Olía a desinfectante y el ambiente estaba envuelto en un frío artificial, escuchaba el pie de Thomas golpear continuamente el suelo a la espera de que nos dieran noticias de lo ocurrido. Las náuseas me subían por la garganta y me dolían las costillas, un sudor gélido me empapaba las manos y la culpa me golpeaba las sienes.
—S-si no sale de esta...
—No es tu culpa Blanca —me interrumpió Thomas en un tono adusto.
Bajé la cabeza y apreté los párpados, la angustia me estrangulaba.
Para ser sincera, llevaba varios años trabajando con Logan y siempre se respiró un clima extraño, fue la primera mirada que sentí al entrar en comisaría, supe después que era suya, pero aun recuerdo que fue como si acabara de perder una apuesta en la que se había jugado todo. Era de esas personas que nunca podías saber si interpretaban un papel o estaban siendo honestas, le gustaba hablar y sabía adaptarse a mis conversaciones irónicas, aunque ahora me amargaba el arrepentimiento de pararme en seco y descubrir que no sabía nada de su vida, hablaba de muchas cosas pero jamás me había contado nada personal.
—¿Son ustedes familiares de Logan Herman? —nos preguntó quien suponía que era el doctor.
Antes de poder explicarnos un hombre se nos adelantó.
—¡Soy su padre! —exclamó una voz cansada e invadida por una profunda preocupación que la volvía temblorosa.
—Acompáñeme.
Una pequeña punzada me hizo encogerme, sentí que aquel extraño me conocía.
—¿Pero está bien? —intervino Thomas —somos sus compañeros de trabajo.
—Está grave pero estable, el disparo fue en el costado y casi le cuesta la vida —musitó.
—Gracias —murmuramos al unísono.
Apreté la mandíbula y mi amigo me rodeó los hombros con el brazo. Me aparté por instinto.
—Perdona, es solo que... —traté de disculparme.
—No pasa nada.
—Necesito tomar el aire, ¿en qué dirección está la salida? —susurré con la voz rota.
—A la derecha, si quieres...
—No, prefiero estar sola —forcé sin éxito lo que iba a ser una sonrisa.
Tragué saliva e intenté hacerme a la idea de dónde se situaba con exactitud la puerta. Cuando desconocía un lugar imaginarlo era casi imposible, no me quedaba de otra que ir tanteando objetos o personas con las que había probabilidad de que chocara, me arañaba la impotencia al pensar que sin mi perra o un acompañante, salir a tomar sola el aire era una misión complicada de efectuar. Al llegar al exterior sentí que mis pulmones volvían a hincharse de aire fresco, respiré por la boca entrecortadamente helándome la tráquea. Busqué la pared con la mano y me apoyé, al hacerlo me percaté de que no estaba sola y me llegó a la nariz el olor a tabaco.
—¿Quieres uno? Te noto tensa —me ofreció la voz de una mujer.
—No fumo —denegué la propuesta aclarando la voz.
Escuché como le daba otra calada.
—¿Amigo, pareja o familiar?
—Se podría decir que amigo —contesté.
Soltó una risilla.
—Así que de esos amigos.
—N-no —suspiré animándome por la conclusión a la que esa desconocida había llegado —es un compañero de trabajo.
—Hmm ya veo...
—¿Y tú?
—Una amiga, lleva un año en coma y bueno, vengo a visitarla.
—La vida es muy puta eh... —comenté.
—Y que lo digas —apagó el cigarro.
—Blanca, podemos pasar a ver a Logan —me dijo Thomas que había salido a avisarme.
Mi corazón se precipitó y agarré su brazo apretándolo con fuerza.
—Llévame a su habitación.
Al entrar, la calidez de su olor me despertó una calma que me conmovió.
—Blanca —susurró con debilidad.
Solté a Thomas y siguiendo el borde de la camilla le abracé. Soltó un quejido y me separé.
—Lo siento, no...
—Está bien, no importa —sentí que esbozaba una mueca a modo de sonrisa.
—¿Cómo estás? —le preguntó Thomas.
—Algo gilipollas por la anestesia y los analgésicos y bueno, con dos costillas rotas, casi nada —intentó reírse pero le dolió.
—No seas idiota anda, pensábamos que no ibas a salir de esta —confesó Thomas.
—Para seros sinceros hubo un momento en el que yo también creía que no saldría... —susurró.
—¿Cómo... Fue? —aventuré a preguntar.
—No lo recuerdo muy bien... Pero tengo claro que alguien dio un chivatazo. Estaba con ese tal Urano, bebíamos vodka solo mientras jugábamos al póker y entablabamos una conversación con la que pretendía tirarle de la lengua. Alguien dio un portazo al entrar, dijo algo y solo sé que cinco pistolas me apuntaron, había escoltas en el exterior así que di luz verde, me gritaron que era un traidor, olor a pólvora, un estruendo y mucho dolor... Me estaba ahogando, nunca había experimentado la asfixia en un sentido tan literal, os juro que... Creía... Creía que joder...
Le agarré la mano con fuerza, estaba helada y temblando.
—Lo siento mucho Logan, es mi culpa...
Apretó mis dedos.
—Llevabas razón Blanca, hiciste tu trabajo, nada más.
—Siento deciros que el horario de visitas está a punto de acabar —nos informó el doctor.
—¿No podría quedarme? —supliqué.
—Será mejor que el paciente descanse.
—No —interrumpió Logan —prefiero estar con algo de compañía... Por favor.
El hombre suspiró.
—Solo ella.
—Mañana por la mañana vendré a recogerte ¿vale? —dijo Thomas antes de irse.
Asentí.
—Y tú recupérate, ya de paso evita que vuelvan a dispararte —añadió bromeando.
—Lo intetaré.
Moví un par de sillas con torpeza para acoplarme.
—Deja las sillas, te hago hueco.
—No te preocupes, aquí estoy bien.
—Insisto —noté como me clavaba los ojos.
Suspiré y con extremada precaución me tumbé con él con las piernas encogidas, sentí la calidez de su cuerpo y apreté los muslos.
—Supongo que te dolerá a rabiar —comenté tratando de que el silencio no nos engullera.
—Bueno, ya no me moriré sin saber lo que es que te peguen un tiro —bromeó.