Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10


 

Y ahí estaba él, con sus ojos azules que me observaban. Pensó que era presa, sin darse cuenta de que yo era la cazadora acechando en las sombras.


 

Herald se quedó inmóvil, su mirada fija en la figura de aquella mujer que se erguía al lado del duque de Iterbio. En un instante que parecía suspendido en el tiempo, el ruido y la algarabía del baile parecieron desvanecerse, dejando solo un silencio pesado y opresivo.

Su rostro, que normalmente irradiaba una seguridad arrogante, se veía pálido y desencajado; era como si hubiera sido golpeado por una oleada de sorpresa y confusión que lo había dejado aturdido. En ese momento, todos los murmullos y las risas de la fiesta parecían quedar en segundo plano, mientras su atención se centraba en la mujer que tenía frente a él. Se notaba abrumado, como si estuviera luchando por comprender lo que sus ojos estaban viendo. La incredulidad y la sorpresa se mezclaban en su mirada, formando una expresión que no estaba acostumbrado a mostrar en público. En ese silencio abrumador, Herald parecía atrapado en una especie de limbo, incapaz de reaccionar o procesar lo que estaba ocurriendo. 

— ¿Mi rey? —lo llamó su esposa.

Herald reaccionó con rapidez, como si hubiera sido sacudido de su aturdimiento por la necesidad de mantener las apariencias frente a su público en el baile. Con un esfuerzo evidente, compuso nuevamente su rostro en una expresión de serenidad y control. Levantó su mano con un gesto elegante, invitando a las personas a congregarse en el centro del salón para dar inicio a un nuevo baile y con un movimiento deliberado, separó la mano de su esposa de su brazo, ignorando la sorpresa momentánea que cruzó por el rostro de la reina. Sin mirar atrás, caminó hacia uno de los lados de la pista de baile, como si necesitara apartarse del centro de atención por un momento.

— ¿Lo notaste? —soltó sin dejar de observar a su progenitor, quien le daba la espalda y susurraba algunas palabras a su mano derecha. Livene. 

— Esperaremos, ¿verdad? — Ella asintió—. Bien, ¿quieres algo para beber por la espera? 

— No, lo único que quiero beber es la sangre de ese hombre. 

Bronson carcajeó, llamando la atención del duque que lo miraba con una ceja levantada. Él levantó su mano para indicarle que todo estaba en orden, por lo que Ernest continuó charlando con su compañía, un grupo de hombres aparentemente de su mismo rango.

— De acuerdo, hermana. ¿Bailamos, entonces? —Propuso Bronson con una sonrisa traviesa.

Freya lo miró como si estuviera completamente desquiciado.

— Te estás pasando, Bronson —susurró ella en tono reprobatorio—. No hemos venido aquí para divertirnos.

Bronson alzó sus brazos en un gesto exagerado de inocencia.

— Tenía que intentarlo, ¿no? —susurró en su oído, pero cuando levantó la mirada, se encontró con la mirada gélida y penetrante del rey, que parecía haberlos fijado en su punto de mira—. El objetivo nos observa, ¿y qué podría llamar más la atención que unos pueblerinos como nosotros bailando en medio del palacio?

Un escalofrío recorrió la espalda de Freya al darse cuenta de que el rey los había notado. Sus ojos azules la traspasaban como dagas heladas. 

— Vas a pagarlo, hermano.

Bronson solo soltó una risa suave.

— Ya veremos, Miss Dagger.

Freya lanzó una mirada de advertencia a Bronson, pero él ya había extendido su mano y, con una sonrisa traviesa, la invitaba a bailar. A regañadientes y con un suspiro resignado, tomó su mano y se dejó guiar hacia el centro de la pista.

La música era un vals lento, elegante y melódico, perfecto para una ocasión como aquella. Freya pudo sentir las miradas curiosas y expectantes del público sobre ellos mientras comenzaban a moverse al ritmo de la música; aunque intentaba mantener su enfoque en su falso baile con Bronson, no podía evitar sentir la mirada penetrante del rey Herald sobre ellos, como un dragón observando a su presa.

Bronson demostró ser un bailarín sorprendentemente hábil, sus movimientos eran fluidos y seguros, llevándola con gracia por la pista de baile. Freya, por otro lado, se esforzaba por no mantener el ritmo y seguir sus pasos tropezando, queriendo parecer inexperta y sin educación. A medida que el baile continuaba, Freya y Bronson intercambiaron palabras en susurros, manteniendo la fachada de ser simples pueblerinos que se estaban divirtiendo en el baile. Aunque su conversación era ligera y superficial, Freya notó que Bronson la guiaba hacia los rincones más concurridos del salón, pasando por todos los lados del centro del salón para que pudiesen ver su rostro.

El rey Herald, sin embargo, seguía observándolos con una intensidad que enviaba escalofríos por la espalda de Freya. El vals llegó a su fin y, con una inclinación elegante, Bronson tomó la mano de Freya y dejó un casto beso. Ella le dedicó una mirada exasperada, pero él solo le guiñó un ojo con complicidad antes de tomarla nuevamente de su mano pasándolo por el hombro masculino para retirarse hacia la multitud. Freya observó a su alrededor, notando que las conversaciones y el baile habían vuelto a cobrar vida. 

— Tenemos que estar cerca del duque.




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