Cuin y el caballero

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Esta es la historia de una chica fuerte, valiente y poderosa, pero que aún no lo sabe.

En un mundo donde la luz y la oscuridad se entrelazan en una batalla, dos almas diferentes se encuentran en un baile eterno.

Ella es una princesa, una figura de delicadeza y belleza singular, pero, tras su apariencia, se oculta un espíritu caótico, que amenaza con consumirla.

Él es un caballero de la guardia real. Su sola presencia exuda peligro y frialdad, y alberga un oscuro y perverso secreto que amenaza con arruinarlo todo.

Juntos emprenden un viaje a través de un camino espinoso, desprovisto de los suaves pétalos de rosa que suelen adornar los caminos.

Este no es un viaje para los débiles de corazón, sino para aquellos lo suficientemente valiente como para enfrentarse a lo desconocido en busca de un destino incierto.

A cada paso se desvela un nuevo misterio, cada giro una nueva prueba. La intriga y la aventura se entrelazan en cada momento.

¿Te atreves a unirte a ellos en su viaje para un destino?

•••

Esta historia tiene múltiples comienzos y durante mucho tiempo me he preguntado por dónde debería empezar.

Contarlo no es nada fácil, pero una tarde, mientras sentada en la colina junto a la hierba, mis cabellos y dientes de león danzando al compás del viento, sentí en lo más profundo de mi corazón que podría comenzar por el principio, como cualquier historia tradicional o podría empezar por el final, revelando el misterio desde el primer momento. Pero he elegido comenzar aquí, en la colina, porque este es el lugar donde la historia realmente comienza para mí.

TORMENTA

Las tormentas en el desierto son una danza macabra entre la furia y la serenidad. Un contraste en la inmensidad del desierto, donde la quietud reina con solemnidad. Son eventos poco comunes, pero cuando irrumpen, lo hacen con una fuerza avasalladora.

El cielo se transforma en un lienzo caótico, con nubes que se arremolinan como olas embravecidas. Los colores se tornan intensos, mezclando el naranja del atardecer con el gris amenazante de la tormenta. Un silencio expectante se apodera del desierto, como si la naturaleza contuviera la respiración antes del estallido.

De repente, el viento comienza a rugir, azotando la arena con furia. Las ráfagas se convierten en un látigo invisible que golpea con crueldad todo lo que encuentra a su paso. La arena se eleva en una danza frenética, creando una densa niebla que reduce la visibilidad a unos pocos metros.

Los soldados de la gran montaña observaban la tormenta con una mezcla de fascinación y temor. Desde su posición elevada, podían ver cómo la furia de la naturaleza se manifestaba en toda su magnitud. Las nubes se arremolinaban como olas en un mar embravecido, y los relámpagos rasgaban el cielo con una intensidad aterradora.

El capitán observaba con desgana a sus hombres. A pesar de la pertinaz lluvia, ellos continuaban con sus tareas ajustando sus armas, bebiendo licor, charlando entre ellos. Su ánimo no parecía afectado por la inclemencia del tiempo. Cumplían con su deber con una determinación y un coraje que el capitán ya no sentía.

Furioso por no poder encender un cigarrillo en sus escasos treinta minutos de descanso, el capitán vio pasar a un soldado cargando dos baldes de agua, que le sugirió al capitán que se refugiara en una de las cuevas que abundaban en la montaña.

El soldado, sin embargo, no se percató del estado de ánimo del capitán y cometió dos errores imperdonables. Primero, no se dio cuenta de la furia que ardía en el interior del capitán. Segundo, no se fijó en la mirada fulminante que le dirigió antes de propinarle una brutal patada que lo derribó al suelo, derramando los dos baldes de agua.

—¿Estabas allí?—, preguntó el capitán con voz cargada de sarcasmo y malicia.

—No...no señor, simplemente tropecé—, farfulló el soldado mientras se levantaba del suelo y corría a buscar más agua.

Con el corazón apesadumbrado y la desilusión corroyendo su espíritu, el capitán se dirigió al borde del precipicio. Había dedicado horas incontables, esfuerzo y sacrificio para llegar a este punto, pero ahora, en este momento crucial, solo sentía que estaba desperdiciando los mejores años de su vida.

Las imponentes montañas se extendían a lo largo y ancho del territorio del imperio de Verusomnia, imponiendo su majestuosidad sobre todo lo que abarcaban. 

Cada paso que daba el capitán era acompañado por la humedad persistente, como si el destino mismo se burlara de él. Y la ironía era que, a solo unos metros de distancia, se encontraba el desierto, un lugar tan hostil como inclemente, que podía ser tan gélido como el infierno.

El viento aullaba con furia, azotando el rostro del capitán y arrollando sus pensamientos y preocupaciones. 

De repente, una figura se apareció a su lado, era el comandante.

—Eres cruel—, dijo él, con una sonrisa de lado, defendiendo al soldado que el capitán había derribado.

El capitán se giró hacia él, con una mirada gélida en sus ojos. —¿Qué lo trae por aquí, mi comandante?— preguntó con sarcasmo.

A pesar de la tensión del momento, la camaradería de la infancia afloró, y ambos hombres comenzaron a compartir experiencias y recuerdos. La lluvia, cada vez más intensa, los obligó a refugiarse en una de las cuevas.

—Dime, ¿siempre es así?— preguntó el comandante, con los ojos abiertos de par en par mientras observaba la tormenta desde la entrada de la cueva.

El capitán no respondió, su mirada perdida en la tormenta. No era normal, eso era seguro. El granizo caía con fuerza, y los relámpagos rasgaban el cielo con una frecuencia aterradora.




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