Cuin y el caballero

1. El regreso de la princesa Cuin

Diecisiete años después…

En los tiempos de la «Era Platina», el cabello blanco era considerado un símbolo de nobleza, valentía y fuerza. Era un distintivo que representaba la experiencia, la sabiduría y el poder. Aquellos que poseían esta característica tenían el potencial de convertirse en el rey.

El antiguo monarca Afigoth que tuvo muchos hijos varones con este rasgo distintivo. Como resultado, la lucha por el puesto de heredero se convirtió en una competencia feroz, eclipsando cualquier otro título real. Los príncipes se esforzaban por demostrar su valía, participando en torneos, ganando batallas y mostrando su sabiduría y liderazgo.

La nación seguía con atención la rivalidad entre los hermanos, ansiosos por descubrir quién sería el príncipe heredero. Era una época que hubiera deseado vivir. Sin embargo, en la actualidad, eso ha llegado a su fin, porque solo quedan dos personas con cabello blanco en todo el reino, mi padre, el rey Ethan, y yo, la princesa Cuin Crowley.

El rítmico golpeteo de los cascos contra el pavimento anuncia nuestro arribo a las calles empedradas de la capital. Un murmullo vibrante, un coro de voces desconocidas entremezclado con el bullicio de la ciudad, se filtra por las ventanas del carruaje. Me aseguro de que las cortinas estén bien cerradas, protegiéndome de las miradas curiosas que sin duda me siguen.

El carruaje comienza a ascender por la ladera de la montaña, dejando atrás la multitud. Escucho a dos caballeros conversar sobre el clima, la ciudad y sus vidas pasadas aquí. Sus palabras están teñidas de nostalgia y cariño, como si cada recuerdo fuera un tesoro preciado.

Cuando el ruido de la ciudad se desvanece, aparto la cortina y dejo que la vista de los imponentes pinos, que se alzan a ambos lados del camino, me inunde. El cielo azul se extiende sobre nosotros, inmenso e inmutable.

A mi lado, la señorita Gabriela, mi acompañante, despierta de su sueño. Le hago una seña para que se prepare, porque nuestro destino está próximo. Al volver mi atención hacia la ventana, una fila de caballos nos adelanta a una velocidad vertiginosa. Sus capas ostentan la insignia de los caballeros de la Guardia Real, la tropa más prestigiosa de la nación. Los observo desaparecer en la distancia, sintiendo un profundo anhelo por la libertad y la aventura que ellos encarnan.

Finalmente, llegamos al palacio real. Sus torres se elevan hacia el cielo como agujas, coronadas por banderines que ondean al viento. Los amplios ventanales brillan como espejos, reflejando la luz del sol y ofreciendo destellos de la opulencia que se esconde en su interior.

Desciendo del carruaje y soy recibida por seis señoritas, cuya elegancia solo se ve opacada por la certeza de que son mis verdugos. 

El murmullo de los sirvientes y trabajadores del palacio resuena, anunciando con asombro mi llegada.

Todo eso se ve interrumpido por la voz grave de uno de mis caballeros de la guardia, anunciando la llegada de ambos reyes el dia de mañana.

Doy pasos firmes intentando seguir el caminar de estos grandes hombres, pero lucho en vano, siendo él quien me siga los cortos pasos.

—¿Sabes algo de Eliíjah?— Mi pregunta queda sin respuesta, su silencio es un misterio que se cierne en el aire.

—Su alteza real ya se encuentra aquí—, anuncia una de las señoritas.

Mi corazón se acelera, latiendo con la fuerza de un tambor de guerra, puede que aparezca en cualquier momento.

—Alteza real— habla mi caballero, —fue un honor— se despide de mi con una inclinación de cabeza, asiento y aunque quisiera agradecer su esfuerzo, mi posición me lo impide, nada mas me queda ver cómo se aleja.

Las seis señoritas, como elegantes marionetas, se encargan de cada detalle en la habitación, mientras Gabriela, mi fiel acompañante de Force, recibe mi bolso de mano. Un nudo de nostalgia se aprieta en mi garganta al descender a los jardines que alguna vez fueron mi refugio. Las rosas, antes símbolo de belleza y alegría, ahora solo reflejan el paso del tiempo y el peso de mis recuerdos.

Mis dedos acarician los pétalos aterciopelados, como si buscaran consuelo en su fragancia marchita. Cinco años han pasado desde que dejé este lugar, buscando en las academias y universidad de Force un escape de mi pasado. Pero el tiempo no borra las cicatrices, solo las esconde bajo capas de aparente calma.

Las colinas que bordean el horizonte se tiñen de los colores del atardecer, creando un cuadro de belleza agridulce. El viento me susurra historias de un tiempo lejano, cuando la inocencia reinaba y la felicidad era un tesoro sin precio. Un suspiro escapa de mis labios, cargado de una melancolía que cala hasta lo más profundo de mi ser.

Regresando a la habitación, escucho forcejeos así que me apresuro viendo a la líder de las señoritas, sosteniendo mi bolso que solo a la señorita Gabriela le había encomendado.

—¿Qué ocurre?— pregunto, mi voz es un intento de calma, pero en realidad estoy por alterarme.

Todas me miran, la líder suelta mi bolso dejando que Gabriela se lo quede.

—Es que la chica se niega a cooperar, queremos trabajar y no nos lo permite—, se queja.

—Es verdad princesa, no quiere entregarle su bolso a Mimi—

Agrega alguien más, como un eco de la queja de la señorita principal. Estoy segura que quieren esculcar lo que traigo, como antes, pero no pensé que eso volvería a suceder.

—Mimi le preguntó amablemente su nombre, pero tampoco respondió y nos insultó con las manos haciendo señas— agregan.

Sostengo mi pequeño bolso, lo aprieto contra mi pecho. Lo que hay adentro es importante para mí y al mismo tiempo peligroso. Un secreto que no puedo compartir.

—Deben entender que esto no se toca y no se mira. Si se lo di a ella es porque tiene orden de no ver lo que guarda en su interior— mi tono de voz es tenaz.




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