En cuanto Sam se fue me senté en mi cama para recuperar el aliento.
Carreras... Dios mío, hace por lo menos cinco años que no asistía a ninguna y era algo que me apasionaba. Había sido una de las pocas cosas que había heredado de mi padre y de los pocos momentos que había disfrutado de su compañía. Recuerdo haber estado sentado en el suelo junto a sus pies mientras pasaban las carreras Nascar por la televisión... mi padre había sido uno de los mejores pilotos de su época, hasta que todo se estropeó...
Podía ver la cara de mi madre cuando me prohibió terminantemente volver a tener algo que ver con los coches, las carreras y ese mundo.
Había sido la única vez que me había mirado con tanta determinación y seriedad que tuve que prometérselo... y aún así... ansiaba volver a aquello, me traía buenos recuerdos de cuando mi primo Jeff y yo nos juntábamos para ver las carreras que tenían lugar en unas pistas que habían a varios kilómetros de la ciudad... era genial, y en más de una ocasión había sido yo el que había corrido. Con sólo doce años ya sabía correr a la perfección y fue justo ese año, el año en el que me desarrollé y cuando me crecieron las piernas lo suficiente para llegar a los pedales, cuando mi primo me dejó correr con él. Fue una de las experiencias más alucinantes de mi vida, aún puedo recordar la euforia de la velocidad, la arena pegándose a los cristales y entrando en el coche, el chirrido de las ruedas... pero sobre todo la tranquilidad mental que me profesaba. Cuando corría era una de las pocas veces en las que todo lo demás no importaba; sólo estábamos el coche y yo, nadie más.
Pero había hecho una promesa...
Con un suspiro me incorporé y cogí mi teléfono. Mis amigos no parecían echarme de menos en absoluto. Aquella noche iban a otra fiesta en casa del primo de mi novio y ni siquiera se habían dado cuenta de que yo seguía en el grupo de chat en donde podía leer todos los detalles sobre la bebida, la gente y el desfase que se iban a meter todos aquella noche.
Sentí un pinchazo de dolor y de irritación también. Steve aún no me había llamado; yo ansiaba escuchar su voz, hablar como lo hacíamos antes de que me marchara, horas y horas... ¿por qué no me llamaba? ¿Se había olvidado de mí? ¿Se había olvidado de su novio?
Con esos pensamientos salí de mi habitación para encontrarme con mi madre y Nick en el recibidor de la entrada. Él estaba de esmoquin y parecía un actor de Hollywood con su elegancia y aquel porte que, para mi desgracia, había heredado también su hijo. He de admitir que cuando había visto a Sam con aquel traje negro y su camisa blanca había tenido que contener las ganas de abrir los ojos de forma desmesurada y sacarle una foto. El chico estaba más que bueno, eso tenía que reconocerlo, pero ahí se acababa cualquier cosa positiva respecto a él; aunque me había sorprendido que estuviera metido en carreras de coches... al fin y al cabo compartíamos algo más que nuestro tatuaje.
Mi madre estaba espectacular. Aquella noche acapararía todas las miradas y con razón. El pelo le caía en cascada sobre su hombro derecho. Su otro hombro estaba desnudo y su piel brillaba con aquel producto que se había comprado y con el cual había insistido en rociarme a mí. Me había echado por el pelo y un poco en mi pecho que, para mi disgusto, estaba bastante descubierto. No sabía de dónde había sacado aquel traje, pero mostraba más de lo que me habría gustado a mí, eso estaba claro. Hasta Sam se había quedado mirándome el pecho y no quería ni pensar en lo que sus amiguitos idiotas, incluida mi pareja Yelena, me dirían aquella noche.
- Bucky, estás precioso. - Me dijo mi madre con la cara resplandeciente, claro que ella era mi madre, siempre iba a estar precioso a sus ojos.
Nick me observó detenidamente y frunció el ceño. Me sentí incómodo al instante.
- ¿Pasa algo? - Pregunté sorprendido y molesto al mismo tiempo. No se iba a poner a decirme que me tapara, ¿no? Que lo pensara yo, vaya y pase, pero que me lo dijera él... no sé qué sería capaz de contestarle.
Él relajó el rostro.
- Que va, estás guapísimo... - Dijo y volvió a fruncir el ceño. - ¿Te han visto ya Sam y sus amigos?
Vaya, no sé qué me espanto más, si el hecho de que Nicholas Wilson y yo pensáramos igual o que, en efecto, ambos tuviésemos razón y aquella blusa fuera de lo más inapropiado.
Mi madre me ahorró el detalle de contestar.
- Está genial, Nick. - Le dijo entrelazando su brazo con él. - Además Sam y él son hermanos, él nunca lo vería de aquella forma.
Mi madre estaba mal de la cabeza, y con eso lo acababa de confirmar.
¿Que Sam y yo éramos hermanos? Por el amor de Dios, hasta yo le habría mirado de manera inapropiada si teníamos en cuenta el punto de vista de mi madre, y eso que le odiaba sobre todas las cosas.
Me ahorré la molestia de contestar. No quería empezar a discutir aún sin haber salido de casa.
Nick y mi madre salieron hacia el porche de entrada donde nos esperaba una flamante limusina negra con chofer incluido.
Mis ojos se abrieron como platos y sentí un repentino mareo. ¿Una limusina? ¿En serio? Si ya me sentía fuera de lugar, con aquello ya ni les cuento.
Mi madre se giró hacia mí con los ojos brillándole de emoción.
- ¡Una limusina, Bucky! - Dijo chillando como si tuviera trece años. Nick a su lado sonrió mientras la contemplaba. - ¡Siempre habías querido ir en una! - Gritó con entusiasmo.
No, mamá. Eres tú a la que le gustan las limusinas y todas estas pijadas de ricos, no a mí.
Igual que antes, me abstuve de decir lo que realmente pensaba.
- Genial, mamá. - Dije en cambio.
Ya dentro me acomodé lejos de los dos tortolitos. Ellos se sirvieron copas de champán mientras el chofer salía de la casa en dirección al hotel en donde se celebraría la fiesta. Para sorpresa y alegría mía, me ofrecieron una copa, la que vacié y rellené casi al instante sin que ellos se dieran cuenta. Si quería superar aquella noche iba a tener que tomarme varias copas como esa.