Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 15

Capítulo 15: Años atrás, cuando una princesa escapó de las manos del villano

 

 

La infancia de Eva fue marcada por la responsabilidad y la preparación para su futuro como reina. Desde muy temprana edad, se le impuso una rigurosa educación que la alejó de la inocencia y la espontaneidad propias de la niñez. Su tiempo se dividía entre las exigencias de sus tutores y la constante presión por convertirse en una líder excepcional.

Aunque tuvo acceso a una amplia biblioteca repleta de conocimiento y sabiduría, los libros se convirtieron en una especie de refugio para Eva, en una ventana hacia un mundo más allá de las paredes del palacio. Cada página que leía le permitía escapar temporalmente de las responsabilidades y las expectativas que pesaban sobre ella, aun cuando no todo era felicidad en aquel ventanal junto a la biblioteca. Las aves que se posaban en el vidrio parecían reflejar la dualidad de su situación: a veces eran un recordatorio de la libertad que anhelaba y otras veces un símbolo de la opresión a la que estaba sometida.

Su tutora, aunque cumplía su deber de educarla, también se convertía en una figura de control y restricción en la vida de Eva. La princesa se sentía constantemente vigilada y restringida en su contacto con el mundo exterior. Los momentos de soledad y de observar a su hermana mayor jugar con el perro de Eva solo avivaban su deseo de romper las reglas y escapar de su encierro. La pregunta persistente en su mente era por qué ella, la hija menor, había sido elegida para ocupar el trono en lugar de su hermana mayor. Sentía que su hermana tenía las cualidades y la madurez necesarias para liderar al reino, y se cuestionaba si realmente hubiera estado preparada para asumir tal responsabilidad.

— Mi señora —se escuchó a lo lejos.

Luego de la sentencia, Eva fue llevada al calabozo nuevamente a espera de los chamanes. En el oscuro calabozo, Eva se encontraba en un estado de desolación total. Su cuerpo agotado y herido reflejaba el tormento que había sufrido tanto física como emocionalmente. Las miradas de desprecio y los insultos del pueblo resonaban en sus oídos, alimentando aún más su sentimiento de derrota y soledad. Aislada del mundo exterior, la princesa intentaba mantener la cordura en medio del caos que la rodeaba. Los gritos de la multitud se convertían en un constante recordatorio de su deshonra y el rechazo que sufría por parte de aquellos a quienes debía haber protegido y guiado como futura reina.

La falta de higiene y el trato inhumano en el calabozo habían dejado huellas visibles en su apariencia. Sus ropas estaban desgarradas y sucias, y su rostro mostraba las marcas del sufrimiento al que había sido sometida. Sin embargo, a pesar de su aspecto desaliñado, había una determinación silenciosa en su mirada, una fuerza interior que se negaba a ser completamente quebrada.

— Princesa.

— ¿Livene? —susurró con cansancio.

— Princesa, no hable, no debemos llamar la atención —volvió a escuchar.

— Livene, ¿qué estás haciendo? —preguntó Eva en un susurro tembloroso mientras era envuelta por el manto oscuro.

— Princesa, no tenemos mucho tiempo. He venido a rescatarla, a sacarla de este lugar —respondió el hombre con urgencia en su voz.

Eva sintió una mezcla de esperanza, no podía creer que alguien estuviera dispuesto a arriesgarse por ella, a desafiar las normas y el peligro que implicaba su rescate.

Con las manos agarradas al traje de Livene, la princesa dejó que él la levantara del suelo, sintiendo su propia debilidad y el alivio de ser sostenida. Aunque el manto protegía su figura, aún podía sentir el contacto áspero y frío de las paredes de la celda mientras se alejaban de allí. El hombre se movía con cautela, evitando hacer ruido y manteniendo a Eva a salvo en sus brazos. A medida que se alejaban de la oscuridad del calabozo, los sonidos de los gritos y las maldiciones quedaban atrás, reemplazados por un silencio tenso y tenue.

Aunque el manto oscuro la ocultaba de las miradas indiscretas, Eva sentía el corazón latiéndole con fuerza, temiendo ser descubierta en cualquier momento. 

— Sosténgase con fuerza, alteza.

Llegaron con esfuerzo hacia las afueras del castillo, por los establos abandonados los esperaba un carruaje escondido entre los árboles y arbustos.

— ¿Agatha?

— No se desgaste mi princesa, guarde sus fuerzas.

Agatha tomó impulso y la sostuvo con todas sus fuerzas, dieron unos pasos hacia adelante esperando avanzar con más rapidez, por suerte, la madre de Agatha se les acercó corriendo al instante en que las vio desde el carruaje. Con sus manos viejecitas tomó a la princesa del codo, Eva iba a desmayarse, su cuerpo estaba muy débil y cansado. 

— ¿Y el médico? 

— Debe estar por venir … Mira, allí está.

Exclamó Agatha al ver al doctor corriendo hacia ellos, oculto también en una manta, junto a su joven ayudante. El médico, con su rostro cubierto por una máscara, se encontraba en la oscuridad del salón, oculto entre las sombras. Era consciente de la difícil situación de la princesa Eva y estaba decidido a hacer todo lo posible para proteger la vida de su hijo por nacer. Con manos hábiles y precisas, el doctor revisaba rápidamente los signos vitales de Eva, asegurándose de que tanto ella como su bebé estuvieran lo mejor posible dadas las circunstancias.




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