No seas común. No guardes lo que te gusta en tu corazón; no hagas cosas solo porque los demás lo hacen, no reprimas lo que en verdad quieres... solo arriésgate.
Isabella.
Les cuento algo de mí, no me gustan las lágrimas; aunque de niña era una curiosidad que siempre me acompañaba, no entendía cómo se originaban, por dónde salían, cómo sabían que estábamos tristes o felices para aparecer y derramarse. Era una niña que veía a las lágrimas como algo mágico, una niña que pensaba que, si no podías expresar lo que sentías, estaban las lágrimas para ayudarte.
Pero cuando crecí, específicamente a los 11, comencé a odiarlas. Cuando no quería que se derramaran por mis mejillas, estas aun así lo hacían; cuando no quería verlas en los ojos de mis padres, estas aun así aparecían; cuando solo quería verlas en mis momentos buenos, estas aun así solo estaban en los malos.
Las comencé a odiar porque solo me recuerdan que hay dolor o tristeza y les preguntaba: <<¿Saldrán cuando esté feliz?>> y odié no obtener respuestas.
Y luego simplemente las vi como vía de escape, las lágrimas salen cuando lo que sentimos desborda nuestro cuerpo, son las lágrimas que nos ayudan un poco aligerar el dolor; llega un momento en el que ya no salen más, es en ese momento en donde te dicen: "bien, ya hicimos lo nuestro, te ayudamos a expresarte, ahora solo queda que tú hagas algo".
En cierto punto ahora les agradezco, gracias a las lágrimas yo conocí a los que ahora son mis amigos.
Fue un momento un poco raro, yo solo no quería que mis padres me vieran llorar, ya que, si lo hacía, ellos llorarían también y no quería eso. Por eso corrí por todo el hospital, subí escaleras y no paré hasta que lo único que había arriba era el cielo; había llegado a la terraza. Fui hasta una esquina y me senté en el piso, llevando mis rodillas al pecho preguntándome muchas cosas y comencé a llorar a falta de respuestas. No sé cuánto tiempo estuve así, solo sé que escuché la voz de una niña interrumpiendo mi dolor.
—¿Por qué estás en mi lugar favorito? Y encima estás llorando.
Cuando levanté mi rostro para ver la dueña de esa voz encontré a una niña de mi edad, ella estaba como yo iba a estar en unos días más. En vez de cabello, solo había un pañuelo negro en su cabeza, no tenía cejas y era muy delgada, pero lo fascinante eran sus hermosos ojos azules.
—Lo siento— digo con voz llorosa —. Solo quería estar sola.
—Pues ve a estar sola en otro lugar, este sitio es mío.
—Por favor — ella suspiró con resignación y me miró.
—Solo si te quedas callada.
—Bien.
Está claro que eso no pasó. Fue una semana en donde todas las tardes venía y conversaba con aquella niña, éramos solo nosotras dos compartiendo el mismo dolor, hasta que...
—Hola — una voz dulce llegó a mis oídos.
También era una niña, aunque muy diferente a Ivy. Su vestido floreado y su sonrisa alegre es todo lo que necesité para decir que son el polo norte y el polo sur.
—¿Qué quieres niña? — miré con cara de desaprobación a Ivy.
—Solo las seguí.
—Hola — le hablé por primera vez —. Me llamo Isabella.
—Soy Emma — ambas miramos a la amargada que tenía a mi lado.
—Soy Ivy —dijo en forma de derrota.
—¿Quieres sentarte?, venimos aquí porque el atardecer es muy lindo.
—Claro — se acomodó a mi lado dejándome en medio.
Así fue como tres niñas se conocieron, no fue una historia muy interesante, pero para mí fue todo lo que necesité. La llagada de los chicos a nuestras vidas ya es otra historia.
—Hija termina de comer tu puré — habla mamá, devolviéndome al presente.
Veo mi plato con un poco de asco, odio el zapallo y justo tengo que comer esta cosa. Parece que alguien lo masticó por mí y lo dejó en mi plato. Papá sabe que odio esto y por eso se está divirtiendo con mi sufrimiento; aún tiene el uniforme de trabajo puesto, es policía y a veces trabaja horas extra como ahora, luego de cenar se irá a trabajar de noche.
—Creo que ya he comido suficiente — digo alejando el plato lo más lejos de mí.
—Cielo, creo que nuestra hija necesita comer un poco más — vean cuan traidor es mi papá.
—Diego, no seas malo con Isa — ríe mamá.
—¿Por qué no le sirves más mamá? — ataca el pequeño monstruo.
—¿Por qué no le sirves más brócoli a Sam, mamá? — ella cierra la boca y continúa comiendo, esa mocosa no me va a ganar.
Veo que mis padres están de buen humor y aprovecho eso a mí favor. Tengo que seguir el plan.
—Escuchen —hablo un poco asustada — quería pedirles algo.
—Claro — todos en la mesa dejan de comer para prestarme atención.
—Verán, mañana pasaré la tarde con los chicos e Ivy nos invitó a quedarnos a dormir en su casa.
No dicen nada, solo se dedican a observarse y parece que con ello se dicen un millón de cosas. No se los pregunto por separado porque sé que luego me tendrán como una pelota de ping-pong diciendo: <<pregúntale a tu mamá>> y <<pregúntale a tu papá>>.
—No veo nada malo con que vayas — dice él.
—¿Qué harán? — sabía que con mamá iba a ser más complicado.
—Nada del otro mundo, iremos a tomar un helado y luego a casa de Ivy a ver unas películas, creo que también acamparemos en su jardín- mentira, todo mentira, soy un asco como hija.
Se toma un tiempo para pensarlo, puse mis manos debajo de la mesa para que no notara nada extraño, ella me conoce tan bien que da miedo.
—Bien — cede—. Pero primero quiero hablar con sus padres para ver cómo organizamos.
—Claro —digo y para no demostrar mi nerviosismo vuelvo a comer ese horrible puré.
Cuando terminamos de cenar subo a mi habitación. Me coloco mi pijama y salto a mi cama para acostarme. Y antes de dormir mando un mensaje al grupo "Ni la muerte nos quiere".
Yo: Ya lo hice, me dejaron. Solo que van a hablar con sus padres.