Cuidarte el alma

—2—

 

Es difícil seguir sonriendo cuando observo que tengo tanto trabajo acumulado sobre mi escritorio. Un notario y una contadora no son garantía de eficiencia en un negocio que depende de tantas variables.

Al final, si una quiere que las cosas salgan bien tiene que encargarse de todo, así que tengo múltiples funciones. Contadora, sí. Pero también gestora, relaciones públicas y vendedora. Secretaria, administrativa, psicóloga y especialista en mecánica. Todo junto y a veces es demasiado.

Mejor pongo manos a la obra. Al final, el polvo frustrado va a terminar resultando productivo, porque tengo muchísimo para hacer y poco tiempo. A meterme con lo de Hacienda, que es lo más importante y urgente en este momento.

—Oh-my-God…

Esa es la frase más recurrente de Karina, nuestra recepcionista que se especializa en limarse las uñas. Estoy segura de que tiene un doctorado en eso y en hablar por teléfono durante horas.

Levanto la vista y la observo por encima de mis gafas. Está mirando algo y mordiéndose el labio inferior, y el carmín le mancha los dientes de una manera grotesca. Frunzo la nariz y continúo con mis papeles.

—Psttt… ¡Gaby!

La ignoro olímpicamente. Si lo que tiene para decirme fuese algo que yo tuviese que saber, no andaría a los susurros sino que gritaría como lo hace siempre, así que continúo con mi trabajo sin mirarla siquiera.

—Gabrielaaa…

Mierda. La miro, no hay más remedio. Si no quiero que continúe elevando el tono de su voz, voy a tener que prestarle atención.

—Karinaaa… —le digo bajito, y casi no puedo contener la risa cuando observo su expresión bobalicona.

—Mira el espécimen que acaba de traspasar esa puerta…

Sigo la dirección de su mirada y ahí lo veo.

Vaya.

Vaya, vaya.

Vaya, vaya, vaya.

A eso le llamo yo espécimen. Y de esos que están en peligro de extinción, y por eso dan más ganas de tener su cabeza entre los trofeos sobre la estufa a leños, o su piel delante de ella.

A ver… Cuarenta y pico, y muy apetecible.

Alto. Complexión atlética. Ni gordo, ni delgado, más bien a punto. Canoso a más no poder. Y deliciosamente bronceado. Eso es porque estuvo en otro sitio, sin duda. O no… Quizás es fanático de la cama solar, lo que sin dudas le resta puntaje, pues los metrosexuales no me van en absoluto. Prefiero a los fanáticos de otro tipo de camas.

Qué lindas esas arruguitas en torno a los ojos, que se acentúan cuando frunce el ceño y se inclina para mirar el tablero del Honda que acaba de llegar. Si ese es tu target, bienvenido seas, bombón.

Hace mucho que lo estoy mirando, lo sé. El espécimen tiene pegados en su culo tanto los ojos de Karina como los míos. Babosas, eso somos, y le vamos a hacer «mal de ojos» de tanto mirarlo.

—Gaby, ve a atenderlo. Renato está con un cliente, y Marcelo fue a almorzar. Aprovecha y atiéndelo tú.

Lo que me faltaba… La recepcionista me ordena que «aproveche» y me haga cargo de un cliente, y lo hace como si eso fuese un premio… Y sí, la verdad que sí lo es, pero soy la que manda y no voy a salir corriendo solo porque esta me lo dice. Bueno, casi.

Alzo las cejas como diciendo: «¿Tú me dices a mí, la dueña, lo que tengo que hacer, guapa? Voy a ir porque quiero, ¿sabes?» Y acto seguido echo mi silla hacia atrás y me pongo de pie. Antes de ir a «atenderlo» me paso la mano por el pelo y me miro en uno de los amplios espejos. Nada mal, teniendo en cuenta lo que estuve haciendo hace diez minutos.

Una agradable mujer de cuarenta y cuatro que parece de cuarenta y tres. Cincuenta y nueve kilos bastante bien repartidos, peinado de peluquería, y una vestimenta formal que incluye stilettos y falda lápiz a la rodilla, que me hace ver sofisticada y elegante. Estoy lista.

Ahí voy, cosa linda.

Antes de llegar a su lado, él levanta la vista y nuestras miradas se cruzan por un instante. No uno, dos instantes. Y luego tres…

Me mira a los ojos, luego más abajo, y luego a los ojos de nuevo, pero por alguna razón no me siento incómoda sino halagada. Muy…

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarlo? —pregunto con la más encantadora de mis sonrisas.

Él me corresponde, pero la suya no es tan amplia.

—Buenas tardes. Quisiera que un vendedor me explicara las prestaciones de este modelo, por favor.

—Con mucho gusto. Para empezar, el motor es una maravilla de cuatro cilindros que… ¿Qué sucede? —pregunto interrumpiéndome, porque lo veo fruncir el ceño y mover la cabeza, confuso.

—Disculpe, ¿usted me va a explicar lo que le he pedido? Porque de verdad necesito sacarme algunas dudas y no creo que…

Vaya.

Vaya, vaya.

Vaya, vaya, vaya.

Cuando alguien subestima mis capacidades, algo en mi cabeza hace un clic, y me crecen colmillos, garras, y púas muy agudas. Me pongo como el de X-Men, o peor aún.

Le dedico otra de mis estudiadas sonrisas.

—Le explicaré, caballero: yo puedo ayudarlo. Créame que puedo estar a la altura de sus preguntas y dejarlo completamente satisfecho —le aclaro, mientras las púas se preparan para clavarse en la bella carne del espécimen, que ha resultado ser bastante descortés. Pero yo estoy preparada para enfrentar esta clase de escépticos, que subestiman las capacidades femeninas en estas lides.

Me mira. Hace una rara mueca mientras parece evaluar si esto será una pérdida de tiempo o no, seguramente.

—Adelante —me dice con un gesto, y luego se cruza de brazos en una actitud de escucha indolente.

—Gracias por la oportunidad —le respondo, irónica, pero sin dejar de sonreír ni un instante—. Como le decía, este motor es una verdadera joya. Tiene cuatro cilindros, ciento cuarenta caballos de potencia y una aceleración de cero a cien de ocho segundos. Además, su sistema start-stop, le permite ahorrar combustible, ya que cuando se detiene en un semáforo o atascamiento, el motor se apaga momentáneamente, y al colocar el cambio, se vuelve a encender…



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En el texto hay: romance, amor, maduro

Editado: 05.12.2019

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