Cumpliremos Nuestros Sueños

Capítulo Veintitrés/ Encontrar lo sublime.

Una vez que entiendes que lo chiquito se hace grande, comprendes todo.

Isabella.

Desperté con un terrible dolor de espalda gracias a la cama improvisada que hicimos con Jake, a diferencia de Cameron y Emma que le pusimos mala cara por sus estúpidas sonrisas de haber dormido bien.

Tres horas le tomó a Dylan en llegar a la playa. Dejó el motorhome en un estacionamiento (que tuvimos que pagar) y nos fuimos hacia allá.

Encima de mi traje de baño me puse un vestido blanco suelto y me hice dos trenzas por el calor. Estar ansiosa creo que ya es algo que me caracteriza porque ver la playa y toda esa gente entrando al agua o tomando sol sobre la arena, solo hace que me den ganas de ser yo quien este allí.

Antes de pisar la arena me quito mis sandalias y camino descalza, trato de que ninguno se dé cuenta que se me escapo una lágrima, sé que Ivy me llamaría inepta. Describir la emoción que se siente cuando logras lo que alguna vez soñaste es algo que no puedo explicar, solo sé que quiero saltar o descargar lo que siento de alguna forma, saber que has alcanzado algo que siempre deseaste es como oxigeno puro para tus pulmones luego de estar varios días respirando humo.

Dejamos todo en la arena y extendemos nuestras toallas para tirarnos en ellas. No tengo que mencionar que recibí cincuenta mensajes de mi madre recordándome que me ponga protector solar.

Los animo a que vayamos hasta la orilla, aunque sea solo para mojarnos los pies. Camino lento hasta llegar ahí, deteniéndome en la arena mojada, una ola hace lo suyo y genera que el agua se desplace y por fin puedo sentir el mar bajo mis pies. Cierro mis ojos y solo me concentro en esa sensación; oyendo voces y risas de las demás personas, el ruido del océano y algunos pájaros volando cerca, sonrío porque es mejor a como lo imaginé

—Puedo prestártela si quieres — busco con mis ojos a la persona que habló encontrándome con un chico que lleva en un brazo una tabla de surf. Su mirada está dirigida a Cameron, entonces es a él a quien habló.

Supongo que Cameron se le quedó viendo con carita de perro y ese chico es una buena persona como para prestarle su tabla y estar tan seguro de que no se lo robaremos.

—Ehh... no sé hacerlo — responde Cameron un poco perdido.

—Suerte que él es instructor — dice una chica acercándose, ella también lleva una tabla de surf consigo. Ambos llevan una prenda de ropa bastante rara, es negro y se les ajusta al cuerpo, se nota que ambos van al gimnasio.

—No tenemos tanto dinero para...

—Hoy es su día de suerte — sonríe el chico y silva hacia un grupo de jóvenes y todos, todos tienen un cuerpo tonificado.

Les habla en italiano y los chicos que se acercaron nos entregan a cada uno sus tablas. Sí que son confiados de que no les robaremos. Y también lo somos nosotros, porque aceptamos y le encargamos nuestras pertenecías a la familia que teníamos al lado nuestro. Todos quedamos en traje de baño y vamos directo al agua.

Mi corazón bombea a full en mi pecho y más cuando el agua ya me llega a la cintura.

Seguimos al hombre y a la mujer y los imito en todo lo que pueda. Incluso me creo que estoy en una película corriendo en cámara lenta con mi tabla a un costado. El chico en un punto pone la tabla sobre el agua y se coloca panza abajo sobre ella, y claro, yo hago lo mismo. Ja, no es difícil, puedo dedicarme de manera profesional.

Cuando veo que los chicos me pasan al lado y yo me estanco en el lugar me doy cuenta que no estoy haciendo nada para moverme, obligo a mis debiluchos brazos a hacer algo. Cuando nos alejamos un poco de la arena, el chico se sienta y prosigue a explicarnos las posiciones y los secretos para no caernos, mi cara de póker fue cuando comenzó a explicar hasta las partes de las olas.

—Lo bueno es que las olas aquí son tranquilas — ajá, yo pensé que todas se portaban igual —. Ahí viene una, prepárense.

Dios, solo protégeme y no dejes que muera ahogada. Le damos la espalda a la ola que viene hacia nosotros y comenzamos a nadar con nuestro cuerpo sobre la tabla a medida que siento cómo me elevo gracias a la ola. Agudizo mis oídos hasta que escucho a la chica gritar:

—¡Ahora!

No es difícil, no es difícil. Hago fuerza con mis brazos y me impulso para quedar de pie sobre la tabla, sí puedo ¡Sí puedo!

No puedo.

Lo bueno es que al menos mi equilibrio duró milésimas de segundo. Qué bien, qué bueno.

Una cuerda que se ajusta en mi tobillo hace que no me aleje de mi tabla, por eso cuando nado hasta la superficie me siento sobre ella con mis piernas a ambos lados.

Ninguno pudo durar, aunque sea unos cinco segundos parados, pero lo bueno es que risas por parte de mí no faltaron al ver que los chicos seguían intentándolo. Pongo una mueca de dolor cuando en esos intentos veo como el tobillo de Dylan se dobla y cae de una manera muy teatral al agua.

Cuando ya por fin de nuevo siento la arena bajo mis pies, les agradecemos a los chicos por prestarnos sus tablas y enseñarnos un poco sobre el surf.

Nos invitan a que nos quedemos con ellos y nosotros no rechazamos su oferta. Nos cuentan que andan como nosotros viajando es sus casas rodantes en busca de las mejores playas que hay en el mundo. Es un grupo muy peculiar, porque hay hasta un chico de nacionalidad japonesa entre ellos.

Cuando contamos nuestra historia no hacen lo que pensé que harían, no nos reprocharon o nos señalaron, solo festejaron con nosotros que por fin estábamos descubriendo lo bueno que tiene la vida. Y ahí conocimos a una chica que también tuvo cáncer y lleva más de dos años sin tenerlo, fue la primera que nos entendió. Decidió unirse al grupo por las mismas razones que tenemos nosotros: muchos años sin saber lo que es vivir en verdad.

Omitimos la parte de que, en realidad, a nosotros jamás nos dieron el alta, que en vez de estar acá deberíamos estar en un hospital. No sé cómo serán ellos, pero la mayoría solo nos alienta a seguir intentándolo o sienten pena, nos ahorramos eso tragos de palabras de ánimo con los chicos.



#3117 en Novela romántica

En el texto hay: viajes, amor, amistad

Editado: 16.09.2024

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