Mientras ayudo a Pauli con la tarea, me suena el móvil y junto con él, mi corazón se acelera. Cada vez que alguien llama me pasa lo mismo, y si supiera cómo destinarle un tono especial para identificarlo, ya lo hubiese hecho. Pero es Alejo quien me auxilia en esas cosas y no me he atrevido a pedírselo.
Esta vez tampoco es él, sino César.
—Ya sé que me has pedido un par de días, pero…
—Está bien, César. Te cedo mi cuota-parte. Cien mil euros libres de gastos, ¿está claro?
—Clarísimo, Gabriela. Te lo agradezco tanto… Estoy gestionando un préstamo porque me falta un poco, pero estimo que a más tardar el jueves que viene…
—Háblalo con Ferrero, mi abogado. Cuando esté todo listo, me avisas. Que sigas bien —le digo, y luego corto la llamada. No es nada personal, es que no quiero mantener la línea ocupada por si me llama… él.
La verdad es que no lo hizo en todo el día, y no hay razón para que lo haga, pero la esperanza es lo último que se pierde.
Y se me da. Por fin algo se me da, caramba.
Oír su voz a través del teléfono tiene el mismo efecto que personalmente… Me derrite escucharlo. Me paro y me pongo de espaldas a Paulina para que no pueda leerme los labios.
—Hola… Qué sorpresa tu llamado —miento descaradamente.
—¿En serio? No te lo creo.
—¿Por qué no?
—Porque tendiste las redes muy bien, Gaby, y lo sabes. Y aquí está este pescado invitándote al cine. Pero tiene que ser mañana por la tarde, porque por la noche el restaurante está repleto…
—No hay problema. ¿A qué hora? ¿Te parece bien que nos encontremos directamente en el Movie City del Central Shopping?
—Me parece perfecto. Estoy googleando la cartelera y tenemos varias opciones a las cuatro. Amor, acción, terror… Déjame adivinar. Lo tuyo es la acción, ¿o no? —me dice riendo.
—Sí, pero ayer quería una de amor y terminó siendo de terror —no puedo evitar señalar.
—¿Amor, «señora no quiero compromisos»? No estábamos viendo el mismo canal, sin dudas. Ahora tengo que irme, pero lo de mañana queda agendado, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —respondo, y me quedo escuchando cómo corta la conversación. No suelto el teléfono porque esa dosis de su voz no me alcanzó para nada… Mierda, estás caliente como una olla de hojalata, Gaby. ¿Cuánto hace que no te sientes así? Es decir, ¿cuánto hace que no tienes ganas de lo que sea, siempre y cuando provenga de una persona en especial? No es solo un deseo urgente de follármelo. Es… todo. Quiero escucharlo, contemplarlo, disfrutar de lo que dice y también de sus silencios. Quiero que me reprenda como si tuviese ocho años, que juegue conmigo a las escondidas, que me haga sentir muy perra.
No me importa, de él quiero lo que sea… Si terminamos en la cama, estoy segura de que no será mañana, pero no me importa.
Tarde o temprano, si de verdad tendí bien las redes como él dice, este hombre va a gritar mi nombre cuando se corra.
Dos años sin una alegría. Que siga acumulando nomás, que yo aguanto. Y si hay que esperar, esperaré… ¿Quieres sentir cosas? Yo voy a hacértelas sentir, Andrés Otero.
Por lo pronto vete preparando, bombón, porque mañana te partiré la boca…
Ni cine, ni nada.
Mi hija tiene fiebre. Amaneció resfriada y cerca del mediodía tuve que llamar al médico. No es nada grave, pero no quiere que me separe de ella. Mi pequeña… Seguramente el tonto de Hugo la dejó correr y transpirar, y no hizo que se cambiara de ropa enseguida.
Hombres…
Andrés. Un hombre entre los hombres… Y un gran enigma también. ¿Será divorciado? ¿Tendrá hijos?
Esta tarde pensaba agobiarlo a preguntas antes de comerle esa boca divina, pero no va a poder ser.
Lo llamo… No quiero cancelar, pero antes que mis deseos están los de mi Pauli.
—Quédate tranquila… Lo dejamos para la semana que viene.
¿La semana que viene? ¡Eso es demasiado tiempo! No puedo esperar tanto, pero, ¿qué puedo hacer? ¡Nada!
—Lo siento mucho, Andrés.
—No tienes por qué. ¿Qué edad tiene tu hija?
—Once… Y es muy mimosa, sobre todo cuando se siente mal, y solo quiere que yo la atienda. De hecho, tuve que aprovechar la excusa de ir al baño para poder llamarte y avisarte —le explico.
—Está todo bien, Gaby. Dedícate a ella que… —se interrumpe de pronto.
—¿Qué ibas a decir?
Hace una pausa, pero fiel a su estilo de franqueza sin límites, finalmente responde.
—Iba a decir «que te necesita más que yo», pero de pronto me asaltó la duda de si en realidad es así.
Repito sus palabras en mi cabeza, y tardo una fracción de segundo en darme cuenta del significado de lo que me dijo.
Trago saliva mientras mi corazón se desboca.
La sonrisa boba de nuevo… Tengo el espejo enfrente que jamás miente, y me muestra esa sonrisa boba instalada en mi rostro. Y yo me quedo por primera vez en mucho tiempo, sin saber qué decir.
Él me saca del paso, como siempre.
—… después de todo, yo no te necesito —completa inesperadamente, haciendo que mis castillos en el aire se desplomen de inmediato.
—No, claro que no… —murmuro.
Y el start-stop vuelve a mostrar sus utilidades cuando replica lo que sigue, haciendo que algo dentro de mi vientre, se ponga a danzar:
—No. Yo te echo de menos, Gaby… Pero no te voy a decir nada más porque me vas a escupir en serio, «señora solo sexo». Nos hablamos en la semana. Que te sea leve…
Decir que casi se me cae el teléfono al wáter, no describe cómo me sentí cuando lo escuché decirme que me extrañaba. La sonrisa boba se murió, ahora ya estoy en otro nivel… El de la sangre latiendo en las sienes, el de las manos sudorosas, el de la boca seca.
Me despedí con un «chau» apenas audible y aquí estoy, sentada sobre la tapa del wáter intentando componerme, y que este jadeo que ahora parece ser mi forma de respirar, se calme un poco.