Despertar en aquella cama fue un regalo precioso que pensé que jamás recibiría. Pese a mis dudas, Esteban no se fue. Lo hallé dormido a mi lado. No haber probado antes la noche en sus brazos se sintió punzante en el pecho por todo lo perdido.
Lo contemplé silenciosa. Estaba recostado boca abajo con la cabeza ladeada hacia el otro extremo.
Pienso que cualquiera que busque poner a prueba sus sentimientos, tiene que ver a quien quiere dormido. Si aun así sigue adorándolo, significa que es amor real.
Esteban despertó veinte minutos después. En realidad, prefería que siguiera descansando porque pensaba que se arrepentiría de lo que pasó o quizá le echaría la culpa a la intensidad del momento previo. Fuera como fuera, reconozco que el miedo quemaba mi interior.
Él abrió lento sus ojos. Siempre me encantó esa mezcla de colores en su rostro: ojos azules, pestañas negras, cejas castañas, labios rosados, piel blanca y mejillas que se pintaban tan rápido que llamaban la atención de cualquiera que lo mirara.
Quería verlo sonreír, lo necesitaba para tener calma.
—Buenos días —le dije, más tímida de lo que hubiera deseado.
—Buenos días —me respondió.
La luz de la ventana entreabierta avivó el brillo de su mirada.
Su risa natural que tanto ansiaba ver hizo que me regresara el alma al cuerpo.
Por lo menos él se encontraba consciente de lo que sucedió entre los dos.
Vacilé por un segundo, pero al final opté por estirarme para besarlo. Apenas un piquito dulce y mágico.
Él recibió mi gesto y me acarició el mentón.
Su simple roce me encandiló. Pasé de disfrutar de la dulzura a las ansias de repetir la experiencia.
Que siguiéramos expuestos sirvió para que me enredara en su cuerpo.
—Hazme la misma cosa que hiciste anoche —le pedí lo más seductora posible.
Esteban rio, quizá por la inesperada petición directa.
—¿Cuál de todas? —preguntó al mismo tiempo que exploraba mis hombros.
Olí detenidamente su cabello. Con el pasar de los años se puso más ondulado. Me fascinó tocarlo y revolverlo.
—Todas —respondí segura y me lancé a degustar sus labios, esta vez con mucho más ímpetu.
—Tenemos que ir por el bebé.
No, no iba a ceder, y por su piel erizada supe que su argumento no era confiable.
—Todavía ni nace. —Bajé una mano que recorría su abdomen—. Así que empiézale.
¡Ahí él reaccionó y tomó el control! Me giró más confiado para que yo estuviera abajo.
Fui entregándome despacio.
Perdí la cordura una vez más.
Cuando nos volvimos a unir, mis suspiros pasaron a ser gemidos que crecían rítmicos, ardientes.
Confirmé que la llama de mi amor por Esteban Quiroga seguía intacta. Y no se trataba de cualquier amor, ¡no! Él era el amor de mi vida, siempre lo fue y siempre lo sería, pasara lo que pasara.
Juntos gozábamos sin tener noción del tiempo y el lugar.
De un momento a otro me volteé como lo hice en otra cama y con otro hombre. Poco a poco levanté la espalda y guie su mano hacia mi cuello. Esteban me sostuvo de forma tan cuidadosa que no me bastó.
Luego de un rato, la misma placentera sensación de la noche volvía. La que no sentí jamás ni con Nicolás ni con Joselito. Me dio miedo, pero al mismo tiempo, lo disfruté hasta que terminé sedienta.
Traté de dejarme caer sobre la cama porque mis piernas temblaban, pero él lo impidió.
—¿A dónde vas? —Sujetó mis caderas.
Con solo aquel corto cuestionamiento estuve lista para seguir, hasta que estuvimos satisfechos… Si eso era posible en mí.
Calculo que pasaban de las nueve cuando nos quedamos recostados para reponer energías.
Fui la primera en sentarse sobre la cama.
—Vístete despacio —me pidió Esteban, con una voz tan persuasiva que por poco y me convence.
Me habría encantado aceptar y tal vez repetir el goce que brindaba, pero existía un importante motivo para dejarlo para después.
—Tenemos que ir por el bebé —le dije, al mismo tiempo que me ponía uno de los vestidos bordados que llevé. Era color jade con flores anaranjadas, rosas, rojas y moradas. Llegaba hasta los tobillos para evitar llamar la atención de los pobladores.
Mientras más nos adentrábamos a la profundidad de aquellas poco exploradas tierras, más cuidado debíamos tener.
Esteban tuvo que usar la misma ropa que compramos antes. Urgía conseguir al menos otra camisa para que no se sintiera incómodo.
Desayunábamos en una sencilla fonda, cuando elegí romper el silencio.
—Dime qué te dijo Nicolás.
Por dentro luchaba contra la decepción de saber que Nicolás rompió su promesa, pero también agradecía su intervención porque ayudó a que don Selso bajara la guardia conmigo.