Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 18: Amenazas, premios, lágrimas y un maldito rey loco

Tenemos la misma oscuridad, aunque aún no puedas verlo.

— Hija, ¿dónde has estado?

— Mmm … salí a tomar un poco de aire.

— ¡Livene! —Llamó el rey—. Asegúrate de que la escolten a su habitación y que no salga hasta que yo lo ordene. Despide a los invitados. No quiero a nadie en el palacio.

— ¿Qué? ¿Qué está sucediendo? —Se apresuró a decir Freya, al ver que Herald se encontraba ansioso, nervioso y casi perdido.

— Que Bronson custodie su puerta y doblen la vigilancia en sus aposentos —continuó el rey, sin responder aún a la joven.

— Padre… ¿qué ocurre?

— Ragner Lítacros ha hecho su jugada antes de lo previsto. Ha venido a reclamarte, y está dispuesto a llevarte por la fuerza. ¡Maldición! Esto no estaba en nuestros cálculos. No cederemos a sus amenazas, cumpliremos el tiempo pactado.

Bronson, tras la señal del rey, se acercó a ellos.

— Majestad …

— Livene te dará instrucciones. Llévensela. ¡Ahora!

Siguiendo las órdenes, el guardia tomó a Freya del brazo para llevársela a su habitación mientras que el rey anunciaba el término del baile. En la tensa quietud que seguía a las palabras de Herald, el eco de la música festiva del baile se desvaneció gradualmente.

— ¿Tanto escándalo por unos días? —Susurró Bronson al lado de la pelirroja.

Ella negó con la cabeza.

— Es el ego del rey —musitó—. Herald jamás permitiría que Lítacros lo humille de tal manera. Una afrenta a su orgullo… ¿No es esto fascinante?

— Quita esa sonrisa maquiavélica de tu rostro, Freya.

Ambos caminaron hacia las puertas que conducían a los pasadizos del castillo, pues la gente iba dispersándose y saliendo a paso apresurado. Sin embargo, su camino se vio interrumpido de manera abrupta cuando unas espadas se cruzaron en el aire, formando una "X" justo en el arco del salón. Bronson, con rapidez, sacó su espada colocando a Freya detrás de él.

— ¿Qué está sucediendo aquí? —Preguntó hacia los otros dos “guardias”.

— Leones en su armadura —susurró Freya detrás de él—. No son guardias de Garicia … Son de Lítacros.

Bronson, manteniendo su posición protectora, instó a la pareja de soldados a retroceder, mientras que otros dos guardias de Garicia se acercaron a ellos para proteger a la princesa.

— No nos harán daño —susurró nuevamente la pelirroja—. No ataques, sigue el juego.

Los hombres de Lítacros avanzaron unos pasos, obligándolos a retroceder pues detrás de ellos parecían llegar más y más soldados del otro reino.

Freya desvió la vista, sabiendo que el frente estaba cubierto, pero, cuando se dispuso a voltear y ver la situación a su alrededor, pudo ver que los guardias del palacio llevaban a la familia del rey lejos de la escena que se estaba formando. Herald, ahora rodeado de sus mismos guardias, volteaba la cabeza a todos lados, buscando y buscando hasta que se encontró con la mirada azul de la pelirroja. Frunció el ceño y desvió la mirada hacia los arcos que conectaban el salón con los otros ambientes del palacio, los hombres de Lítacros seguían llegando.

Entre el retumbar de las armaduras y el siseo de las espadas deslizándose de sus vainas, se escucharon tres aplausos distintivos, cada uno marcado por un intervalo deliberado. Las miradas se dirigieron hacia la fuente de los aplausos, revelando a un hombre de figura imponente que permanecía de pie en una esquina, observando la escena con diversión.

— Debo reconocer tu rápida actuación, Herald —habló Ragner mientras caminaba hacia el rey, llevando a un hombre a unos pasos tras él, quien parecía ser consejero principal de Lítacros.

Tenía veintidós años, y la sombra del pasado se cernía sobre ella de manera para nada esperada. Habían pasado alrededor de siete años desde la primera y última vez que lo había visto en persona hasta esa noche. Si bien él no la había visto a sus quince, ella lo había observado furtivamente cuando él tenía veintidós años, en Nepconte, escondida en una de las columnas del castillo mientras el rey Adney mantenía una reunión con el padre de Ragner, Eliseo, en ese entonces el rey de Lítacros.

Las imágenes de aquel encuentro se deslizaron como sombras en la memoria de Freya. Ragner había cambiado en esos siete años de una manera inimaginable. Se veía un poco más adulto, más fornido y definitivamente más impregnado de un aura más siniestra que en aquellos años.

No es que el hombre de veintidós años hubiera parecido un angelito en aquel entonces. La mirada oscura e intimidante de Ragner ya existía, pero con el tiempo había adquirido más intensidad y más oscuridad que antes. Freya lo sabía, consciente de que pudo percibir la oscuridad en la mirada de Ragner porque ella también la albergaba en aquellos años.

La vida en las calles, en Corona Nocturna y en el ejército de Nepconte había dejado sus huellas en su juventud de una manera que solo aquellos que habían vivido entre las sombras podían comprender. Estaban lejos de ser personas inocentes, almas blancas o ángeles; eran destrucción, muerte, sangre... Elementos que marcaban sus existencias de una forma irremediable. Ragner había sido un ejemplo de esta verdad; la oscuridad lo había envuelto, la perversión se había adueñado de su cuerpo, demostrando que no existía salvación para los cuerpos sin almas.

— No esperaba tu visita sino hasta dentro de unos días.

— Y yo esperaba una invitación a este baile, pero parece que ambos nos hemos llevado una decepción esta noche —dijo mientras acomodaba despreocupadamente su capa de pelaje animal.

— Bueno, tendremos que averiguar por qué la invitación no llegó a tus manos, Ragner, pero lo que no puedes hacer es irrumpir en mi reino y desafiar mi autoridad con tu mera presencia.

El extranjero alzó una ceja y dio un paso adelante, dejando que la luz de los candelabros revelara el brillo gélido en su mirada.




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