Ahí estaba yo, llorando en la madrugada frente al inclemente espejo, en la soledad de la habitación del segundo piso para que mi madre no escuchara. Los vecinos trataron de consolarme después de que todos se fueron, pero los despedí lo más cortés que pude.
De afuera llegaba el barullo de la gente que celebraba el nuevo año, el que según prometía ser mejor. Mejor para ellos quizá, porque para mí pintaba terrible.
«Entonces, ¿es así como se siente el amor no correspondido? Porque duele más de lo que dicen», me cuestioné, lloriqueando.
El desprecio de mis hijos no lo vi venir y eso fue igual de inclemente. Ellos no me dieron la oportunidad de aclarar cada acusación lanzada en mi contra. ¿Cómo se suponía que debía aceptar aquello?
Sentía unas inmensas ganas de romper cada adorno del cuarto. Se trataba de destruir para saber si así hacía juego con mi corazón despedazado.
Desconocí mi rostro pálido, desencajado y el cabello hecho marañas.
No sé en qué momento fue que me quedé dormida en la cama de Angélica, solo sé que esa fue una de las noches más largas de mi vida.
Apenas iban a dar las siete de la mañana. El sol salió tenue. Por poco y no escucho el insistente toquido de la puerta. Sospecho que primero lo intentaron en la de enfrente, pero acabaron llamando por la de la cocina.
Mi madre no se tomó la molestia de abrir. Tuve que bajar para hacerlo. Avancé esperanzada, creyendo que Esteban tal vez regresaba para empezar con la charla prometida. Estaba dispuesta a perdonar que dudara de mí si se disculpaba.
Las escaleras se sintieron más largas, me urgía llegar para saber quién era.
Pronto supe que se trataba de Lucas. La decepción me invadió.
Mi hermano se veía raro, demasiado serio. Me recordó a todas esas veces en las que se molestaba por alguna tontería y limitaba su comunicación con todo aquel que lo rodeara. Así era él. Pero en esa ocasión fue inesperada tal frialdad. Antes supuse que él fue el único que no se retiró molesto conmigo.
Lucas entró sin mirarme. Lucía recién bañado y con ropa distinta; a diferencia de mí porque seguía con el mismo vestido y olía mal.
—¿Y mamá? —quiso saber, inspeccionando a su alrededor.
—Dormida, creo.
Él resopló.
—¿Por qué no me sorprende? —Giró para contemplarme de pies a cabeza—. Estás fatal.
Por supuesto que lo sabía.
Que Lucas hiciera hincapié en esos detalles fue inusual.
—Es el desvelo. —Me toqué el rostro, luego perseguí a mi hermano porque lo vi avanzar—. ¿A dónde vas?
Él no me respondió y movió la puerta de mi habitación de un empujón.
—¡Mamá! —alzó la voz y encendió la luz—. Levántate.
Nuestra madre abrió apenas los ojos. Arrugó toda la cara por el abrupto cambió de iluminación.
—¿Qué chingados quieres? —se quejó sin levantarse—. ¿No ves que estoy descansando?
Lucas jaló el cobertor con el que ella se cubría. Lo hizo con un solo tirón fuerte.
—Se terminó el descanso —le dijo autoritario. Después me tronó los dedos—. Ayuda a mamá a preparar su maleta. Sé que tú acabarás más rápido.
Me quedé quieta ante aquella orden.
—¿Maleta? —pregunté desconcertada.
Lucas dio un paso lento hacia donde me encontraba.
—Sí, la maleta. Échale sus cosas en cajas de huevo si no te alcanzan.
Le hice una seña para que saliéramos.
Él me siguió con pocas ganas de hacerlo.
Nos detuvimos en la sala.
—¿Te la vas a llevar? —lo cuestioné susurrándolo.
—Mi carro está afuera —a mi hermano no le importó ser discreto y habló con la misma potencia con la que antes lo hizo.
—¿A tu casa? —Me embargó la confusión.
—Por supuesto que no —se mofó, y una vez que la sonrisa se le borró de los labios procedió a contarme sus planes—: Hace rato le llamé a Lázaro. Primero le di mis buenos deseos para él y su familia, después le dije que le tocaba cuidar de nuestra madre porque ya nos la íbamos a turnar. Si te llama, que dudo que lo haga, le vas a decir que el trabajo lo tienes hasta el cuello.
—¿Cuál fue su respuesta?
Él extendió una sonrisa maliciosa.
—Pues, estaba bien borrachote, pero me entendió. Hoy mismo se la voy a llevar para que no tenga tiempo de arrepentirse.
Negué con la cabeza.
Mis hermanos se confiaban porque desde siempre fui yo quien procuraba a nuestra madre. Lázaro terminaría más enojado conmigo de lo que ya estaba.
—Pero…
Vi cómo Lucas adoptó una postura recta con el pecho levantado y el cuello rígido.
—Creo que no estás entendiendo —su voz se escuchó más grave—. La decisión está tomada. Soy el hermano mayor. —Se apuntó—. ¡Yo! —Dio un paso más hacia mí—. Siempre he dejado que creas que tienes el control, pero es hora de que sepas tu lugar. —Sus ojos se enrojecieron con cada palabra—. Las viejas no mandan. —El mismo dedo que antes se señaló, se dirigió hacia el cuarto—. Haz las maletas, ¡ahora!