Le cuento todo desde el principio.
Cómo me asocié a Claudia, y cómo surgió la intervención de César, mi primer novio. Su relación con él. Mi relación con él. Y luego el lamentable desenlace. Las amenazas, las presiones. Mi inevitable desvinculación del negocio.
Cuando termino, vuelvo al vino, pero en busca de consuelo, no de valor. Aunque no me siento tan mal como esperaba… Parece que renunciar a la concesionaria no dolía tanto. Una lástima, porque llorar en el hombro de Andrés es algo que me gustaría repetir, pero en circunstancias no tan tristes como la de la muerte de mi papá.
Recordarlo me da fuerzas para levantar la mirada y enfrentar la de Andrés.
—Bueno, eso es todo… Hasta hace unos días tenía media concesionaria y no me iba mal. Ahora tendré cien mil euros que no tengo ni idea de cómo invertir… —le digo, suspirando.
Lo veo tomar la servilleta y limpiarse la boca con elegancia.
—Y no tienes trabajo, pero sí una enemiga —acota.
Otro suspiro…
—Así es. Gracias por recordármelo…
—¿Por qué no? Es algo que tienes que enfrentar. Es parte de tu vida, de los errores que cometiste, y de lo que tendrás que enmendar.
—¿Cómo puedo enmendar lo que pasó con César? Ya está, ya fue. Ahora estamos a mano, porque yo fui la primera que…
No puedo continuar porque lo veo mover la cabeza, disgustado.
—¿Te estás escuchando, Gabriela?
Mierda, dejé de ser Gaby… No me gusta eso.
—Es verdad, Andrés. Ella empezó…
—No puedo creer que sigas insistiendo en hablar de eso como si fuese un trofeo o una mercancía. A mí no me importa si lo que ella hizo estuvo mal o no, lo que sí me importa es que tú te des cuenta de que lo que hiciste sí lo estuvo. Y mucho, muchísimo… Se llama venganza, por si no lo sabías —me dice, serio.
Ha logrado avergonzarme. Como si no estuviese lo suficientemente mortificada ya…
—¿No se llama revancha? —pregunto intentando sonar ocurrente, pero al parecer no lo logro porque su mirada es de hielo—. Andrés… no estoy orgullosa de lo que hicimos, de lo que hice… Pero ya no puedo remediarlo.
—Vender tu parte es una forma de darle tranquilidad a esa mujer. Pedirle disculpas es quizá la manera de lograr tu propia paz.
—¿Qué? No pienso pedirle…
—Gabriela, ¿vas a querer postre? Porque si no, pasamos al café.
Vaya manera de cortar una conversación sin una pizca de diplomacia.
—¿Helado a base de agua? —improviso—. No tomo café a esta hora… No podría dormir.
—Yo creo que es tu conciencia la causa de tus desvelos —me dice sin mirarme, mientras le hace una seña al camarero y le pide un «helado Guardia Vieja», pero de agua. Ni siquiera me preguntó de qué gusto lo prefiero.
Pero la conversación no terminó, como parecía, porque él vuelve al tema.
—Vas a tener que madurar el asunto de la responsabilidad de cada uno de tus actos. Pero vayamos a lo práctico… ¿pensaste qué te gustaría hacer con el dinero de tu cuota parte? —pregunta, mirándome a los ojos.
—No lo pienso en esos términos. Es decir, lo que estoy intentando decidir es qué me conviene hacer, no qué me gustaría hacer —le aclaro.
—Tal vez sea la hora, y la oportunidad, de hacer algo que te guste, además de que sea lucrativo… ¿Por qué no pensar en ambas cosas? —me dice, y yo lo miro frunciendo el ceño.
¿Qué es lo que me gusta? Los números, sin duda. No, no es eso… Lo que en realidad me gusta es vender. ¿Y si pongo una concesionaria por mi cuenta y me llevo toda la clientela?
Andrés interrumpe mis prosaicos pensamientos.
—No sé qué es lo que estás elucubrando, pero tus ojos brillan igual que cuando me contabas que te levantaste al marido de tu amiga.
—Examiga —aclaro.
—Lo que fuera. Hagas lo que hagas, Gaby, asegúrate de no hacerle daño a nadie —me aconseja, serio.
No es la primera vez que siento que este hombre me lee la mente, y eso me molesta mucho.
—Mira… Me estás pintando como la serpiente, pero te recuerdo que César fue parte activa en todo esto —me defiendo—. De hecho, fue él quien empezó los…
—No importa quién fue. ¿Todo lo evalúas según quién empezó las cosas, quién hizo el primer movimiento, quién hizo el daño más grande? Me parece un poco infantil, la verdad. ¿Y sabes qué es lo peor de todo, Gabriela? Que en ningún momento te escuché lamentar el final de la relación afectiva con ese hombre —me interrumpe por enésima vez, dejándome con la boca abierta.
Trago saliva y se lo digo.
—No la había. Era algo puramente… sexual. Yo no me comprometo afectivamente con los hombres, Andrés. Y no lamento nada porque antes de saber lo que había pasado, yo ya había decidido terminar con César —confieso.
Y por primera vez veo una expresión de asombro en su rostro. Eso me reconforta mucho… Así que después de todo, no tiene todas las respuestas.
—¿Por qué? —pregunta de inmediato—. Si era una relación puramente sexual como tú dices, ¿por qué habías decidido terminarla?
Mierda, me atrapó. Me tiene… No. Yo lo tengo a él y le doy el golpe de gracia.
—¿No era que no hacías preguntas?
Sonríe… ¡Punto para Gaby!
—Touché —murmura fingiendo estar contrariado. Y a pesar de que no tengo por qué contestarle, algo en mí o en su mirada, o en ambas cosas, me impulsa a hacerlo.
—Pensé mucho mientras volvíamos del funeral… Mira, voy a ser muy sincera y creo que te vas a sorprender: tú has tenido la culpa —le digo en la cara.
Si lo hace, nada lo delata esta vez. Tal vez ese silencio, esa forma de mirarme… No lo sé.
—A ver, cuéntamelo. Si quieres, claro.
Trato de explicarle. No intento hacerme la intrigante, solo quiero ser sincera.
—Es simple y complicado a la vez. El hecho de que un completo desconocido fuese el único que se haya ofrecido a acompañarme en un momento difícil, me hizo pensar en lo sola que estoy. Es decir, para mí está claro que no tenía ni quería un compromiso afectivo, ni con César ni con nadie, pero me sentí tan… Ay, Dios. No sé cómo explicarlo…