CAPÍTULO 6
Los primeros movimientos del juego
No soy una heroína, ni mucho menos una salvadora; soy todo lo contrario y hasta peor, soy el eco amenazante que advierte de las sombras que se avecinan y del caos que desataré.
Semanas habían pasado desde que Ernest Somerset llegase con información en las manos, pero aquellos datos resultaron ser escasos. El equipo se encontraba estancado, incapaz de avanzar más allá de aquel punto inicial, sin saber a quién más acercarse o vigilar. Los habitantes del lugar se mostraban reticentes a hablar sobre el rey, limitándose a elogiar sin cesar las supuestas virtudes de Herald Hyde como monarca. Parecía haber un velo de lealtad hacia la familia real, lo cual dificultaba aún más el progreso de la investigación. No obstante, a pesar de la aparente lealtad y elogios hacia Herald Hyde, los habitantes de Garicia ocultaban tras esa fachada un profundo sentimiento de terror y miedo, pues la sombra del rey se extendía sobre ellos, manteniéndolos en constante control. Los rumores se extendían entre susurros, en los oscuros callejones de Garicia, historias de personas desaparecidas, disidencia silenciada y represión llenaban los corazones de los habitantes de temor y desconfianza. Aquellos valientes que se atrevían a cuestionar el régimen eran rápidamente silenciados o desaparecían sin dejar rastro.
No solo la mano dura del rey Herald se evidenciaba en las calles, sino que también su aversión hacia las mujeres era evidente en cada aspecto de la sociedad. Bajo su reinado, se les despojó de cualquier derecho que habían disfrutado antes de su ascenso al trono: su trabajo, sus opiniones, su relevancia en el reino. La opresión de las mujeres se manifestaba en todos los rincones de Garicia. El palacio real era un reflejo triste de esta realidad. La reina, esposa de Herald, se encontraba relegada a un papel secundario, convertida en poco más que un adorno al lado del rey; su voz era silenciada, sus opiniones ignoradas y su poder reducido a la nada, ya que era un símbolo vacío de una monarquía que despreciaba a las mujeres y negaba su capacidad de liderazgo. Las mujeres que antes ocupaban puestos de trabajo y contribuían activamente al crecimiento y desarrollo del reino, ahora se veían obligadas a quedarse en sus hogares, relegadas al papel de amas de casa y cuidadoras; sus habilidades y talentos eran subestimados y despreciados, como si su propósito en la vida se redujera únicamente a satisfacer las necesidades de los hombres. Sus ideas y perspectivas eran ignoradas y descartadas, como si carecieran de valor; la educación, que una vez había sido un derecho fundamental para todas las mujeres de Garicia, se convirtió en un privilegio reservado solo para los hombres de familias adineradas. Bajo el reinado de Herald Hyde, se impuso una política sistemática que prohibía a las mujeres y niñas aprender a leer y escribir; esta restricción educativa afectaba a todas las mujeres, sin importar su origen social o familiar, incluso aquellas que provenían de familias acomodadas y que anteriormente habían tenido acceso a la educación, se encontraban ahora privadas de esa oportunidad.
La negación de la educación a las mujeres y niñas era un acto de control y subyugación por parte del régimen de Herald Hyde. Al impedirles el acceso al conocimiento, se aseguraba de mantenerlas en un estado de dependencia y sumisión, sin la capacidad de cuestionar su autoridad ni de desafiar las normas establecidas. Todo ello y más, Freya lo sabía mucho antes de pisar las tierras de Garicia; sin embargo, fue al pasar más tiempo con las amigas de Emma Somerset que pudo vivir en carne propia la evidencia de la opresión y la lucha diaria de las mujeres en Garicia.
— Freya, espero que no se ofenda, pero esto es necesario para pasar desapercibidas en la galería —dijo Emma Somerset, guiándola hacia un pequeño cuarto repleto de baúles con vestimenta masculina.
— ¿Qué significa esto? —preguntó Freya, fingiendo desconcierto.
— Quizá no haya permanecido lo suficiente en Iterbio o, acaso, en su pueblo las costumbres sean distintas —intervino Lucrecia en un murmullo—, mas en Garicia las cosas no difieren en lo absoluto.
— Sigo sin comprender, ¿p-para qué son todas estas ropas?
— Disfraces, Miss Freya.
— ¿Lady Charlotte? —preguntó Freya al ver a un hombre aparecer por la puerta que parecía ser el baño.
— Lord Charles —explicó Emma—. En eventos de gran envergadura, nuestra presencia como damas no es bien recibida. Apenas se nos permite pasear por las plazas sin compañía. Esto, por tanto, es nuestro único recurso para asistir sin restricciones. ¿No está familiarizada con tales artimañas?
Freya negó rápidamente con la cabeza. Observó un espejo de cuerpo entero en una de las paredes, reflejando su imagen confundida.
— No, jamás hicimos nada semejante en mi pueblo. De hecho, no había acontecimientos de tal importancia que requiriesen nuestra asistencia. Apenas salíamos del hogar, no hasta que el negocio de mis padres prosperara.
— Qué singular —murmuró Lucrecia.
— Pero, ¿es esto realmente necesario? —inquirió Freya con fingido horror.
— Es necesario —afirmó Charlotte mientras se colocaba un falso bigote.
— No es tan terrible —añadió Catherine, disfrazada de Lord Cathal—. A que no, Lucrecia —bromeó, imitando una voz grave—. ¿Me concedería su mano, mi querida Luce?
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Editado: 16.02.2025