Culpa [en proceso]

Seis

Abrí los ojos y sentí la áspera colcha sobre mi cuerpo, entreví mi ropa en el suelo y una luz pálida entrando por la ventana y atravesando una botella de vino caro vacía sobre la mesita de noche. Me incorporé con las articulaciones algo agarrotadas y la boca pastosa, podía notar todavía los muelles metálicos clavados en mi espalda. Arabella no estaba como de costumbre, nunca sabía si llegaba a dormir conmigo, pero cuando me levantaba no había nunca rastro de ella, alguna vez me dejaba un tanga en la cama de regalo, pero por lo general, se limitaba a esfumarse. Una vez vestido entregué las llaves en recepción, la habitación estaba pagada, no sé cuando exactamente, pero desde que la conozco jamás he tenido que pagar por esa habitación y ella me insistió en que dejara que se hiciera cargo.

Estos días me había tocado cuidar de Jackie Junior y como no quería comentarle nada a Marta acerca de mis fortuitos encuentros con Arabella, siempre optaba por contratar a mi niñera de confianza. Nada más abrir la puerta Nathalie se dirigió a la entrada y se puso frente a mí extendiendo la mano a la espera del dinero, tendría unos dieciséis años, el pelo castaño claro recogido en una coleta lateral con una gorra gris estilo irlandesa y un auricular siempre conectado al oído. Se sacó el chupachups de la boca dándole un último repaso algo sugerente mientras me miraba con perversa inocencia, la lascivia le brillaba en sus pupilas dilatadas y de haber sido otros tiempos, quizás le habría seguido el rollo.

—Lo de siempre —dijo cambiando el gesto a uno cargado de desdén.

Alcé las cejas mirándola y le tendí un par de billetes.

—Ya te llamaré —dije antes de que se fuera.

—Eso espero —escuché el eco de su voz descendiendo las escaleras.

Jack estaba sentado en el suelo jugando con unos LEGO y al verme correteó patosamente para saludarme emocionado.

—Eii ¿qué tal? ¿Te lo has pasado bien con Nathalie? —le pregunté en un tono conciliador agachándome para quedar a su altura

El bebé asintió varias veces sonriendo mostrando las encías y algún diente de leche.

—¡Papá! —exclamó indicándome los juguetes.

—Está bien, un ratito eh, que luego papá tiene trabajo que hacer —exhalé y me senté en el salón a jugar con él un rato.

Ese niño era otro motivo por el cual debía ser yo quien hallara la verdad, por lo contrario quizá fuera él quien desperdiciara su vida rebuscando entre muertos.

Cuando Jack se puso a ver su matutina serie de dibujos animados volví a sumirme en mi cripta y descender a los infiernos. Había recabado información en una carpeta y llevaba varios meses hablando con unos posibles involucrados, aunque al principio me mostré escéptico acerca de la teoría, con tiempo e investigación en el internet profundo descubrí que podría ser cierto lo que muchos artículos decían: había una secta detrás de todo esto, aseguraban haber recibido un obsequio de la muerte, un audio en el que esta te susurraba las respuestas a las grandes preguntas que lleva haciéndose siglos la humanidad, con solo escucharlo te arrebataba la vida por saber lo prohibido y amenazaban con ponerlo en altavoces y provocar el fin de los tiempos, pidiendo que la gente se uniera a su culto enfermizo. Mi versión, que consideraba bastante sólida, era que unos sectarios estaban matando a gente de una forma muy concreta haciendo expandir el rumor de que tenían en su posesión un arma sobrenatural, pero lo cierto es que solo serían fanáticos que se han pasado con las drogas. Mantenía contacto con dos de estos seres: el Sirviente 6 y el Sirviente 13. Traté de conseguir algo de información pero eran listos y no soltaban prenda, por lo que estas últimas semanas había estado negociando con ellos mi entrada en el culto en un chat privado que habíamos creado cuando conseguí capatar la atención de esas dos personas a través de un foro, en que se distribuía contenido bastante obsceno e inquietante.

Sirviente 6:
Sigues interesado?

Drake:
Sí, quiero estar a salvo cuando llegue el fin de los tiempos

Sirviente 13:
Tendrás q demostrarnos q eres digno

Drake:
Haré lo q sea

Sirviente 13:
En ese caso queremos q nos grabes como te haces la marca

Drake:
La marca?

Sirviente 6:
Un corte profundo en la mano, q deje una bonita cicatriz, eso te distinguirá hasta q ella vaya a x ti el día de la fortuna

En ese momento cerré todas las ventanas y me alejé del ordenador tomando una bocanada de aire, me sudaban las manos, imaginé el filo de un cuchillo hundiéndose en mi piel y la presión de mi pecho aumentó pesando cada vez más.

—¿Papá? —la fina y limpia voz de Jackie Junior me sacó de mis pensamientos.

Miré a mi alrededor y le vi en el suelo señalando el fondo de mi escritorio, se había colado en mi habitación gateando.

—No deberías entrar aquí, papá está trabajando —le contesté serio.

Dirigí la vista hacia lo que le había llamado la atención, la imagen de dos quinceañeros sonrientes mostrando los dientes y creyéndose capaces de todo. Éramos Dash y yo cuando íbamos al instituto, en una de todas aquellas veces que nos saltábamos las clases. Mi esófago se prendió en llamas contrayéndose y tuve que apartar los ojos de la pantalla. Senté al bebé en mi regazo y entré en una carpeta de la que no sabía si sería capaz de salir. Por espacio de una hora estuve mostrándole a aquel niño a su difunto y verdadero padre haciendo de todo, mientras yo le contaba con la voz cada vez más apagada nuestras aventuras y desventuras.

A medida que navegaba entre recuerdos pude detectar que todo estaba envenenado, podrido de una rabia que me hacía despellejarme los nudillos contra la pared. La muerte es desdicha y causa temor a todo ser vivo al cual la propia naturaleza le ha impuesto ese miedo como instinto de supervivencia, sin embargo, es inevitable e irreversible, cuesta aceptar la pérdida y más cuando sienten que te lo han arrebatado, que no era la hora y que se han dejado una vida a medias y creado un abismo en la de los demás que tienen que seguir respirando como castigo. Cuando veía aquellas fotos todo lo que podía hacer era morderme la lengua y sentir en mi saliva el amargo sabor de un anhelo de venganza, la necesidad de que toda esa furia y ese odio impacten contra alguien que se lo merece y que lo ha generado. Los huesos me dolían por dentro, como si los agujereasen con un taladro.




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