Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 10

Y ahí estaba él, con sus ojos azules que me observaban. Pensó que era presa, sin darse cuenta de que yo era la cazadora acechando en las sombras.

De reojo, Freya observó la dinámica dentro de la familia real en Garicia y notó que no parecía haber algún tipo de relación cercana entre ellos. Gadea Hyde, anteriormente Gadea de Mitrios, lucía un semblante serio y aburrido mientras permanecía flanqueada por sus dos hijas, una a cada lado. Su mirada se deslizaba por el salón de baile de manera distante, como si estuviera absorta en sus propios pensamientos y preocupaciones. Las dos hijas de Gadea, a pesar de su posición real, también parecían distantes y poco entusiasmadas. Freya notó que intercambiaban conversaciones con algunos invitados, pero sus sonrisas parecían forzadas y sus gestos carecían de autenticidad. Era evidente que la apariencia de una familia unida y armoniosa estaba lejos de ser real en ese momento.

Por otro lado, estaba el hijo, el "primogénito", el heredero, aquel hombre que había clavado espadas en los muslos de un pequeño niño. Diot caminaba con orgullo por todo el salón, su mentón en alto y una expresión de suficiencia en su rostro, observaba con arrogancia a todas las jóvenes invitadas al baile, notando cómo sus miradas se dirigían hacia él con suspiros. Freya negó con la cabeza divertida, pues le parecía muy interesante acabar con aquella fachada perversa de su “hermano” menor.

El rey Herald Hyde se encontraba sentado en su trono, en la parte alta del salón, desde donde podía observar con detenimiento todo lo que sucedía a su alrededor. Era una posición que le otorgaba una sensación de control absoluto sobre la situación y sobre todos los presentes. Gustoso de su poder, estaba sentado con majestuosidad en su trono, una copa de oro en su mano que sostenía con una elegancia estudiosa, como si fuera un símbolo de su dominio. Desde esa posición elevada, sus ojos escudriñaban cada rincón del salón; podía ver cada rostro, cada gesto, cada conversación que tenía lugar. Su mirada pasó por las parejas de baile, los grupos de conversación y finalmente se detuvo en aquella mujer que acompañaba al duque esa noche. Era ella, el fantasma de la misma mujer que le había desafiado en el pasado, la misma que había amenazado su reinado. Aunque Herald sabía muy bien que la mujer que veía no era la misma mujer que buscaba en ella, no podía dejar de pensar en el increíble parecido físico de esa joven con Eva de Mitrios, la mujer que había sido su obsesión y su perdición. Eva, la mujer que había sido su amante y su confidente, pero que también había sido su mayor rival. La mujer que lo había desafiado, traicionado y lo había hecho cuestionar su poder y su control. Y ahora, frente a él, estaba una imagen casi idéntica a ella, una mujer que parecía haber surgido de las sombras del pasado para atormentarlo de nuevo. La ira, nuevamente, se adentraba en su alma como lo había hecho hacía 23 años.

La noche avanzaba, pero en la mente de Herald, el tiempo parecía haberse detenido en aquellos momentos que había intentado enterrar en lo más profundo de su ser. La furia y el resentimiento por lo que había perdido, la rabia por la traición y la rivalidad con Eva, todo resurgía como brasas ardientes avivadas por el viento. A pesar de ello, Herald era un maestro en el arte de ocultar sus emociones, mantenía su expresión impasible, su mirada fría como el acero, mientras continuaba interactuando con los invitados y desempeñando su papel de anfitrión con una sonrisa gélida en los labios.

— Majestad —lo llamaron.

Herald Hyde giró su cabeza con elegancia hacia Livene, quien se mantenía en posición recta y respetuosa.

— Hiciste lo que te ordené.

La voz del rey tenía un tono frío y autoritario, lleno de la confianza que solo el poder absoluto podía otorgar.

— Así es, majestad. Esperarán hasta el final para reunirse con usted —dijo Livene, manteniendo su compostura.

— Ya veo, ya veo —murmuró el rey para sí mismo. Con un gesto de su mano, indicó a Livene que se retirara.

En la otra parte del salón de baile, Freya soltó una falsa risa suave, extendiendo su mano para que Bronson la tomara. La música comenzó a llenar el espacio nuevamente y ambos se sumergieron en el ritmo del vals. El baile fluía con una armonía perfecta entre ellos. Freya seguía los pasos de Bronson con facilidad, dejando que él la guiara por la pista de baile. El salón parecía girar a su alrededor mientras se movían al compás de la música.

— Su excelencia, tiene usted una compañía inigualable —dijo Lord Morland con una sonrisa mientras se acercaba al duque.

Ernest saltó un poco en su sitio, sorprendido por la repentina aparición del hombre, casi derramando el contenido de su copa.

— Lord Morland, pensé que ya se había retirado de la velada —respondió el duque con una mezcla de sorpresa y cortesía.

— ¿Y perderme la oportunidad de ser suegro del próximo rey? Ni pensarlo —respondió Lord Morland con un tono de confianza y arrogancia.

Ernest arqueó una ceja, sin poder evitar sentir cierta incredulidad ante la audacia del hombre.

— ¿De verdad piensas proponer a tu hija para el heredero? —Inquirió Ernest, deseando obtener más detalles sobre las intenciones de Lord Morland.

El hombre asintió con una sonrisa autosuficiente.

— Por supuesto que sí, excelencia. Mi hija merece estar en la cima de la sociedad y qué mejor manera que convertirse en la futura reina. El futuro rey no puede desaprovechar la oportunidad de tener a una mujer de mi linaje a su lado.

Ernest asintió, disimulando su escepticismo ante las palabras del hombre. Sabía muy bien que en aquel baile cada uno tenía sus propios intereses y motivaciones ocultas. La política y las alianzas matrimoniales eran una parte fundamental en la vida de la nobleza, y Lord Morland no era la excepción.




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