NICK
-Noah-me dijo cortante-Me llamo Noah.
Me hizo gracia la forma con la que me fulminó con la mirada. Mi nueva hermanastra parecía ofendida porque me importase una mierda cual fuera su nombre o el de su madre, aunque he de admitir que de su madre si me acordaba. Como para no hacerlo, los últimos tres meses había pasado más tiempo en esta casa que yo mismo, porque sí, Rafaella Morgan se había metido en mi vida como si de un mendigo se tratase y encima venía con acompañante.
- ¿No es ese un nombre de chico? -le pregunté sabiendo que eso la molestaría -Sin ofender, claro-agregué al ver que sus ojos color miel se abrían aún más.
-Pues sí, pero también es de chica-me contestó un segundo después. Observé cómo sus ojos pasaban de mí, a Thor, mi perro, y no pude evitar volver a sonreír. -Seguramente en tu corto vocabulario no existe la palabra unisex. -agregó esta vez sin mirarme. Thor no dejaba de gruñirle y enseñarle los dientes. No era culpa suya, le habíamos entrenado para que desconfiara de los desconocidos. Solo haría falta una palabra mía para que pasara a ser el perro cariñoso de siempre... pero era demasiado divertido ver la cara de miedo que tenía mi nueva hermanita como para poner fin a mi diversión.
-No te preocupes, tengo un vocabulario muy extenso-dije yo cerrando la nevera y encarando de verdad a aquella chica-Es más, hay una palabra clave que a mi perro le encanta. Empieza por A luego por TA y termina en CA-El miedo cruzó su rostro y tuve que reprimir una carcajada.
Entonces pasé a fijarme un poco más en su aspecto.
Era alta, seguramente uno sesenta y ocho o uno setenta no estaba seguro. También era delgada, y no le faltaba de nada, había que admitirlo, pero su rostro era tan aniñado que cualquier pensamiento lujurioso hacia ella quedaba descalificado. Si no había oído mal ni siquiera había acabado el instituto, y eso se reflejaba claramente en sus pantalones cortos, su camiseta blanca y sus converse negras. Le hubiese faltado tener el pelo recogido en una coleta y ya podría haberse hecho pasar por la típica adolescente que se ve esperando impaciente por comprar el siguiente disco de algún cantante de quince años que estuviese de moda. Pero, lo que más atrajo mi atención fue su cabello. Era de un color muy extraño, entre rubio oscuro y pelirrojo. Tenía tantas tonalidades que podría haber sido teñido, pero no lo estaba, saltaba a la vista que era natural. Lo llevaba largo y le caía sobre sus pechos hasta la mitad de su cintura. Nunca había visto un pelo igual.
-Que gracioso-dijo ella con ironía, pero completamente asustada-Sácalo fuera, parece que va a matarme en cualquier momento-me dijo dando un paso hacia atrás. En el mismo instante en que lo hizo, Thor dio un paso hacia adelante.
Buen chico, pensé en mi fuero interno. Tal vez a mi nueva hermanastra no le vendría mal un escarmiento, un recibimiento especial, que le dejara bien claro de quien era esta casa y lo poco bien recibida que era por mi parte.
-Thor, avanza-le dije a mi perro con autoridad. Noah miro al perro primero y luego a mí, dando otro paso hacia atrás. Pena que chocó contra la pared de la cocina.
Thor avanzó hacia ella poco a poco, enseñándole los colmillos y gruñendo. Daba bastante miedo, pero yo sabía que no iba a hacerle nada, no si yo no se lo ordenaba.
- ¡Para! -grito ella mirándome a los ojos. Estaba tan asustada... Y entonces hizo algo que yo no esperaba.
Se giró, cogió una sartén que había colgada allí y la levantó con toda la intensión de pegarle a mi perro.
- ¡Thor, ven aquí! -le ordene de inmediato, justo cuando ella levantaba la sartén. Mi perro hizo inmediatamente lo que le pedí y ella falló el golpe.
¿Pero qué...?
- ¿Qué coño estabas a punto de hacer? -le espeté aún sin poderme creer que hubiese estado a punto de pegarle a mi perro. Di un paso hacia delante. No esperaba para nada que ella se defendiese...
- ¡Eres un gilipollas! -me gritó entonces, acercándose hacia mí con la sartén aún en la mano. La cogí de la muñeca justo a tiempo de que me diera un buen golpe en el hombro. Thor ladró a mis espaldas, pero no atacó.
Esta chica era de lo más imprevisible, y aun habiéndole cogido de la muñeca no sé cómo, pero se las ingenió para darme un golpe en el brazo con la sartén.
Muy bien, hasta aquí hemos llegado.
Con fuerza le arranqué la sartén de las manos y la empujé contra la nevera. Le sacaba por lo menos una cabeza, pero no me importó agacharme y ponerme a su altura.
-Primero: que esta sea la última vez que atacas a mi perro, y segundo-le dije clavando mis ojos en los suyos; una parte de mi cerebro se fijó en las pequeñas pecas que tenía en la nariz y en las mejillas-No vuelvas a golpearme porque entonces sí que vamos a tener un problema.
Ella me observó de forma extraña. Sus ojos se fijaron en mí y luego bajaron hacia mis manos que sin saber cómo habían terminado en su cintura.
-Suéltame ahora mismo-me dijo con una frialdad increíble.
Quité las manos de su cuerpo y di un paso hacia atrás. Mi respiración se había acelerado y no tenía ni idea de porqué. Ya había tenido demasiado de ella por un día, y eso que la había conocido hacia apenas cinco minutos.
-Bienvenida a la familia, hermanita-le dije dándole la espalda, cogiendo mi bocadillo de la encimera y dirigiéndome hacia la puerta.
-No me llames así, yo no soy tu hermana ni nada que se le parezca-exclamo tras mi espalda. Lo dijo con tanto odio y sinceridad que me giré para observarla otra vez. Sus ojos brillaban con la determinación de lo que había dicho y entonces supe que a ella le hacía la misma gracia que a mí que nuestros padres hubiesen acabado juntos.
Aunque pensándolo mejor... ¿Qué estaba diciendo? Había pasado de vivir en un piso de mala muerte a una de las casas más grandes de una de las mejores urbanizaciones de las afueras de Los Ángeles, ella, al igual que su madre, eran unas cazafortunas que solo querían sacarle el dinero a mi padre ¿y encima tenía que aguantar estos desplantes?