Cuestión de Perspectiva, Ella (libro 2)

Perdón - Parte 2

Los primeros cinco días del novenario transcurrieron en completa calma. Los rezos me dotaban de esperanza, me reconfortaban.

Doña Teresa y don Álvaro asistieron al segundo de ellos. Se disculparon por no haber estado en el entierro, pero se acababan de enterar. Admiré que no les importara en absoluto los señalamientos que causaba que siguieran frecuentando a la exmujer de uno de sus hijos. Su compañía jamás la olvidé.

Ansiaba más ver a mis hijos, contarles lo que pasó, abrazarlos, consentirlos, escucharlos.

Mis hermanos se quedaron a dormir en la casa de mis padres, las esposas e hijos fueron bien recibidos en casa de mi tía Antonia, y yo elegí quedarme con Isabel.

Esteban usó la casa que fue de Rogelio. Lucas y yo lo llevamos en el carro el primer día. Demoró en abrir la puerta con las llaves que Filemón le dio.

Sabía que lo lastimaba volver ahí, pero, por más que le insistí, no aceptó irse a otro lado.

En el día que se llevaría a cabo el sexto rezo, el comportamiento de mis hermanos terminó por acabar con mi paciencia. Se emborrachaban hasta el amanecer después de que la rezandera se retiraba. Era cierto que las bebidas alcohólicas se acostumbraban en eventos como esos, pero con prudencia.

Era de mañana y los hallé dormidos con la misma ropa puesta, apestosos a alcohol y empolvados porque no barrían ni por error.

Arranqué la sábana que colgaron en la ventana.

—¡Párense, cabrones! —alcé la voz.

Lucio fue el primero en reaccionar.

—Cierra la luz. —musitó. Después se tapó irritado la cara.

—¡Ya! —Aplaudí dos veces, chocando con fuerza las palmas—. ¡Arriba!

Lisandro se arrastró hasta una cobija y se la puso encima. Supongo que buscaba volver a dormir.

Lo alcancé y lo destapé.

—¡¿Qué te traes ahora?! —se quejó.

Le siguió Lázaro, él también refunfuñó. Luego Lucas. Leopoldo fue el más reacio a despertarse. Para levantarlo para ir a la escuela era todo un drama.

Observé a cada uno mientras se sentaban donde podían. Necesitaba que me quitaran una duda.

—¿Por qué están tan tranquilos? —los cuestioné—. Nuestra madre murió y hasta hoy no he visto a ninguno derramar una sola lágrima.

Leopoldo fue el primero en responderme, al mismo tiempo que se frotaba la frente:

—Se murió la tuya.

—¿Qué? —la pregunta me salió de golpe. Lo que acababa de escuchar debía ser un arranque debido a su estado.

—Sí, es cierto —lo respaldó Lisandro—. Se murió la mujer que nos parió y ya.

En toda mi vida, Lisandro había pronunciado una cosa similar. Al menos no en mi presencia.

Me quedé inmóvil. Tenía que procesar sus comentarios.

—Y dijo que hasta eso lo odió —añadió Lázaro. Después se rio.

Las quejas de mis hermanos se soltaron.

—¿Por qué no me sorprende? —dijo Lucio, sarcástico.

—Eso fue tan de ella —se burló Lucas.

—¿Qué les pasa? —los reprendí—. Muestren respeto a los difuntos.

—Ya se lo mostré al venir hasta aquí y quedarme —Lucas no demoró en rebatirme—. Como dicen: el muerto al pozo y el vivo al gozo.

—¡Insolente! —Levanté un dedo frente a su cara—. No pases la línea.

Él ladeó la cabeza, confiado.

—Como yo lo veo, mi madre sigue bien viva e igual de enojona. —Sonrió al decirlo.

Tuve un instante de completa confusión.

Lo que Lucas pronunció se sintió bien y mal al mismo tiempo.

—La de todos. —Extendió hacia los lados ambos brazos y observó a mis otros hermanos—, ¿no creen?

—Sí —confirmó sin dudarlo Lucio.

—Sí que sí —lo apoyó de inmediato Lisandro.

Leopoldo solo confirmó con la cabeza. Supongo que se debió a que se le humedecieron los ojos.

—Tú fuiste quien nos cuidó, nos alimentó, nos crio y nos sigue queriendo. Aunque algunos sean más idiotas que otros. —Lucas giró a ver a Lázaro y luego sujetó mis manos—. Para mí, mi madre eres tú.

Sospeché que él ansiaba llorar por cómo le temblaba la mandíbula.

Yo sí que lloré. Solté las lágrimas con su última frase, pero esta vez no eran de amargura.

—Si te vas antes que nosotros, ahí sí la gente nos verá hasta bramando —intervino Lisandro—. Por esa señora no vamos a llorar, aunque nos paguen.

—Es la verdad, hermana. Eres nuestra verdadera mamá. —Lázaro se detuvo a mi derecha—. Perdóname por portarme como lo hice. Era un niño cuando todo pasó —refiriéndose a los sucesos que nos llevaron a migrar—. Mis recuerdos eran malos y Felicia los empeoró con sus chismes. —Bajó el rostro—. Estoy arrepentido por el trato que te di a ti y a tu hija. No lo merecían.

Lloré todavía más. Masajeé el hombro de mi hermano menor.




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