Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 0

CAPÍTULO 0:

Años atrás, cuando todo comenzó

 

 

El rey Gusteau se erguía majestuoso en su trono de oro y terciopelo; su mirada firme reflejaba el peso de la responsabilidad que recaía sobre sus hombros. Vestido con ropajes reales adornados con brocados y joyas, emanaba una presencia imponente que imponía respeto y autoridad.

A su lado izquierdo, la reina Beatriz, su esposa y compañera de vida, se mantenía de pie con elegancia y gracia. Su mirada preocupada se posaba en el rey, apoyando su mano delicada y adornada con un anillo de oro sobre su hombro. El bullicio proveniente de los pasillos del palacio aumentaba, llenando el salón real con un zumbido inquietante. La tensión se palpaba en el aire, y el rey Gusteau decidió convocar a su consejero y mano derecha para discutir los asuntos urgentes que requerían su atención.

El consejero, un hombre de edad joven pero con experiencia, ingresó al salón real con cautela. Sus manos, nerviosas, pero ocultas detrás de su espalda, denotaban la importancia del momento. Los guardias, obedientes a las órdenes del rey, abrieron las grandes puertas que conducían al salón, permitiendo el acceso del consejero al ámbito real.

— Su majestad —dijo de inmediato.

— ¿Qué es ese escándalo?

Livene carraspeó.

— Verá, mi rey. Su hijo… No sabría cómo explicárselo, su majestad, su hijo…

El consejero, sorprendido por la llegada inesperada del príncipe heredero, se detuvo en su intento de iniciar la conversación con el rey. El joven príncipe, con determinación palpable en cada paso, avanzó rápidamente hacia su padre, portando su espada a un costado y sus puños cerrados con fuerza.

De pie frente al rey, el príncipe inclinó ligeramente la cabeza como señal de respeto y luego la levantó de manera enérgica, dejando al descubierto sus ojos furiosos y decididos. Sus manos se dirigieron rápidamente hacia su pecho, y de entre su atuendo real emergió un pequeño sobre rojo que había estado cuidadosamente oculto. El rey Gusteau observó con curiosidad y cierta aprehensión el gesto del príncipe, sin apartar la mirada de sus ojos llenos de intensidad.

— ¿Es esa la forma de entrar a la sala real? —regañó el rey.

— Padre, tiene que ver lo que yace dentro de esta carta.

— Joven príncipe, será mejor que —comenzó Livene al intentar evadir un futuro desastre.

— Trae hacia mí ese sobre, Livene.

— Su majestad…

Con una mirada, Livene no tuvo otra opción que acercarse al príncipe y agachar la cabeza mientras tendía el brazo hacia él. De reojo, al sentir el sobre en sus manos, pudo observar unas indiscretas heridas sobre los nudillos del príncipe; en definitiva, era evidente que el joven príncipe había desatado su furia con sus propias manos.

— Mi príncipe, llamaré inmediatamente a las enfermeras, sus heridas deben ser atendidas con…

— Abstente a hacer lo que se te ha ordenado —sentenció Herald. 

— Aquí tiene, mi rey.

Gusteau Hyde sostuvo el sobre rojo entre sus manos, inicialmente aparentando poco interés por su contenido. Sin embargo, conforme sus ojos recorrían las palabras escritas en las hojas, su expresión se transformó por completo. Un sentimiento de inquietud y asombro se apoderó de su rostro, y su corazón comenzó a latir desenfrenadamente en su pecho. El rey, abrumado por la revelación contenida en aquellas páginas, perdió momentáneamente su equilibrio y cayó hacia atrás, chocando nuevamente con el respaldo del trono. Su cuerpo se hundió en el asiento, mientras su mente intentaba asimilar la magnitud de lo que acababa de descubrir.

El silencio reinó en el salón real, solo interrumpido por el resonar del latir acelerado del corazón del rey. Los ojos del monarca se posaron fijamente en el mensaje, mientras su mente procesaba cada palabra y su significado. El tiempo pareció detenerse mientras Gusteau Hyde permanecía sentado en su trono, sumido en sus pensamientos y emociones.

Finalmente, el rey Gusteau recuperó la compostura y se enderezó en su asiento.

— ¡Por los dioses! —exclamó la reina.

— ¿Qué es esta barbarie? —Señaló el rey al tomar compostura— ¿Quién osa acusar de tal pecado a la princesa? 

La reina, aprovechando el estado de su esposo, tomó entre sus manos la carta que su hijo había puesto en evidencia.

— No puede ser real, esto debe ser algún truco para desestabilizar la monarquía.

— Es real, madre —añadió el príncipe con furia—. No solo es mi honor, sino también la estabilidad del reino. ¡Esto ha sido una traición que se deberá pagar con sangre!

El rey Gusteau Hyde alzó la vista hacia su consejero, sumido en el caos que envolvía la sala real, buscando respuestas entre la conmoción que lo embargaba. Sus ojos reflejaban una mezcla palpable de incredulidad y furia contenida, mientras su voz resonaba con autoridad, pero también con un toque de preocupación genuina. El consejero, consciente de su deber a pesar de los nervios, dio un paso al frente y respondió con cautela: "Mi señor, estas acusaciones han llegado de forma anónima. Desconocemos quién está detrás de ellas y cuáles son sus intenciones, pero el contenido de estos informes es alarmante y requiere una investigación rigurosa".

— No puede ser verdad —volvió a susurrar la reina—. No esa niña.

— Es otra maldita embustera y adúltera, madre. Tiene mucha suerte de no estar en el reino en estos momentos —soltó el príncipe con ferocidad mientras contenía las verdaderas palabras que querían salir de su boca—. Padre, deme su aprobación y yo mismo haré justicia por el honor y dignidad del reino.

— Su majestad, será mejor que comprobemos estas pruebas, si usted lo permite, yo mismo puedo verificar la autenticidad de las mismas —el consejero del rey intentó intervenir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.