Cuin y el caballero

3. Compromiso real

En el silencio de la madrugada, la oscuridad me rodea como un manto impenetrable. Ni siquiera la luz más tenue se atreve a colarse a través de las gruesas cortinas de mi habitación. Me levanto de la cama, mis pasos resuenan en la quietud, y me dirijo al baño.

Abro el grifo y el agua fría cae en cascada sobre la porcelana de la bañera. El sonido del agua que corre es el único que rompe el silencio, amplificando la soledad que me invade. A pesar del frío, me sumerjo en el agua, conteniendo la respiración como si al hacerlo pudiera detener el tiempo mismo.

Pero es inútil. Los recuerdos me asaltan con ferocidad, grabados a fuego en mi mente. Los gritos, el sonido del agua, la catarata rugiendo, la torre más alta... imágenes que se mezclan y se confunden, creando un torbellino de emociones que me ahoga.

Al salir del baño, la realidad se vuelve aún más compleja frente al espejo. Mis reflejos son un campo de batalla, un escenario de luchas internas y conflictos no resueltos. Pero hoy no es el día para pensar en ello.

Sin embargo, algo me llama la atención. Uno de mis ojos, normalmente tan azul como el cielo en un día despejado, se rebela contra su naturaleza. Emite colores extraños, puntos de luz que parpadean como miles de luciérnagas atrapadas.

Siempre es lo mismo con estos ojos. Nunca están en su color ideal. A veces son verdes, marrones, a veces incluso lilas. Es como si no tuvieran un color propio, como si estuvieran siempre cambiando, buscando algo que no encuentran. Siempre me he preguntado qué significa todo esto. ¿Es una señal? ¿Un mensaje? ¿O simplemente una anomalía física? Ni siquiera el médico lo sabe, solo me hace sentir incómoda. Es como si mis ojos estuvieran tratando de decirme algo que no entiendo.

El reloj marca las ocho. La señorita Gabriela y las otras aún no han aparecido. Intento mantener una postura tranquila, pero lo cierto es que, anoche cuando fui a la colina, me quedó la incertidumbre de saber quién era él.

Al decir que era un caballero de la guardia real, con esa voz tan extraña, pero a la vez calmada, me hizo pensar que podía haber sido...pero sabía que no, de haber sido él, nos habríamos reconocido al instante.

Las señoritas finalmente llegan, Gabriela es la última en cruzar el umbral. Sus miradas se posan en mis ojos, captando el extraño color que los invade. Sin mediar palabra, me ofrecen dos pastillas. Su efecto no es inmediato, pero poco a poco me siento más calmada, como si el caos en mi interior se apaciguara.

Salgo de la seguridad de la habitación y me adentro en los pasillos que conducen a la biblioteca. Pero antes de llegar, una figura esbelta y elegante se acerca a mí. Su rostro, enmarcado por cabello corto y un flequillo que juega sobre su frente, me es familiar, aunque a la vez distante. Sus ojos avellana, aquellos que alguna vez compartieron la calidez de la infancia, ahora reflejan una madurez que me desconcierta.

Es Eliíjah Crowley, mi hermana mayor.

—Cuin...— murmura mi nombre, con una mezcla de sorpresa y afecto.

La última vez que la vi, partía hacia Zona Cero para convertirse en soldado. Le escribí una carta llena de dolor y reproches, culpándola por abandonarme en un momento tan crítico. No era justo, lo sé, pero la rabia y la impotencia nublaron mi juicio.

—Estás aquí...— mi voz apenas se escucha, como un susurro ahogado por la emoción.

Un temblor recorre mi cuerpo. Mis manos se juntan y se separan nerviosamente. Había prometido comportarme con madurez, como la nueva yo que he decidido ser, pero la culpa y el arrepentimiento me atenazan. Fui una mala hermana, no supe comprender su sacrificio ni las razones que la impulsaron a marcharse.

—Yo...— la mandíbula me tiembla, luchando por contener las lágrimas. Respiro hondo, tratando de calmarme.

—Lamento haber sido tan...— al verla, me doy cuenta de que ya no es la misma. La niña alegre y despreocupada que alguna vez conocí ha dado paso a una mujer fuerte y decidida.

—No necesitas disculparte— me dice, avanzando un paso hacia mí. En sus ojos veo una profunda tristeza que me conmueve.

—No es tu culpa. Yo también hubiera dicho eso y más en tu lugar—.

—No— las lágrimas amenazan con derramarse por mis mejillas.

—Tú siempre mides tus palabras—.

Se inclina un poco, quedando a mi altura. Su mirada me transmite una calidez inesperada.

—Ya no te preocupes más. Ahora tienes otras responsabilidades. La vida es un equilibrio, tú gobernarás mientras yo te protejo. Ese es nuestro deber. Debemos dejar atrás los conflictos del pasado. Como piezas fundamentales de esta nación, no podemos permitirnos revivir esos tiempos—.

Su madurez me sorprende, pero en el fondo sé que tiene razón. Es hora de dejar atrás las rencillas y enfocarnos en el futuro que nos espera. 

—Estás muy bella—, le digo, admirando su nuevo corte de cabello y su porte elegante.

—Tú lo estás—, responde con una sonrisa que revela un hoyuelo en su mejilla. 

—Te cortaste el cabello, te ves más alta y pareces un príncipe...—. Me dejo llevar por la emoción, quizás sin pensar demasiado en mis palabras. Ella solo cierra los ojos y sonríe, aparentemente sin tomarlo a mal.

Comemos juntas mientras me relata sus aventuras en Zona Cero, un torbellino de experiencias tanto positivas como negativas. Suspiro mientras la escucho, consciente de que ella exploró esa parte del reino con un único propósito, al igual que yo en Force.

Me cuenta que ha reclutado a varios soldados que aspiran a ser caballeros. En cuanto a mí, dice que está al tanto de todo lo que he logrado en estos últimos años.

—Entre nosotras, ¿no te resultó difícil estar en los primeros lugares de la Universidad?— me pregunta con curiosidad.




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