Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 6
 

Los primeros movimientos del juego 
 

No soy una heroína, ni mucho menos una salvadora; soy todo lo contrario y hasta peor, soy el eco amenazante que advierte de las sombras que se avecinan y del caos que desataré.
 

— ¡Esto no me sirve! 

— Freya, pero-

— ¡Pero nada! ¿Cuánto tiempo llevamos en Iterbio? ¡Semanas! ¿Y qué les pasa? Les han lavado el maldito cerebro o qué les está sucediendo. 

Las paredes del sótano parecían cerrarse sobre ellos, aprisionándolos en su desesperación. Las horas se desvanecían en la oscuridad de la madrugada, y la sensación de estancamiento se volvía opresiva. Los miembros del equipo, antes decididos y confiados, ahora se encontraban inquietos, con expresiones de preocupación y confusión por el poco avance que habían tenido desde la aparición de Ernest Somerset en la residencia.

Freya dejó escapar un suspiro cargado de impotencia y, con los puños apretados, se dirigió hacia la mesa donde estaban desplegados los planos y las notas. Su mirada recorría frenéticamente cada línea y cada detalle, buscando alguna pista, alguna fisura en la trama de intriga que habían sido arrojados en Iterbio, a pesar de ello, parecía que cada vez que se acercaban a una respuesta, esta se desvanecía entre sus dedos como un espejismo.

Freya cerró los ojos por un instante, tratando de encontrar claridad en su mente.

Semanas habían pasado desde que Ernest Somerset llegase con información en las manos, pero aquellos datos resultaron ser escasos y poco útiles. El equipo se encontraba estancado, incapaz de avanzar más allá de aquel punto inicial. Los agentes y el coronel Choules se veían limitados en su capacidad para recabar información de la familia real. No sabían a quién más acercarse, con quién juntarse, a quién preguntar o a quién vigilar. Se encontraban en un callejón sin salida, rodeados de un silencio perturbador. La frustración crecía con cada día que pasaba. 

Los habitantes del lugar se mostraban reticentes a hablar sobre el rey, limitándose a elogiar sin cesar las supuestas virtudes de Herald Hyde como monarca. Parecía haber un velo de lealtad inquebrantable hacia la familia real, lo cual dificultaba aún más el progreso de la investigación. No obstante, a pesar de la aparente lealtad y elogios hacia Herald Hyde, los habitantes de Garicia ocultaban tras esa fachada un profundo sentimiento de terror y miedo, pues la sombra del rey se extendía sobre ellos, manteniéndolos en constante vigilancia y control. Cada sonrisa forzada y palabra elogiosa escondía un latente temor a represalias por desafiar al régimen del monarca; era evidente que la supuesta perfección de Herald Hyde y su familia real era solo una máscara que ocultaba oscuros secretos y prácticas opresivas. Los rumores se extendían entre susurros, en los oscuros callejones de Garicia, historias de personas desaparecidas, disidencia silenciada y represión implacable llenaban los corazones de los habitantes de temor y desconfianza. Aquellos valientes que se atrevían a cuestionar el régimen eran rápidamente silenciados o desaparecían sin dejar rastro.

No solo la mano dura del rey Herald se evidenciaba en las calles, sino que también su aversión hacia las mujeres era palpable en cada aspecto de la sociedad. Bajo su reinado, se les despojó de cualquier derecho que habían disfrutado antes de su ascenso al trono: su trabajo, sus opiniones, su relevancia en el reino. La opresión de las mujeres se manifestaba en todos los rincones de Garicia. El palacio real era un reflejo triste de esta realidad. La reina, esposa de Herald, se encontraba relegada a un papel secundario, convertida en poco más que un adorno al lado del rey; su voz era silenciada, sus opiniones ignoradas y su poder reducido a la nada, ya que era un símbolo vacío de una monarquía que despreciaba a las mujeres y negaba su capacidad de liderazgo.

Las mujeres que antes ocupaban puestos de trabajo y contribuían activamente al crecimiento y desarrollo del reino, ahora se veían obligadas a quedarse en sus hogares, relegadas al papel de amas de casa y cuidadoras; sus habilidades y talentos eran subestimados y despreciados, como si su propósito en la vida se redujera únicamente a satisfacer las necesidades de los hombres. El silenciamiento de sus opiniones y la negación de su relevancia en el reino se manifestaba en cada aspecto de sus vidas, pues sus voces eran acalladas en los círculos políticos y sociales, dejándolas sin representación y sin poder de influencia. Sus ideas y perspectivas eran ignoradas y descartadas, como si carecieran de valor; la educación, que una vez había sido un derecho fundamental para todas las mujeres de Garicia, se convirtió en un privilegio reservado solo para los hombres de familias adineradas. La falta de acceso a la educación era una herramienta poderosa para mantener a las mujeres en una posición de desventaja y perpetuar el ciclo de opresión en Garicia. Bajo el reinado de Herald Hyde, se impuso una política sistemática que prohibía a las mujeres y niñas aprender a leer y escribir; esta restricción educativa afectaba a todas las mujeres, sin importar su origen social o familiar, incluso aquellas que provenían de familias acomodadas y que anteriormente habían tenido acceso a la educación, se encontraban ahora privadas de esa oportunidad.

La negación de la educación a las mujeres y niñas era un acto de control y subyugación por parte del régimen de Herald Hyde. Al impedirles el acceso al conocimiento, se aseguraba de mantenerlas en un estado de dependencia y sumisión, sin la capacidad de cuestionar su autoridad ni de desafiar las normas establecidas. Todo ello y más, Freya lo sabía mucho antes de pisar las tierras de Garicia; sin embargo, fue al pasar más tiempo con las amigas de Emma Somerset que pudo vivir en carne propia la evidencia de la opresión y la lucha diaria de las mujeres en Garicia. 




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