- Bucky. - Me dijo cortante. - Me llamo Bucky.
Me hizo gracia la forma con la que me fulminó con la mirada. Mi nuevo hermanastro parecía ofendido porque me importase una mierda cuál fuera su nombre o el de su madre, aunque he de admitir que de su madre sí me acordaba. ¿Cómo no hacerlo? Los últimos tres meses había pasado más tiempo en esta casa que yo mismo, porque sí, Natasha Romanoff se había metido en mi vida como si de un mendigo se tratase y encima venía con acompañante.
- ¿No es ese un nombre de chica? - Le pregunté sabiendo que eso lo molestaría. - Sin ofender, claro. - Agregué al ver que sus ojos azules se abrían aún más.
- Pues sí, pero también es de chico. - Me contestó un segundo después.
Observé cómo sus ojos pasaban de mí, a Max, mi perro, y no pude evitar volver a sonreír. - Seguramente en tu corto vocabulario no existe la palabra "unisex". - Agregó esta vez sin mirarme. Max no dejaba de gruñirle y enseñarle los dientes. No era culpa suya, le habíamos entrenado para que desconfiara de los desconocidos. Sólo haría falta una palabra mía para que volviera a ser el perro cariñoso de siempre... pero era demasiado divertido ver la cara de miedo que tenía mi nuevo hermanito como para poner fin a mi diversión.
- No te preocupes, tengo un vocabulario muy extenso. - Dije yo cerrando la nevera y encarando de verdad a aquel chico. - Es más, hay una palabra clave que a mí perro le encanta. Empieza por "A", luego por "TA" y termina en "CA". - El miedo cruzó su rostro y tuve que reprimir una carcajada. Entonces empecé a fijarme un poco más en su aspecto.
Era alto, seguramente más de uno setenta y cinco, no estaba seguro.
También era delgado, y no le faltaba de nada, había que admitirlo, pero su rostro era tan aniñado que cualquier pensamiento lujurioso hacia él quedaba descalificado. Si no había oido mal, ni siquiera había acabado el instituto, y eso se reflejaba claramente en sus pantalones cortos, su camiseta blanca y sus converse negras. Le hubiese faltado tener el pelo cayéndole por la frente y ya podría haberse hecho pasar por el típico adolescente que se ve esperando impaciente por comprar el siguiente disco de algún cantante de quince años que estuviese de moda. Pero, lo que más atrajo mi atención fueron sus ojos. Eran de un color muy lindo, un azul demasiado profundo. Nunca había visto unos ojos iguales.
- Que gracioso. - Dijo él con ironía, pero completamente asustado. - Sácalo fuera, parece que va a matarme en cualquier momento. - Me dijo dando un paso hacia atrás. En el mismo instante en que lo hizo, Max dió un paso hacia adelante.
"Buen chico", pensé en mi fuero interno. Tal vez a mi nuevo hermanastro no le vendría mal un escarmiento, un recibimiento especial, que le dijera bien claro de quién era esta casa y lo poco bien recibido que era por mi parte.
- Max, avanza. - Le dije a mi perro con autoridad. Bucky miró al perro primero y luego a mí, dando otro paso hacia atrás. Una pena que haya chocado contra la pared de la cocina.
Max avanzó hacia él poco a poco, enseñándole los colmillos y gruñendo. Daba bastante miedo, pero yo sabía que no iba a hacerle nada, no si yo no se lo ordenaba.
- ¡Para! - Gritó él mirándome a los ojos. Estaba tan asustado...
Y entonces hizo algo que yo no esperaba.
Se giró, cogió una sartén que había colgada allí y la levantó con toda la intención de pegarle a mi perro.
- ¡Max, ven aquí! - Le ordené de inmediato, justo cuando él levantaba el sartén.
Mi perro hizo inmediatamente lo que le pedí y él falló el golpe.
¿Pero qué...?
- ¿Qué coño estabas a punto de hacer? - Le espeté aún sin poder creer que hubiese estado a punto de pegarle a mi perro.
Di un paso hacia delante. No esperaba para nada que él se defendiese...
- ¡Eres un gilipollas! - Me gritó entonces, acercándose a mí con el sartén aún en la mano. Lo cogí de la muñeca justo a tiempo antes de que me diera un buen golpe en el hombro. Max ladró a mis espaldas, pero no atacó.
Este chico era de lo más imprevisible, y aún habiéndole cogido de la muñeca, no sé cómo, pero se las ingenió para darme un golpe en el brazo con el sartén.
Muy bien, hasta aquí hemos llegado.
Con fuerza le saqué el sartén de las manos y lo empujé contra la nevera. Le sacaba por lo menos una cabeza, pero no me importó agacharme y ponerme a su altura.
- Primero: que esta sea la última vez que atacas a mi perro, y segundo... - Le dije clavando mis ojos en los suyos; una parte de mi cerebro se fijó en cada pequeño detalle de los mismos. - No vuelvas a golpearme porque entonces sí que vamos a tener un problema.
Él me observó de forma extraña. Sus ojos se fijaron en mí y luego bajaron hacia mis manos que sin saber cómo habían terminado en su cintura.
- Suéltame ahora mismo. - Me dijo con una frialdad increíble.
Quité las manos de su cuerpo y di un paso hacia atrás. Mi respiración se había acelerado y no tenía ni idea de por qué. Ya había tenido demasiado de él por un día, y eso que lo había conocido hace apenas cinco minutos.
- Bienvenido a la familia, hermanito. - Le dije dándole la espalda, cogiendo mi bocadillo de la encimera y dirigiéndome hacia la puerta.
- No me llames así, yo no soy tu hermano ni nada que se le parezca. - Exclamó tras mi espalda. Lo dijo con tanto odio y sinceridad que me giré para observarlo otra vez. Sus ojos brillaban con la determinación de lo que había dicho y entonces supe que a él le hacía la misma gracia que a mí que nuestros padres hubiesen acabado juntos.
Aunque pensándolo mejor... ¿qué estaba diciendo? Había pasado de vivir en un piso de mala muerte a una de las casas más grandes de una de las mejores urbanizaciones de las afueras de Los Ángeles. Él, al igual que su madre, eran unos cazafortunas que sólo querían sacarle el dinero a mi padre, ¿y encima tenía que aguantar estos desplantes?
- En eso estamos de acuerdo... hermanito. - Repetí entornando los ojos y disfrutando de cómo sus manos se convertían en puños.