Me rindo, ya no quiero luchar para existir. Quiero luchar para vivir.
Isabella.
—Los análisis no salieron nada bien, debemos comenzar con el tratamiento de nuevo. Sé que esto no es lo que esperaban. Isabella ha estado mucho tiempo de alta y volver con lo mismo es complicado de procesar... eso no significa que ahora debamos bajar los brazos, sino todo lo contrario. Ya hemos pasado por todo esto...
Observo como mueve los labios el doctor, porque al parecer mis oídos no quieren funcionar. Da igual, ya he escuchado este discurso un par de veces. En realidad, esta charla de "motivación" no es para mí, sino más bien es para mi madre. Ella está sentada al lado mío, con los ojos humedecidos y escuchando atentamente lo que dice Kevin. Ese es el nombre del médico, con el tiempo te acostumbras y empiezas a tratar a los que trabajan aquí como si fuesen parientes tuyos. Aunque algunas enfermeras es mejor tenerlas lejos, brujas.
Desvío mi mirada al reloj que cuelga en una de las paredes de su consultorio y solo me limito a seguir la aguja que corre con cada segundo que pasa, entretenido ¿no? pero es mejor que escuchar a Kevin o a mirar la cara de mi madre.
—Bien Isa — creo que ahora sí debo prestarle atención a lo que dice —, supongo que no debes tener alguna duda, es el mismo procedimiento que la última vez.
—No — le sonrío —, solo sigo teniendo la misma petición de siempre. Que cambien el sabor...
—De las gelatinas — termina de decir Kevin —. Lo sé. Haré todo lo que esté a mi alcance.
—Mentiroso.
—¡Isabella! — me reprocha mamá y Kevin ríe ante mi comentario.
—Cada vez que lo cometo me dice lo mismo — digo mientras miro a mamá y acuso con mi dedo índice al doctor.
—Hagamos un trato —ofrece él —, si tú convences a Ivy de tomarse su sopa, yo haré entonces que coloquen un sabor más de gelatina.
Lo pienso un poco, es muy probable que si voy a hablar con Ivy ella me tire la sopa en la cara. Sin embargo, me arriesgaría solo por comer una gelatina que no tenga color verde vomito o amarillo pipi.
—Trato —extiendo mi mano hacia Kevin y él la estrecha.
Salimos del consultorio cuando ya no hubo nada más por decir. Ahora con mi madre estamos caminando por los largos y blancos pasillos del hospital, cada una sumida en sus pensamientos. Yo pensando en ella y seguro que ella está pensando en mí.
Lo malo de tener cáncer es que no solo te arrastra a ti, sino también a todos los que te quieren. Es como estar cerca del precipicio a punto de caer y, aunque no quieras, terminas agarrando a personas que no merecen caer contigo y terminan en la miseria al igual que tú. Puedo ver el dolor en el rostro de mi mamá, desesperada, seguro que sintiéndose inútil por no encontrar alguna cura. Creo que me sentiría igual si veo que mi hija está siendo consumida por algo tan nocivo.
—Ya sabíamos que esto podría pasar — la detengo cuando noto que se le derraman más lágrimas, de nuevo —. Tranquila, no pasa nada. Ya pasamos por esto, seguro que son unos meses y listo — le sonrío para tranquilizarla un poco.
—Eres muy fuerte — ella tira de mi para abrazarme —. Mi bebé.
La rodeo con mis brazos abrazándola fuerte; es una mujer que siempre sigue de pie, la admiro demasiado. Cuando nos separamos toma mi rostro entre sus manos y observo sus ojos verdes iguales que los míos, en ellos veo reflejado mi rostro. Ya no expreso miedo, incertidumbre o angustia, más bien veo en mi rostro cansancio. Y creo que eso es lo peor que puede haber.
—¿Vamos a casa? — pregunta.
—No — ella suelta mi cara —. Tengo que ver a Ivy, quiero ver si ahora toma su sopa. En verdad que quiero que cambien esas cosas que dicen ser gelatinas — mi madre niega con la cabeza, divertida.
—Suerte con ello.
¿Suerte? Necesito un armamento completo para ir a ver a esa salvaje.
Voy de camino al ascensor, porque ni en sueños voy por las escaleras, cuando siento que gritan mi nombre. No hace falta voltear para saber quién es, su voz, como siempre, hace que mi ritmo cardiaco aumente. Cualquier doctor diría que es arritmia.
Lo veo acercarse a mí y como toda una chica enamorada lo observo como si estuviera caminando en cámara lenta; detallo su altura, su pelo castaño, sus ojos marrones y sus envidiables hoyuelos que se hacen visibles cuando sonríe, justo como lo está haciendo en este momento cuando ya lo tengo enfrente mío.
—Hola — me saluda y se acerca para besar mi mejilla. Maldito, si supiera que eso me afecta —. Vi a tu mamá salir, ¿qué te dijeron?
—Acordamos que mañana nos reuniríamos a hablar de esto, Jake — le recuerdo.
—Sí, pero aun así quiero ser el primero en saber. No quiero estar frente a los demás cuando des la noticia — voltea la cabeza para no mirarme y tensa la mandíbula —, por tu cara deduzco que va a dolerme demasiado.
Muerdo mi labio inferior. Sí, va doler mucho la noticia, pero es lo que acordamos con los chicos. Sé que cuando diga las palabras "otra vez" mi cuerpo se derrumbará y quiero que cuando eso pase estén todos ellos para sostenerme.
—Mañana — le sonrío —. Y rápido vamos, que tu turno con el doctor es dentro de... — miro el reloj que está en mi muñeca — ¡dos minutos!
Me escandalizo y Jake solo ríe. Él siempre va tan relajado por la vida... Coloco ambas manos en su espalda y lo empujo para que entre al ascensor.
—Oye, ¿vienes solo? — le pregunto cuando las puertas se cierran.
—Técnicamente no, a la consulta con el medico sí voy solo. Mi padre subió a su oficina.
El padre de Jake es el dueño de este hospital, de este y de uno más. Es medico cardiólogo, es muy simpático el señor, solo es que a veces se olvida que además de ser médico, también es padre.
—Entonces entro contigo — él me sonríe y niega.
—No, mañana se los contaré — salimos del ascensor cuando llegamos a nuestro piso —. ¿A dónde vas tú?
—Ah, tengo un trato con Kevin. Si convenzo a Ivy de tomar su sopa, él agregará otro sabor de gelatina.