Culpa mía (1)

Capítulo 3

NOAH

¡Pero qué pedazo de IDIOTA!

Mientras subía las escaleras pisando tan fuerte como mis músculos y huesos podían, no podía quitarme de la cabeza los últimos diez minutos que había pasado con el imbécil de mi nuevo hermanastro. ¿Cómo se podía ser tan capullo, engreído y psicópata al mismo tiempo y a niveles tan altos? Oh Dios no lo aguantaría, no iba a poder soportarlo; si ya de por sí le tenía manía por el simple hecho de ser el hijo del nuevo marido de mi madre, ¡como para soportarlo ahora!

Había odiado su forma de hablarme, su forma de mirarme. Como si fuese superior a mí por el simple hecho de tener un padre rico. Sus ojos me habían escrutado de arriba abajo y luego había sonreído... Se había reído de mí en toda mi cara, con lo del perro, con su manera de acorralarme contra la nevera... por Dios ¡si hasta me había amenazado!

Entre en mi habitación dando un portazo, aunque con las dimensiones de aquella casa nadie me oiría. Fuera ya se había hecho de noche y una tenue luz entraba por las inmensidades de mi ventana. Con la oscuridad, el mar se había teñido de color negro y no se diferenciaba donde terminaba este y comenzaba el cielo.

Nerviosa me apresuré en encender la luz.

Fui directa hacia mi cama y me tiré encima clavando mi mirada en las altas vigas del techo. Encima de todo me obligaban a cenar con ellos. ¿Es que mi madre no se daba cuenta de que ahora mismo lo último que me apetecía era estar rodeada de gente? Necesitaba estar sola, descansar, hacerme a la idea de todos los cambios que estaban ocurriendo en mi vida, aceptarlos y aprender a vivir con ellos, aunque en el fondo supiera que nunca iba a terminar encajando.

Eran las ocho de la noche cuando llegué a mi habitación, y solo pasaron diez minutos hasta que mi madre entró por la puerta. Se molestó en llamar, al menos, pero al ver que no le contestaba entró sin más.

-Noah, dentro de quince minutos tenemos que estar todos abajo-me dijo mirándome con paciencia.

-Lo dices como si fuera a tardar una hora y media en bajar unas escaleras-le respondí incorporándome en la cama. Mi madre se había soltado su pelo rubio a media melena y se lo había peinado de una forma muy elegante. No llevamos en esta casa ni dos horas y su aspecto ya era diferente.

-Lo digo porque tienes que cambiarte y vestirte para la cena-me contestó ignorando mi tono. La observé sin comprender y bajé mi mirada hacia la ropa que llevaba.

- ¿Qué tiene de malo mi aspecto? -le contesté a la defensiva.

-Vas en zapatillas, Noah, a donde vamos hay que ir de etiqueta, no pretenderás ir así vestida, ¿no? ¿En pantalones cortos y camiseta? -me contestó ella exasperada.

Me puse de pie y le hice frente. Había colmado mi paciencia por aquel día.

-A ver si te enteras mamá, no quiero ir a cenar contigo y tu marido, no me interesa conocer al demonio malcriado que tiene como hijo, y menos me apetece tener que arreglarme para ello-le solté intentando controlar las enormes ganas que tenía de coger el coche y largarme de vuelta a mi cuidad.

-Deja de comportarte como si tuvieras cinco años, vístete y ven a cenar conmigo y tu nueva familia-me dijo en un tono duro, pero al ver mi expresión suavizó el rostro y añadió-Solo es esta noche, por favor, hazlo por mí.

Respiré hondo varias veces, me tragué todas las cosas que me hubiese gustado gritarle y asentí con la cabeza.

-Solo esta noche.

***

En cuanto mi madre se fue me metí en el vestidor de mi cuarto. Allí había miles de cosas que nunca me pondría, como por ejemplo los vestidos rosas de seda y los zapatos con pedrería. Disgustada con todo y con todos, comencé a buscar un atuendo que me gustara y que me hiciese sentir cómoda. También quería demostrar lo adulta que podía llegar a ser; aún tenía la mirada de incredulidad y diversión de Nicholas gravada en mi cabeza cuando me recorrió el cuerpo con sus ojos claros y altivos. Me había observado como si no fuera más que una cría a la que le divertiría asustar, cosa que había hecho al amenazarme con aquel endemoniado perro.

Con la mente roja de rabia escogí un vestido negro que había colgado en las miles de perchas forradas de seda blanca y azul. En las estanterías había miles de tacones que podrían haber quedado muy elegantes con el vestido que había escogido, pero con una sonrisa de suficiencia me decanté por unos de tacón rosa fucsia. Mi madre los había comprado seguramente para ir a una discoteca o conociéndola, por lo llamativos que eran al ser tan altos.

Sonreí solo al imaginarme su expresión y seguramente la de su marido.

El vestido era de seda oscura y me quedaba corto, por encima de las rodillas. Me acerqué al espejo gigante que había en una de las paredes y me observé detenidamente. Mis curvas se marcaban con aquel vestido tan caro y tan sexy. Para ser sincera estaba encantada y me elevó un poco el animó al darme cuenta que iba estar guapa con él. Con rapidez me solté el pelo que tenía atado en una cola alta y lo dejé caer sobre uno de mis hombros. Observé mi color de pelo con el ceño fruncido. Nunca llegaría a comprender de qué color era, si rubio o castaño, pero me fastidiaba no haber heredado el rubio platino de mi madre. Observé mi rostro sin ninguna intención de maquillarme y luego pasé a colocarme los tacones. Eran increíbles, de lo más chic, y destacaban con el color negro de mi vestido.

Ya satisfecha cogí un bolso pequeño y me dirigí hacia la puerta.

Justo cuando la abría me tope con Nicholas que se detuvo un momento para poder observarme. Thor, el demonio, iba a su lado y no pude evitar echarme hacia atrás.

Mi nuevo hermano sonrió por algún motivo inexplicable, y volvió a recorrerme el cuerpo y el rostro con la mirada. Al hacerlo sus ojos brillaron con alguna especie de emoción oscura e indescifrable.

Entonces sus ojos se fijaron en mis pies.




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