Un frío metálico invadía la estancia, escuchaba la jadeante respiración agitada del chico que estaba sentado frente a mí, sus lamentos se deshacían en eco, y podía percibir un agridulce aroma a alcohol que venía probablemente de su ropa.
—Enciende la luz ultravioleta y retírate —le ordené a Logan impasible.
Él acató la orden sin mediar palabra, las tonalidades frías fueron abriéndose paso y pude obtener una imagen nítida del hombre que estaba a punto de interrogar en una paleta de morados. Este se sobresaltó ante el cambio de ambiente haciendo tintinear las esposas.
—Tranquilízate, quería verte la cara y este es el único modo —le expliqué —digamos que no puedo ver con la luz normal —añadí inexpresiva.
Ante mí se encontraba un chico joven con los ojos y nariz hinchados de llorar y su mirada ausente de brillo y lucidez. El sudor impregnado en su cabello enmarañado provocaba que este se le adhiriera a la frente y destacaban en su traje descompuesto unas manchas muy oscuras con el hedor de la muerte pudriendo el tejido y parte de su ser.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté posicionando mis brazos sobre la helada mesa.
Él tragó saliva, la escuché deslizarse espesa por su garganta, hizo ademán de hablar pero se le atropellaron las palabras.
—¡Yo no fui! —consiguió decir alterado y se le cristalizaron los ojos —yo no tengo nada que ver con esto —sollozó con agonía cabizbajo.
Su cuerpo temblaba y sus articulaciones estaban dobladas con una rigidez que hacían dudar de su integridad mental en aquel momento.
—Su nombre completo —insistí.
—Héctor Evans —masculló amargo.
Suspiré.
—Vale Héctor, necesito que me cuentes qué ha pasado con todo lujo de detalle, sé que es difícil pero tienes que hacer un esfuerzo —dije en un tono conciliador.
Se le ablandó el gesto y refrescó la memoria.
Caminábamos con aires desenfadados y una botella por las húmedas calles de la ciudad, las luces neón de distintos colores se reflejaban con intensidad en los charcos que se formaban en los bordes de aceras y asfalto. Tenía calor debido al alcohol y la euforia fluía como efervescente por mis venas.
—A ver a ver, ¿a dónde coño nos llevas? —le pregunté burlón a mi amigo Ricky quien nos guiaba con sus andares casi rítmicos que nos daban la certeza de que celebraba la noche con algo más que alcohol y tabaco, lo cual tampoco nos extrañaba.
—¿A dónde va a ser? Seguro que ha reservado una habitación en algún hotel para hacer que Dash pase una noche inolvidable —le vaciló Anders, su antagonista, subiéndose las gafas que se le habían escurrido debido a sus andares patosos.
Todos nos reímos. Esta noche hasta el más correcto de los cuatro se aflojaba la corbata.
—¡Vete a la mierda! —dijo Ricky haciéndole una peineta y quitándole la botella.
—Todavía no estoy casado —bromeó Dash mostrando las manos.
Rodeé con el brazo al protagonista de la noche provocando que diéramos un tropezón hacia un lado, consiguiendo más carcajadas flojas.
—Aprovecha tío, en el fondo ambos os tenéis ganas —añadí.
Ricky me pasó la botella y le di un buen trago que se deslizó ardiendo por mi esófago, apenas sentía el sabor sobre mi entumecida lengua. Andamos tambaleantes unas cuantas calles más, gritando, riendo y haciendo el tonto cada vez que un coche pasaba, obteniendo algún que otro pitido como respuesta. Doblamos la esquina siguiendo a Ricky hacia una reserva de la cual no quería revelar nada, sin embargo, cada vez que lo mencionábamos una sonrisa picaresca se apoderaba de sus labios. Paramos ante las puertas de lo que tenía toda la pinta de ser una discoteca, aunque la discreción y el silencio aseguraban que no era así. Ricky intercambió unas breves palabras con el corpulento hombre que estaba de seguridad y nos dejó pasar.
—Una mierda —murmuró Dash mirando incrédulo el lugar.
—¿Cómo cojones has conseguido que te dejen pasar a este sitio? —le preguntó Anders a Ricky al oído evaluando como no, las probabilidades que existían de que esto fuera posible, necesitaba más bebida para anular la calculadora que llevaba implantada en el cerebro.
Una tenue luz rosa piruleta iluminaba aquel lugar lleno de caras desconocidas ocultas entre las sombras que perfilaban sus rostros, estaba repleto de mesitas redondas de cristal donde uno no quería reparar por si veía demás y sillones formando semicírculos donde el vidrio de los vasos, botellas y relojes de hombres de poder junto con las joyas de alto costo que lucían las mujeres que les acompañaban dios sabe por qué, eran lo único que relucía. Al fondo reposaba un escenario cerrado por dos tupidas cortinas de lo que parecía terciopelo. Nos acercamos a la barra hecha de mármol negro y una chica se aproximó a atendernos, llevaba pequeñas piezas de ropa ceñidas a su menudo cuerpo y una máscara negra con bordes afilados cosida a base de encajes y pequeñas perderías, esbozó una sonrisa carmín servicial en su delicado y blanco rostro casi de muñeca de porcelana.
—¿Nombre del reservado? —preguntó tomando una libreta.
Ricky se inclinó con agilidad.
—Hola Dicea, aquí tengo al de la despedida de soltero —asió a Dash con una sonrisa impecable —soy Ricky Rosell, tenía un reservado y cuatro sesiones privadas —informó socarrón.
La chica lo comprobó y se volteó agitando su lacio cabello azabache para coger cuatro tarjetas doradas que parecían haber sido bordadas.
—Pasad ya —invitó.
En el centro de la estancia había una entrada tapada por otras dos cortinas gruesas, sobre estas un cartel que rezaba la frase "El verdadero espectáculo no se ve, se siente". Todos cruzamos el umbral intrigados, muchas personas habían hablado de aquel club, muy pocos entrado, era una de las reliquias más exóticas de la ciudad, por su servicio único y refinado al cual solo tenían acceso unos pocos. Nos encontramos con un mecanismo de entrada similar al del transporte público, con tres barras metálicas que aseguraban que pasásemos de uno en uno, tras picar el tiquet había una pared repleta de taquillas hechas de cristal ahumado donde debíamos dejar todas nuestras pertenencias y un cartel advirtiendo que estaban prohibidas las grabadoras, cámaras, teléfonos móviles y similares. Nos despojamos de todo cumpliendo con el reglamento y nos miramos cómplices.