Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 5

Parece que tu locura es un intento de justicia, un desorden rebelde contra la mediocridad

Freya permanecía aún en el carruaje, sin poder apartar la mirada de la magnífica mansión. Poco después, un hombre de porte distinguido, vestido impecablemente con un traje oscuro y un guante blanco que cubría su mano extendida, se acercó al carruaje para ayudar a la joven a descender. La voz del caballero sonaba educada y respetuosa al dirigirse a ella, "¿Miss Freya Dagger?" preguntó, y la joven asintió. "Por favor, sígame", invitó el caballero, indicándole el camino hacia el interior de la mansión. "Lady Somerset la está esperando".

Finalmente, el caballero la condujo a una sala de estar suntuosamente amueblada. Los muebles de terciopelo y madera tallada reflejaban el buen gusto y la sofisticación de sus propietarios. Freya notó a una elegante joven sentada en un sillón, vestida con un traje exquisito y joyas deslumbrantes, junto a un grupo de señoritas.

— ¡Miss Freya! —Exclamó la hija del duque acercándose a la recién llegada.

—— Lady Emma, ¿he llegado demasiado tarde? —Preguntó Freya, recorriendo con la mirada a las jóvenes reunidas.

— Oh, no, no se preocupe. En realidad, muchas acaban de llegar; venga, le presentaré a las demás —advirtió antes de rodear el hombro de la pelirroja—. Señoritas, señoritas, ella es Miss Freya Dagger. Acaba de llegar a Iterbio y estoy segura de que se convertirá en una encantadora adición a nuestro círculo.

Las jóvenes damas respondieron con corteses saludos y sonrisas amigables. Algunas se acercaron a ella para estrechar su mano, mientras que otras se limitaron a asentir en señal de bienvenida. Freya notó la diversidad en los estilos de vestir y los accesorios elegantes que cada una llevaba consigo, lo que reflejaba sus distintas personalidades y gustos. Lady Emma, siempre atenta, tomó la iniciativa de presentar a cada una de las señoritas, compartiendo un poco de información sobre sus antecedentes y logros. No pasó mucho tiempo antes de que las conversaciones fluyeran naturalmente, abarcando una variedad de temas, desde el arte y la música hasta la literatura y las últimas tendencias de la moda. Después de una tarde llena de charlas y risas, las señoritas decidieron relajarse en una acogedora sala de estar, donde una mesa elegantemente decorada aguardaba con tazas de té humeante y una bandeja de galletas recién horneadas. Se acomodaron en cómodos sofás y sillas, disfrutando del cálido ambiente mientras las fragancias del té y las deliciosas galletas llenaban el aire.

Freya, por el contrario, se encontraba abrumada y aburrida por la compañía de aquellas jovencitas, unas menores que ella, solteras, y otras de su edad, también solteras. Fingir, definitivamente, no era un trabajo fácil; sonrisas, cuentos y bromas sin sentido parecían ser una tortura. Sin embargo, en ese momento, una voz familiar y cálida llamó su atención. Era Lady Isabella, quien se acercó a Freya con una taza de té en la mano. "Miss Freya, parece distante. ¿Sucede algo que le molesta?"

Las demás jovencitas, expectantes a su respuesta, se habían quedado calladas.

— Lady Isabella, debo ser honesta. Todo esto me resulta abrumador, la muerte de mis padres, conocer nuevas personas, casarme … Dioses, es todo tan cansado —confesó Freya, dejando escapar un suspiro de agotamiento.

— Comprendo perfectamente sus sentimientos, Miss Freya —respondió Isabella, mostrando empatía hacia Freya.

— No se preocupe, Freya —añadió Charlotte con una sonrisa tranquilizadora—. Mire a su alrededor, todas estamos solteras… Bueno, excepto Amelia, que está a punto de casarse, ¿verdad, Amelia?

— Así es, pero no quiero que se abrume, Freya. Si me permite tutearla, en su momento encontrará a alguien especial con quien compartir su vida —expresó Amelia, ofreciendo su apoyo de manera amigable.

— ¡Por los dioses! Dejemos de hablar de hombres, por favor —exclamó Lucrecia, evidenciando su deseo de cambiar el tema de conversación, pues ella también ansiaba conseguir un esposo y al no lograrlo, sus ánimos iban decayendo a medida que escuchaba la palabra casamiento.

El grupo guardó un breve silencio, respetando el deseo de Lucrecia. Después, Isabella retomó la palabra.

— Bueno, bueno. ¿Alguna de ustedes ha escuchado sobre la nueva exhibición de arte en la galería de la ciudad? Dicen que es realmente impresionante.

— Sí, he escuchado algo sobre ella. Estoy deseando ver las obras. ¿Alguna de ustedes ha tenido la oportunidad de ir? —respondió Eleanor, una de las jóvenes que sentía una gran pasión por el arte.

— ¡Yo fui hace unos días! Las pinturas eran cautivadoras. Me encantaría regresar y llevarlas a todas conmigo. ¿Qué opinan de organizar una visita juntas? —sugirió Catherine, una talentosa pianista.

— ¡Oh, sí! Me parece perfecto. ¿Qué dice usted, Miss Freya, se une a nosotras? —preguntó Emma.

— Me encantaría unirme.

— ¡Perfecto! Pongamos una fecha en agenda para visitar la exposición. Además, podríamos hacer una tarde de tertulia en mi salón después.

— ¡Sí, sí, Emma! Podríamos también hacer un pequeño banquete en el jardín y …

Mientras disfrutaban de otra taza de té y saboreaban las últimas galletas, las señoritas continuaron planeando su visita a la exposición de arte. La emoción y el entusiasmo llenaban la sala, pero para Freya seguía siendo una tortura. Así pasaron las horas, sentadas alrededor de una mesa circular en los cómodos sillones de una de las acogedoras salitas de la casa del duque de Iterbio

— ¡Me parece genial! —Soltó Amelia.

— Quedamos entonces en eso —confirmó Emma, con un ligero asentimiento. Luego, tras una pausa, añadió—: Aunque debo consultar a mi padre, no vaya a ser que surja algún compromiso para ese día, como suele ocurrir…

— Oh, Emma, no es necesario que te preocupes por ello. Si gustas, podríamos ir a mi casa después de la exposición. Mis padres estarán más que complacidos de recibirlas —propuso Marianne con una expresión cordial.




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