Culpa Mía (adaptación sambucky)

07: BUCKY

Cuando abrí los ojos aquella mañana me sentía realmente mal. Por primera vez en mi vida me molestaba la luz centelleante que entraba por el inmenso ventanal de mi habitación y reclamaba cierta oscuridad; no total, pero sí cierta.

Me dolía la cabeza una barbaridad y me sentía muy extraño. Era raro de explicar, pero era consciente de cada movimiento, de cada sensación que estaba teniendo lugar dentro de mi organismo y era tan incómodo como molesto y perturbador. Sentía la garganta seca, como si no hubiera bebido ningún líquido en más de una semana.

Con dificultad me acerqué hacia mi baño y me observé en el espejo.

¡Dios mío, que horror!

Sólo había visto a una persona con aspecto un poco parecido al mío y había sido uno de mis amigos en Toronto. Habíamos salido de fiesta y él había bebido hasta más no poder. El pobre había terminado tirado en el lavabo de mi casa vomitando para a la mañana siguiente tener una resaca del quince.

Entonces lo recordé.

Sentí cómo todo mi cuerpo temblaba de pies a cabeza.

Me eché agua en la cara, sin importante en absoluto que se me mojara un poco el cabello, me quité aquel traje que no quise ni tocar por miedo a lo que podría haber llegado a pasar, me lavé los dientes para no sentir aquel gusto reseco en la boca que me daba ganas de vomitar y me puse unos pantalones cortos y una camiseta de pijama.

Ni siquiera me importaba la hora que fuera.

Los recuerdos se instalaron en mi mente como fotografías que se pasan demasiado rápido para poder analizarlas con detenimiento. Sólo podía pensar en una cosa: la droga... me habían drogado, había ingerido drogas, había traicionado mi prioridad número uno, había roto con todos mis ideales... y todo por culpa de una sola persona.

Salí de la habitación dando un portazo y crucé el pasillo hasta la habitación de Sam.

Abrí sin molestarme en llamar y me encontré con una cueva de osos, si es que se la podía comparar con eso.

Dentro de aquella habitación no había ni una gota de luz salvo la que entraba por la puerta que acababa de abrir. Menos mal que el aire acondicionado estaba puesto porque seguramente se habría muerto asfixiado por falta de aire a causa de la totalidad del encierre de aquel sitio.

Había una persona bajo la manta de aquella inmensa cama de color oscuro.

Me acerqué hasta ella y zarandeé al que dormía allí tan tranquilo como si nada hubiera pasado, como si no me hubiesen drogado por su culpa, como si no me sintiese como una mierda por todo lo que me había hecho pasar.

- Joder... - Dijo él con voz pastosa sin abrir los ojos.

Tiré con fuerza del edredón destapándolo por completo y sin importarme en absoluto.

Por lo menos no estaba desnudo, pero llevaba unos bóxers blancos que me dejaron un poco descolocado por unos instantes.

Dormía boca abajo, por lo que tuve una panorámica perfecta de su ancha espalda, de sus largas piernas y, todo hay que decirlo, de su espléndido trasero.

Me obligué a mí mismo a centrarme en lo importante.

- ¿Qué pasó anoche? - Casi le grité mientras le zarandeaba por el brazo para que se despertara.

Él gruñó molesto y me cogió la mano para que me detuviera, todo esto aún con los ojos cerrados.

De un movimiento me tiró sobre su cama.

Caí sentado junto a él e intenté soltarme, cosa que no me permitió.

- Ni drogado te estás callado, joder... - Repitió y por fin abrió los ojos para mirarme.

Dos iris oscuras se clavaron en mis ojos.

- ¿Qué quieres? - Me preguntó, soltándome la muñeca e incorporándose en la cama.

Me puse de pie de inmediato.

- ¿Qué me hiciste anoche cuando me tenías drogado? - Le pregunté temiendo lo peor.

Madre mía... si me había hecho algo...

Sam entrecerró los ojos y me miró cabreado.

- De todo. - Me contestó haciendo que se me fuera todo el color del rostro. - Te violé como unas veinte veces y cuando me cansé dejé que todos los de la fiesta te hicieran lo mismo... creo que también lo hicieron los de la gasolinera cuando me detuve allí. - Dijo y empecé a notar el sarcasmo en su voz. - Y si también contamos al vigilante de afuera...

Le di un golpe en el pecho.

- ¡Imbécil! - Le dije notando cómo la sangre subía a mis mejillas a causa de la rabia.

Sam me ignoró y se puso de pie.

Entonces alguien entró en la habitación; un ser peludo y tan oscuro como su dueño y aquella maldita habitación.

- Eh, Max, ¿tienes hambre? - Le preguntó este mirándome con una sonrisa divertida. - Tengo aquí un regalito muy apetecible para ti...

- Me largo. - Le dije emprendiendo la marcha hacia la puerta. No quería volver a ver a aquel imbécil nunca más, y el hecho de saber que eso era imposible me puso de peor humor.

Sam me interceptó en mitad de la habitación. Casi me di de bruces contra su pecho desnudo.

Sus ojos buscaron los míos y le mantuve la mirada con desconfianza y también desafío.

- Siento lo que pasó anoche. - Me dijo, y por unos segundos milagrosos creí que me estaba pidiendo perdón; que equivocado estaba. - Pero no puedes decir absolutamente nada, o se me puede caer el pelo. - Continuó y supe entonces que lo único que le importaba era salvar su culo, al mío podían darle por saco.

Solté una risa irónica.

- Dijo el futuro abogado. - Le dije con sarcasmo.

- Mantén la boca cerrada. - Me advirtió, ignorando mi comentario.

- ¿O qué? - Le contesté desafiándole.

Sus ojos recorrieron mi rostro, mi cuello y se detuvieron en mi oreja derecha.

Un dedo suyo rozó un punto muy importante para mí.

- O este nudo puede que no sea lo suficientemente fuerte para ti. - Susurró y di un paso hacia atrás. ¿Qué sabia él sobre ser fuerte, o sobre mi tatuaje?

- Ignórame y yo haré lo mismo... así soportaremos los poquísimos momentos en los que vamos a tener que estar juntos, ¿de acuerdo? - Le dije rodéandolo y apartándome de él.

Max me observó meneando la cola.




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