CAPÍTULO 4
La ingenua Lady Somerset
Sueño con vivir con las lágrimas de viuda, porque con ellas son las únicas que no querrán asesinarme.
El apellido Dagger resonaba en cada rincón de Iterbio, desde los salones de la élite hasta las tabernas más humildes. Se decía que eran una familia de joyeros adinerados, con padres enfermos y herederos solteros, lo que avivaba la especulación sobre su origen y sus intenciones en Iterbio. Algunos aseguraban que su fortuna provenía de valiosas gemas adquiridas en tierras lejanas, sin embargo, otro rumor que ganaba fuerza sugería que los recién llegados eran en realidad fugitivos de algún reino vecino. Nadie parecía haber oído hablar de ellos antes de su llegada y la compra de la casa en Iterbio. Aquellos que pasaban cerca de la imponente residencia Dagger no podían evitar mirar de reojo y levantar ligeramente el cuello, ansiosos por descubrir la verdad y ser testigos del surgimiento de una nueva jerarquía en el pueblo. Iterbio, al igual que los otros pueblos que conformaban Garicia, estaba habitado por una serie de familias adineradas que creían tener el control absoluto sobre el lugar. Entre ellos se encontraban comerciantes afortunados que habían construido sus imperios en el comercio de bienes diversos, familias con títulos nobiliarios como duques y barones que se consideraban la élite de la sociedad, y también había hijos de coroneles y generales que gozaban de privilegios y prestigio debido a su linaje militar.
La llegada de los Dagger y los rumores que los rodeaban amenazaban con perturbar el delicado equilibrio de poder, es por ello que todos aguardaban con curiosidad y expectación el momento en que los dueños de la casa Dagger salieran a la luz.
— Pobres demonios —susurró Freya mientras observaba por una de las ventanas a la multitud entrometida que deambulaba por el pueblo.
— Kali… Lady Dagger, ya está todo listo. La estamos esperando.
Freya giró levemente la cabeza y se limitó a decir:
— Diles que bajaré en un momento, Katrina… Oh. —Se detuvo al mirarla de pies a cabeza—. Veo que ya te has metido en el papel.
— ¡Ay, Kali! ¡Es horroroso!
Freya recorrió con la mirada el vestido que ahora cubría a la joven.
— Sé que no estás acostumbrada, pero en Iterbio debemos mantener las apariencias.
— ¡Es terrible! ¿Sabe cuántas veces he tropezado con la basta de este vestido? ¡Y apenas puedo respirar! Pensé que las esclavas no llevaban corsé.
— Doncellas.
— ¡Es lo mismo!
— No lo es. Y deja de quejarte, Katrina. Debes estar impecable.
— ¿Usted también usará uno de estos?
— Sí, y mucho más ajustado que el tuyo. Así que toma tu vestido y dile a quien esté encargado del guardarropa que suba el dobladillo cuatro dedos… Mejor cinco. No quiero verte en el suelo cada vez que camines.
Katrina bufó con resignación.
— Es usted tan amable, señorita Dagger —ironizó Katrina, rodando los ojos—. Supongo que tendré que acostumbrarme… Aun así, no puedo evitar sentirme atrapada en esta prisión de tela y hueso.
Freya iba a responder como su puesto lo ameritaba, pero un leve golpeteo en la puerta la interrumpió.
— Adelante.
La puerta se abrió y, primero asomando la cabeza y luego mostrándose por completo, Bronson entró en la habitación.
— Uy, uy, general —bromeó Katrina con una sonrisa traviesa—, va a tener a todas las jovencitas suspirando por usted.
Bronson carraspeó.
— Bien, terminó nuestra amena charla. Es hora de trabajar.
Katrina hizo un ademán de acercarse a Freya
— Kali…
Freya sostuvo su mirada por un instante antes de hablar con tono más templado.
— A trabajar, Katrina—volviéndose hacia Bronson, indicó la puerta con un leve movimiento de la mano—. Coronel, después de usted.
Las dos mujeres descendieron en silencio hacia el sótano, una tras otra. En el trayecto, Freya aprovechó para observar fugazmente el ajetreo en la casa. Todo parecía un ir y venir de manos diligentes: los muebles eran desplazados de un lado a otro, las vasijas dispuestas con cuidado en estanterías, los libros alineados con meticulosa precisión en la biblioteca. La luz temblorosa de las velas, recién encendidas en elegantes candelabros, proyectaba sombras en los espejos que, estratégicamente colgados, reflejaban el pulso de un hogar que cobraba vida.
Entre la actividad frenética, Freya divisó un baúl abierto lleno de vestidos de todos los colores imaginables. La variedad de telas y diseños llamaron su atención. Vestidos elegantes con encajes y sedas, vestidos simples pero encantadores, y vestidos ostentosos con bordados y pedrería. Sin embargo, un objeto más discreto captó su atención. Sobre una pequeña mesa cercana, una hoja de papel reposaba solitaria. Se acercó con cautela y recorrió los nombres escritos en dos columnas; eran menos de los que había supuesto, lo que le provocó un leve fruncimiento de ceño. Sin decir una palabra, hizo una seña a Katrina para que la siguiera y ambas descendieron hasta el sótano, donde la pelirroja golpeó la puerta con los nudillos, marcando un ritmo preciso de cinco golpes. Como si hubiera desbloqueado un código secreto, un agente vestido de negro emergió de entre las sombras. Su mirada afilada las escudriñó en silencio antes de hacerse a un lado y permitirles el acceso al cuarto oculto tras la puerta.
Adentrándose en un pasadizo angosto, envuelto en silencio, Freya dirigió una mirada inquisitiva al guardián de la puerta. Con un leve movimiento de ojos, él señaló discretamente una dirección en el corredor. La sargento, impulsada por una curiosidad, se acercó a la pared de madera y, con sus manos hábiles, comenzó a explorar el material en busca de algún detalle oculto. Sin dudarlo, presionó el punto exacto, y un mecanismo oculto respondió con un leve crujido. Ante ellas, la pared se abrió con una majestuosa discreción, revelando un umbral secreto.
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Editado: 16.02.2025