ya aprendió a extrañarte.
Solo me consuelo con la certeza de que nuestras palabras y pensamientos nos mantienen unidos, solo me consuelo con la reiteración una y otra vez de esa promesa de diciembre.
Ni por un instante creas que voy a dejar de escribirte.
Con amor sincero,
Esteban Quiroga
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Editado: 14.09.2024